Semanario El Pionero

Expresión de Mexicali y su Valle

México frágil…

Que los cárteles criminales se hayan adueñado de regiones porque tienen miles de sicarios, millones de armas y miles de millones de dólares frente a un gobierno impotente y ya todos se dieron cuenta de ello. Que los asaltantes callejeros a diario se mofan de la debilidad de nuestro gobierno y ya todos se dieron cuenta de ello

Los problemas grandes y graves son el mejor medidor del poder

Por José Elías Romero Apis *

                                En memoria de Nino Canún.

El poder político de un gobierno es directamente proporcional a su capacidad de dar grandes soluciones. Los problemas grandes y graves son el mejor medidor del poder, de la prepotencia y de la impotencia de un gobierno.

Cuando escribí La teoría del poder como ciencia exacta (México, 2017), sustenté que el poder se compone de 6 factores. Éstos son legalidad, potestad, seguridad, legitimidad, efectividad y gobernabilidad. Al medirlos se puede sopesar el poder político de una nación, de un gobierno, de un grupo o de un líder.

Hoy, en legalidad y en gobernabilidad andamos muy regular. En potestad vamos francamente mal. En seguridad y en efectividad vamos más que mal. En legitimidad no vamos bien. En todo ello nos vamos alejando del estado puro de craticidad o de poder para acercarnos al estado perfecto de impotencia política.

A eso se debe que todos los días una simple docena de personas bloquea alguna vialidad y el gobierno no soluciona. Que por una protesta del orden vecinal puedan paralizar un aeropuerto internacional, un puerto vital, un ferrocarril esencial, una industria básica o una institución nacional. Eso es el retrato de un gobierno débil y ya todos se dieron cuenta de ello.

Que los cárteles criminales se hayan adueñado de regiones porque tienen miles de sicarios, millones de armas y miles de millones de dólares frente a un gobierno impotente y ya todos se dieron cuenta de ello. Que los asaltantes callejeros a diario se mofan de la debilidad de nuestro gobierno y ya todos se dieron cuenta de ello.

Pero también ya todos se dieron cuenta de que el gobierno no respeta la ley ni a las instituciones ni a las personas. Que no puede solucionar la criminalidad, la pobreza, la corrupción, la precaria educación o la deficiente atención a la salud. Esto, por no mencionar un listado más grande, donde se incluye la seguridad nacional y la estabilidad política. El panorama regional puede ser desde muy estimulante, como lo es Querétaro, Yucatán y el Edomex, hasta la vergüenza de un Veracruz impresentable por su mal gobierno, a pesar de su excelente ciudadanía. Nada más imaginemos la indefendible calificación veracruzana en legalidad, en seguridad o en gobernabilidad. A muchos les dará miedo y a otros les dará asco. Pero a nadie le daría orgullo.

Aunque realizar un análisis de fondo nos llevaría varias semanas y mucho dinero, varios especialistas me han compartido, como una primera aproximación, que México hoy daría una calificación de 45 sobre 100, lo que nos indica que en poder político ya es un país frágil y a tan sólo menos de un dígito de ser un país impotente.

Éstas son mediciones de la relación entre los requerimientos y los satisfactores, porque un país puede tener un gobierno muy impotente, pero con requerimientos gubernamentales mínimos y no pasa nada. Es el caso de los países pequeños con alto desarrollo, que son muy frecuentes en Europa.

Jürgen Habermas, John O’Connor y Samuel Huntington dirían que el problema se da cuando los requerimientos desbordan la capacidad gubernamental. Es el caso de algunos países africanos, por su pobreza; de algunos países asiáticos, por su retraso, y de algunos países latinoamericanos, por su atrofia. Entre ellos ya está México, uno de los cinco países del G20 con menor grado de calidad política.

Todos esos problemas nacionales se han ido gestando en varias décadas. Ninguno es novedoso ni recién inventado. Pero ninguno ha sido resuelto ni reducido en los recientes sexenios. No hay uno solo que sea el único culpable ni que sea el único inocente. Todos han puesto su parte de inconsciencia, de irresponsabilidad, de cinismo, de incapacidad y de impotencia.

Es lo que me he permitido bautizar como un “cratoma”, para designar a un cáncer en los sistemas de poder. El primer síntoma aparece cuando vemos la política al revés y al santo le pedimos trucos o al mago le rogamos milagros. Cuando confundimos el tamaño del sexenio con el del tumor.

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