El pasado domingo 26 de febrero México vivió un acontecimiento sin precedentes y apoteósico: cientos de miles de hombres y mujeres se congregaron pacíficamente en la Plaza de la Constitución y cien ciudades del país (y del extranjero) sin ser conducidos por un pastor, líder, candidato, caudillo o iluminado.
Esos ciudadanos ejercieron sus libertades y exigieron respeto a sus libertades. Convocaron a los indiferentes y a los sometidos a rebelarse ante las injusticias del poder.
Evidenciaron su rechazo a dejarse pisar por un gobierno prepotente y fanfarrón, corrupto, ineficaz y depredador, “valiente” frente a los débiles, pero cobarde ante los poderosos. Demandaron de la Suprema Corte declarar la inconstitucionalidad de las reformas oficiales en materia electoral para evitar hacer de México el campo de exterminio de nuestra democracia.
Las proclamas a cargo de la periodista Beatriz Pagés y del ministro en retiro José Ramón Cossío fueron contundentes: éste recordó la gran responsabilidad de los ministros de la Corte al decidir para México la vía electoral constitucional o dejar libre el camino para las fechorías de los cuatroteros, y destacó el hecho de estar reunidos, precisamente en la Plaza de la Constitución, para defender la Constitución; Beatriz también habló fuerte y, entre otras afirmaciones, dijo: “México no es de un sólo hombre, y si no es de todos no será de ninguno”. La respuesta vino del narciso amurallado en el Palacio Nacional, vomitando insultos y resentimientos, profundamente agraviado al haber ocupado “su Zócalo” los “mapaches, aspiracionistas, ladinos, hipócritas, clasistas, racistas, conservadores, corruptazos y traidores a la patria”.
¡Hosanna en las alturas el presidente de todos los mexicanos!
De inmediato amenazó con saturar próximamente “su Zócalo”. Acarreará a la burocracia cautiva y a la leva hecha con los más pobres a través de dádivas miserables, quienes disfrutarán de circo, maroma y teatro, antes de regresar a su postración. Ese día el adicto al toloache exhibirá desnuda, una vez más, su verdadera identidad.
¿Qué tortura al taimado con sonrisita de conejo? La investidura presidencial, porque como “luchador social” fue hábil y perverso: aprovechó los rezagos, el hartazgo y la indignación social, sembró cizaña entre los mexicanos, se autoproclamó “rayito de esperanza” y embaucó a millones de ilusos; pero como presidente comprobó su impotencia y se ha dedicado a mentir, injuriar, decir pavadas, dilapidar recursos públicos, destruir instituciones, pelearse con el mundo, acurrucar sátrapas y traicionar a quienes creyeron en él.
Pronto veremos si los partidos de oposición entendieron el mensaje de esta sociedad decidida a no dejarse robar su destino.
PD. La ministra Piña sí pasará a la Historia (así: con mayúscula).
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