Por Roberto Abe Camil
El arte militar mexicano es tan rico como la historia misma de los soldados de México, la cual corre desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días. Sus manifestaciones dan cuenta de un pasado de orgullo y virtudes militares. Lo encontramos no solo en la soberbia red de museos y bibliotecas a cargo de la Dirección de Archivo e Historia de la Secretaría de la Defensa Nacional, en las históricas sedes del Heroico Colegio Militar o en fortalezas a lo largo y ancho del territorio nacional o nuestros litorales, sino también en monumentos, cementerios, la heráldica militar, la escultura, la música y por supuesto en la pintura.
La pintura es el arte de la representación gráfica por medio de pigmentos, y sus expresiones sobre personajes y pasajes militares a lo largo de la historia de la humanidad han sido constantes y prolíficas. En México la pintura militar no es la excepción, hay manifestaciones que surgen desde los códices precortesianos, posteriormente, el periodo virreinal supuso la creación de una vasta obra alrededor de retratos de virreyes, capitanes generales y mandos del Ejército Virreinal.
Sin embargo, la pintura militar mexicana se consolidó durante el siglo XIX, dejando testimonio de los grandes momentos que forjaron la independencia y soberanía nacional. En 1992, la Secretaría de la Defensa Nacional publicó un soberbio libro con textos de Eduardo Báez titulado “La pintura militar de México en el siglo XIX” se lanzó posteriormente una segunda edición de mucha calidad en el año 2008. La obra de Báez da cuenta de la notable pintura militar decimonónica por medio de retratos, reproducciones de batallas, paisajes, uniformes, armamento, monturas y alegorías plasmados en óleos, grabados y litografías alrededor de tres momentos de nuestra historia: la independencia, la guerra con los Estados Unidos y la Intervención Francesa y el II Imperio.
El epílogo del libro se centra ya en el porfiriato y en torno a tres obras emblemáticas: un alegoría de la Constitución de 1857 de Petronilo Monroy, “La vuelta del soldado” pintada en 1905 por Ignacio Rosas donde se dibuja a un soldado republicano reencontrándose con su familia al entrar a su humilde hogar tras la guerra, y la que probablemente es una de las obras de mayor calidad en la pintura militar mexicana, “El General Sostenes Rocha” del pincel de Julio Ruelas, sin fecha precisa de su creación durante la recta final del siglo XIX.
Ruelas, prematuramente fallecido en París a los 37 años de edad, no solo fue uno de los principales exponentes del Simbolismo en México, sino a su vez, hijo del Colegio Militar de Chapultepec, lo cual le permitió lograr un lienzo de enorme calidad y precisión, en la cual destacan la fidelidad de personajes y uniformes. El óleo, muestra al general Rocha, en su etapa de director del Colegio Militar, seguido por un corneta, un abanderado y sus oficiales, todos van montados durante un paseo por el Bosque de Chapultepec.
La obra no solo alude a la época de esplendor que vivía el heroico plantel durante el porfiriato, sino es también un merecido reconocimiento a un distinguido director del Colegio y uno de los militares profesionales más prestigiosos de nuestra historia. Sostenes Rocha, oriundo del Mineral de Marfil en Guanajuato, fue hijo de un coronel e ingresó en 1851 a los 20 años al Colegio Militar, de ahí hasta 1860, participó en las diferentes revueltas y asonadas en ambos bandos, según fuera la circunstancia para los hijos del colegio y los jóvenes oficiales. En 1860 se unió en definitiva al bando republicano y liberal al cual sirvió hasta su muerte. Combatió en 1863 en el sitio de Puebla, ahí fue hecho prisionero, pero logró escapar para incorporarse ante el presidente Juárez en San Luis Potosí.
De la capital potosina escoltó al presidente a Paso del Norte, para después unirse al Cuerpo de Ejército del Norte con Escobedo, batió a franceses y traidores en el norte del país y concurrió al sitio de Querétaro en 1867. Durante la República Restaurada, se mantuvo leal a las instituciones, al estallar la Rebelión de la Noria venció a Trinidad García de la Cadena y a Porfirio Díaz, cabeza de los alzados. Su intervención fue decisiva para el triunfo de Juárez, no en vano ya con Don Porfirio en el poder, decía que era el único militar en activo que había derrotado al caudillo en el campo de batalla. En la primera etapa de la administración de Díaz, Don Porfirio envió a Rocha a perfeccionar sus estudios militares en Europa, un exilio benevolente. Sin embargo, el presidente no pudo pasar por alto la capacidad de su otrora rival y entre 1880 y 1886, lo hizo director del Colegio Militar, uno de los más reconocidos en la historia bicentenaria del plantel.
A la par de su carrera militar, incursionó como escritor de manuales militares y articulista de prensa, fue un hombre muy respetado, parte de las figuras más influyentes de la segunda mitad del siglo XIX mexicano y como ya se mencionó uno de los militares profesionales más reputados de nuestra historia. Murió el 31 de marzo de 1897 en la Ciudad de México, sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres. Pero hoy también con justicia, su figura no solo ha motivado una de las más valiosas obras de pintura militar mexicana, sino que se exhibe en el mejor de los sitios posibles: el Cuartel General Superior del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos.
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