El golpe económico brutal ocurrido sobre todo en el segundo trimestre de 2020 por la emergencia sanitaria no puede explicar todo lo sucedido en el sexenio de López Obrador
Por Sergio Negrete Cárdenas
El Producto Interno Bruto por habitante será menor en 2.9 por ciento durante 2024 comparado con el registrado en 2018 de acuerdo con las estimaciones más recientes del FMI. Un sexenio tirado a la basura en materia económica, aparte de la destrucción institucional, polarización política, explosión del crimen y una impresionante corrupción tan cínica como descarada.
Un borracho que resultó pésimo cantinero, Andrés Manuel López Obrador no se cansó de criticar por años el reducido crecimiento económico de México, que promedió un ciertamente mediocre 2.2 por ciento anual entre 1982 y 2018, con el PIB por habitante creciendo apenas 0.6 por ciento en promedio por año en ese periodo. La culpa de esos bajísimos registros, fulminaba AMLO sin cesar, era el detestado neoliberalismo. Hasta el momento, en sus primeros cuatro años de gobierno, lleva un crecimiento anual promedio del -0.1 por ciento del PIB y -1.0 por ciento por habitante.
La contracción se inició desde 2019, y el crecimiento acumulado de 2021 y 2022 es inferior al desplome de 2020. Culpará a la pandemia, pero el golpe económico brutal ocurrido sobre todo en el segundo trimestre de 2020 no puede explicar todo lo sucedido en un sexenio. En 2024 AMLO entregará a quien le suceda un México más pobre que el que recibió, la primera vez que eso ocurrirá desde Miguel de la Madrid –con la enorme diferencia que este heredó un país en un colapso económico y con un endeudamiento brutal. Mientras que De la Madrid dedicó su gobierno a sacar al buey de la barranca, AMLO se ha dedicado infatigable a hundirlo en la misma.
Un trabajo de destrucción sistemática que inició incluso antes de tomar posesión con la cancelación del aeropuerto de Texcoco. Demostró que no le temblaba la mano para acabar con un proyecto ya avanzado, perdiendo miles de millones de dólares en inversión y eliminando la posibilidad de colocar a la Ciudad de México como un hub aéreo internacional. Todo eso lo cambió por una central avionera de la que nadie quiere volar por su pésima conectividad y que entre lo más destacado que tiene son los baños. Texcoco y AIFA son, precisamente, ese México que AMLO rechazó y el que ahora existe por su ineptitud y prepotencia.
Porque nada ahuyenta más a la inversión que la arbitrariedad, el desprecio por los contratos y las leyes, los abrazos a los grupos criminales que se han dedicado a extorsionar sin freno a negocios de todo tipo, llevando muchas veces a su cierre. El inquilino de Palacio no puede obligar a nadie a que vuele de su elefante blanco, como tampoco puede ordenar a un solo empresario a que arriesgue su dinero invirtiendo en abrir o expandir un negocio. Podrá decretar que se construya una refinería, pero no que la gasolina brote por arte de magia en apenas tres años (los originalmente prometidos).
Sin inversión presente no hay crecimiento futuro, y por ello tampoco más empleos y mejoras salariales. Los desincentivos a la inversión privada, incluyendo el crimen, y los desatinos de la inversión pública mucho explican esa contracción del PIB. De Texcoco en 2018 a Iberdrola en años recientes, concluyendo en 2023 con esa compra que permitió a la empresa española desinvertir para mejor llevarse ese dinero a Brasil, ha sido una guerra sin cuartel contra los empresarios que el Presidente cataloga como sus enemigos.
El indicador macroeconómico más relevante para medir el desempeño de un país en un largo plazo es el crecimiento. El registro negativo sexenal reflejará claramente el fracaso de AMLO.
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