Autor desconocido *
Con la pobreza y desigualdad que crecen en el mundo, la agresión rusa a Ucrania, el Covid que no da tregua, la Viruela del Mono, el cambio climático, los millones de refugiados que por causas diversas abandonan sus casas, la inflación galopante, los conflictos latentes o visibles en muchos países y los pleitos de López Obrador con media humanidad, como que no están las cosas para ponerme a escribir de camisetas de algodón.
Pero me preocupó un artículo de Alden Wicker, Emily Schmall, Suhasini Raj y Elizabeth Paton publicado en The New York Times el pasado 16 de febrero, porque odio las telas y prendas de hilos artificiales y como, además, me dan comezón, reviso siempre las etiquetas para checar si fueron confeccionadas con fibras naturales.
Y hasta sentía que ayudaba al planeta usando ropa menos contaminante.
Pero resulta que según el reportaje “esa camiseta de algodón orgánico no es lo que parece”.
Porque la demanda de algodón cultivado sin pesticidas, fertilizantes ni semillas modificadas, “ha creado un mercado fraudulento de certificación en la India”, país que produce la mitad del suministro mundial.
Las marcas venden la ropa de algodón orgánico en bastante más que la de algodón convencional, porque sus etiquetas precisan que fue cultivado sin pesticidas ni semillas genéticamente modificadas, pero solo es un anzuelo; porque gran parte del algodón orgánico que llega a las tiendas quizá no sea realmente orgánico.
Textile Exchange, uno de los principales promotores de la agricultura ecológica, informó que la producción de algodón orgánico de la India creció un 48 por ciento en el último año, a pesar de la pandemia.
Sin embargo, quienes lo cultivan, procesan y abastecen, aseguran que gran parte de ese crecimiento es falso y que su sistema de certificación se presta para el fraude.
Las empresas que aseguran a los consumidores que el material que venden es “orgánico”, confían en los sellos oficiales que colocan intermediarias basadas en informes de organismos locales poco claros y que fueron solo una vez al año a las fábricas y pocas veces a los campos agrícolas.
Por lo que la credibilidad de las agencias inspectoras ha disminuido y desde hace pocos meses, la Unión Europea no considera las exportaciones ecológicas procedentes de la India, como algodón ecológico.
El artículo agrega, que Crispin Argento, fundador y director general de Sourcery, pequeña consultoría que ayuda a las grandes marcas a abastecerse de algodón orgánico, ha pasado el último año buscándolo y aseguró a The New York Times, que los proveedores desaparecen cuando les pide pruebas de autenticidad.
Por lo que calcula que más de la mitad de lo que se vende como algodón orgánico, no es auténtico.
Esta industria estaba en crisis por el Covid, pero la situación se mantenía en privado para evitar que colapsara y perjudicara al pequeño grupo de agricultores que lo cultivan.
Pero ante las acusaciones, muchas empresas relacionadas con la moda y sus proveedores están admitiendo que el sistema, “no era perfecto”.
Una de ellas, Eileen Fisher, cogió al toro por los cuernos al publicar en su página web que el algodón ‘orgánico’ que se vende cada año, supera en mucho la cantidad que realmente se cultiva.
“El algodón es lo que nos da la vida y lo que permite a mi familia comer y educarse.”, dijo a los reporteros del diario mencionado Niyaj Ali, de 60 años y agricultor en Chandanpuri.
Y les contó que hace cuatro años llegaron a su pueblo empleados de la fundación suiza bioRe, creada para apoyar el cultivo de algodón orgánico en Madhya Pradesh, comprometiéndose a comprarles toda su producción si aceptaban cultivar algodón ecológico.
Prometieron también, dotarlos de buenas semillas y darles capacitación para fabricar insecticida y abonos orgánicos, con hierbas locales y estiércol animal.
Ali y otros nueve agricultores aceptaron encantados.
Y hace 3 años Alí empezó a convertir su granja de cuatro hectáreas de algodón convencional en orgánico.
Finalmente, este otoño recogió su primera cosecha, pero los costos de las semillas y la mano de obra superaron las primas que le pagó bioRe y ganó casi un 28 por ciento menos, que con el algodón convencional.
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