Conferencia del historiador Octavio Spíndola Zago
Por Norma L. Vázquez Alanís
(Primera de dos partes)
La inmigración italiana fue muy insignificante en la historia de México si se le compara con otros flujos migratorios, pero dejó huella pues contribuyó a la vida cultural, política y económica del país, expuso Octavio Spíndola Zago, historiador por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
En una charla titulada “Proyectos de colonización: inmigración italiana siglos XVII-XX” que ofreció en el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM), el especialista en historia de la cultura política moderna y contemporánea en Latinoamérica presentó un panorama sobre la inmigración italiana al país.
Mencionó desde quienes llegaron con Hernán Cortés, hasta los que vinieron en la primera mitad del siglo XX, así como los proyectos de colonización que hubo durante el interinato de Manuel González, cuando el Ministerio de Fomento era encabezado por Carlos Pacheco Villalobos en el periodo 1881-83.
La ‘Fernández Leal’, hoy pueblo de Chipilo, en Puebla, es la única que sobrevive de las seis colonias de agricultores extranjeros establecidas con el propósito de “importar campesinos europeos que blanquearan la población (el gran sueño al que después dio forma José Vasconcelos en su libro ‘La raza cósmica’) y le enseñaran al indio mexicano cómo trabajar la tierra”, porque en el siglo XIX se consideraba que el natural de México no sabía hacerlo.
La mayoría de los italianos que emigraron a México venían del septentrión transalpino, o sea la parte norte de Italia que de los siglos XVI al XVIII se conoció como la gran Lombardía. Y fue hasta la segunda mitad del siglo XIX y ya bien entrado el XX, cuando el flujo migratorio sufrió una inversión debido al proceso de industrialización del norte de Italia, mientras el sur vivió el atraso del campo y se convirtió en expulsor de labriegos.
Pero se trató de un flujo a cuentagotas, muy escaso si se compara con los demás extranjeros que llegaron a México. Las cifras lo demuestran: llegaron dos mil 400 alemanes, tres mil ingleses, 13 mil 700 españoles, ocho mil franceses y sólo dos mil italianos. En consecuencia, existe poca información relacionada con la inmigración italiana, que además no generó sociabilidades y asociaciones de cooperación aquí, como sí los habían hecho españoles y franceses que, cuando llegaban al país, encontraban toda una red en la cual podían insertarse.
Primeros italianos en territorio mesoamericano
Spíndola Zago aclaró que usaría en su charla el término “italianos” por economía de lenguaje, pero según la precisión conceptual éste sólo se puede emplear a partir de 1881cuando los Estados Pontificios se incorporaron formalmente a la Casa de Saboya, la cual llevó a cabo la unificación de la península itálica.
En ese entendido, dijo que los primeros italianos que desembarcaron en territorio mesoamericano lo hicieron con Hernán Cortés y su huella se puede rastrear en las ‘Cartas de Relación’ del conquistador, en la ‘Historia verdadera de la conquista de la Nueva España’ de Bernal Díaz del Castillo, en la ‘Historia de las Indias y conquista de México’ de Francisco López de Gómara y en el Archivo General de Simancas, en Valladolid, así como en el Archivo General de Indias en Sevilla, donde muchos de sus documentos ya pueden consultarse en formato digital.
Citó al historiador italiano Antonio Peconi, investigador de la migración, quien sostiene que junto con Cortés desembarcaron castellanos, extremeños, leoneses, portugueses, gallegos, asturianos, vascos, así como otros procedentes de Italia y de otras 14 naciones, por lo cual la conquista del imperio de Moctezuma en realidad la llevaron a cabo fuerzas aliadas de la vieja Europa y no sólo los peninsulares.
Como los Habsburgo eran muy desordenados en términos administrativos, el primer censo en Nueva España se hizo en 1795-96 cuando los Borbones llegaron al trono. Según esos documentos el primero de los italianos fue Vicencio Corzo, conquistador y encomendero de Tamantli en el arzobispado del Estado de México.
Aparecen también Bartolomé de Chavarín, un genovés al que se cita así en las ‘Cartas de Relación’: “fue jinete en la conquista de la Tenochtitlan, lleva tres caballos, una cota de malla, un per punto de malla, casco, gorguera, yelmo y armas, en retribución se le otorgó encomienda en Jiquilpan, Jalisco”; Giovanni Bautista de Grimaldo, un artillero genovés, presente en la toma de Tenochtitlan a quien se le asignó una encomienda en Pánuco y se avecindó en Colima, y Juan Siciliano, artillero combatiente en 1521 y dueño de una rica mina de plata en Pachuca llamada ´La siciliana’ en cuyo hundimiento falleció.
Los primeros
impresores fueron italianos
El oficio de impresor de textos -refirió el conferencista- tuvo en Nueva España el sello característico de los italianos, quienes trajeron a América el elemento cultural que reavivó o caracterizó la vida cultural y artística del virreinato.
Giovanni Paoli (Juan Pablos), procedente de Lombardía, fue el primer impresor en el continente y se instaló en la ciudad de México en 1539 con permiso de establecer tipografía. En ese mismo año publicó ‘La breve y más compendiosa doctrina cristiana en lengua mexicana y castellana’, y en 1544 editó ‘La doctrina breve’ del obispo Juan de Zumárraga, y la ‘Doctrina cristiana para instrucción de indios por la manera de Historia’ de fray Pedro de Córdoba.
Otro impresor fue Antonio Ricciardi, quien abrió el cuarto taller tipográfico de Nueva España y se convirtió en predilecto de los jesuitas, quienes le mandaban imprimir todos los documentos requeridos para la catequesis. En 1577 imprimió ‘Los emblemas de Alciato’ y ‘Los tristes’ de Ovidio, en 1579 ‘De Constructione octo partium orationis’ de Manuel Álvarez, además de la ‘Introducción en la dialéctica de Aristóteles’ de Francisco de Toledo y el ‘Tratado de la esfera’ de Francisco Maurolico.
(Concluirá)
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