AMLO se convirtió en todo lo que prometió combatir en México
Por Carlos Loret de Mola A.
Columnista, Post Opinión
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, acaba de tomar una decisión política y jurídica que descubre ante el mundo su verdadera imagen. La Secretaría de la Función Pública (SFP), encargada del combate a la corrupción, dio a conocer el resultado de las investigaciones a Manuel Bartlett, director general de la Comisión Federal de Electricidad: no incurrió en conflicto de interés ni en enriquecimiento oculto. En realidad, usaron argucias legales para disculparlo.
Al exonerar oficialmente a Bartlett —el político mexicano que mejor encarna al viejo sistema corrupto y autoritario— López Obrador pasó a formar parte de una larga lista de líderes latinoamericanos que se autoproclaman adalides en contra la corrupción, pero que apenas llegaron al poder se convirtieron en cómplices y encubridores.
Barttlet es un viejo político involucrado en muchos escándalos previos en México. Después de que, en el programa de radio que conduzco, la periodista Arelí Quintero diera a conocer dos investigaciones, Bartlett Bienes Raíces y Bartlett S.A. de C.V., la SFP recibió 33 denuncias contra el funcionario.
El gobierno entregó, a cambio, una simulación de investigación sobre la red de propiedades y empresas familiares que ocultan la fortuna acumulada por Bartlett. Pese a evidentes irregularidades y violaciones a la ley en el caso, el gobierno dijo que no encontró falta alguna en su proceder y todas las denuncias se desestimaron.
El presidente había anticipado este resultado desde el día que se publicó el primer reportaje: consideró a Bartlett inocente de cualquier acción indebida y dijo que enfrentaba “una campaña en su contra por parte de los conservadores”.
López Obrador se derrotó a sí mismo al avalar la farsa de investigación. Política y jurídicamente su gobierno ya es, de manera oficial, cómplice de Bartlett, quien tiene un historial político negro que va desde acusaciones de fraudes electorales hasta el asesinato y desaparición de personas. Con su exoneración, el presidente de México tiró a la basura su discurso de los últimos 18 años.
López Obrador llegó al poder, en su tercera elección como candidato presidencial, con la imagen de ser un líder antisistema, el hombre que iba a limpiar la corrupción en México. Ese ha sido uno de sus lemas y promesas principales, en un país cansado de saqueos gubernamentales. Pero lo que ha hecho desde entonces lo ubica más bien como un presidente del viejo régimen, ese que prometió combatir.
Ha repartido contratos y elogios, y se ha sentado a la mesa de la misma élite empresarial a la que fustigó previamente en todas sus campañas electorales. Se ha empeñado en construir un sistema clientelar electoral con el presupuesto federal destinado al combate a la pobreza. Está decidido a debilitar todos los contrapesos democráticos, y se encuentra atrapado en una economía con crecimiento cero. Las condiciones de inseguridad no sólo no se han resuelto sino que han empeorado, y él se empecina en seguir la misma estrategia fallida.
Además de todo ello, está resuelto a encubrir sin empacho la corrupción de sus colaboradores y aliados políticos. Hace un par de meses el presidente advirtió a los corruptos: “Ríndanse, los tenemos rodeados”. Su administración está llena de retórica, discursos y palabras grandilocuentes que no se cumplen en los hechos.
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