Construir ciudadanía
Por Francisco Ruiz*
Dignidad, honor, integridad, templanza y mesura son valores que parecieran estar en desuso; por lo menos en la cotidianidad de nuestras conversaciones se han vuelto palabras cada vez menos pronunciadas. Partiendo del principio de que: “Lo que no se pronuncia, no existe”, resulta inequívoco considerar que la aplicación de dichos preceptos en nuestra vida diaria es realmente necesaria para nuestro mejoramiento como sociedad.
Si utilizamos la alegoría de la construcción de una casa o edificio, es inevitable advertir que los cimientos son el punto de partida, sostén y eje central de cualquier edificación. Así mismo, nuestros cimientos como ciudadanos son el pilar de toda colectividad. De tal suerte que, entre más sólidos sean, mayor será la resistencia, duración y estabilidad de un edificio denominado “sociedad”.
Tener como filosofía que la solución a los problemas sociales o embates naturales que enfrenta toda población son responsabilidad exclusiva de un ente denominado “gobierno”, no abona mucho. Observarse a sí mismo como un elemento ajeno a la composición social no sólo resulta ilógico sino estéril. Lo explicó bien Aristóteles: el ser humano es un animal racional, social por naturaleza y político por necesidad.
Ahora bien, para darle crédito a dicha apología, se requiere comprender mejor qué es la política. Existen un sinfín de definiciones sobre dicho precepto. Desde el más ambiguo hasta el más complejo. Del sencillo al abstracto. Sin embargo, si en algo han de coincidir prácticamente todos los significados que se le atribuyen a la palabra “política”, es en tres elementos: orden, funcionamiento y bien común. De ahí que la política, a pesar del enorme descrédito por el que desde hace tiempo atraviesa, es más noble y esencial de lo que aparentemente se piensa.
Insistiré, como lo he venido haciendo desde hace mucho tiempo ya, en que la política por sí misma se encuentra inmaculada, es decir, se conserva intachable. Aunque, también es justo reconocer que la actuación de quienes, por inexperiencia, falta de preparación o abuso flagrante, ofrecen resultados pírricos o adversos a la comunidad, han provocado no sólo la incredulidad sino el rechazo de la gente.
Entonces, ¿qué hacer? Parece tan simple que es sumamente complejo. Cómo decimos los mexicanos: “Tomar al toro por los cuernos”, y no lo digo literalmente. Si bien la construcción de la ciudadanía amerita de guía, de conducción, la cual, como decía el expresidente argentino Juan Domingo Perón: “…es un arte, como la pintura o como la escultura, que tiene su técnica y tiene su teoría. Con la teoría y la técnica se puede hacer un buen cuadro, como se puede hacer una buena escultura. Indudablemente que, si se quiere una Cena de Leonardo, una Piedad de Miguel Ángel, sería necesario un Leonardo y Miguel Ángel; porque la técnica y la teoría es la parte inerte del arte, la parte vital es el artista. De manera que, siendo la conducción un arte, es necesario preparar a un artista dándole la técnica y dándole la teoría. La conducción política obedece a las mismas leyes de las demás artes…Indudablemente que, de la clase de conductor que se tenga, depende, en gran medida, el éxito al que debe aspirarse…”. Por tanto, no puede, ni debe, dejarse de lado la imperiosa necesidad de asumir nuestro rol como ciudadanos.
Estamos por finalizar octubre, el décimo mes del año, pero el primero de la nueva administración federal y de muchas locales, sin embargo, es fundamental tener muy presente que la oportunidad para construir una mejor ciudadanía es permanente y, lo más importante, es nuestra.
Post scriptum: “Al conquistar nuestras libertades hemos conquistado una nueva arma; esa arma es el voto”, Francisco I. Madero.
*El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).
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