Por David Ordaz
Hay que decirlo por sus nombres: Ricardo Monreal, Adán Augusto López, Sergio Gutiérrez Luna y Gerardo Fernández Noroña se están convirtiendo en los cuatro jinetes del apocalipsis para Claudia Sheinbaum.
Son estos cuatro, presidentes de las Mesas Directivas y líderes de las bancadas de Morena en el Legislativo, quienes están generando mucho ruido en el incipiente gobierno y enlodando los 100 días de la primera presidenta de México, endilgándole un costo político que todavía no alcanza a vislumbrar el alcance de sus consecuencias.
El debate sobre una Reforma Judicial aprobada al vapor, mal planeada, con enormes lagunas y franca ignorancia, torpeza y/o cinismo, lo que está provocando es un golpe directo a la credibilidad y gobernabilidad de una presidenta que, por su lado, está dando muestras de apertura y orden en su estilo personal de gobernar.
Los cuatro impulsores de la “supremacía constitucional”, están poniendo a prueba a Sheinbaum, queriendo librarse de una bomba de tiempo impuesta por Andrés Manuel López Obrador con locuras como la modificación del artículo 1 de la Constitución, buscando no aplicar el control de convencionalidad cuando algún artículo contravenga tratados internacionales, como es el caso de la prisión preventiva oficiosa o la incorporación de un artículo que impediría que los juicios de amparo, controversias y acciones de inconstitucionalidad se presentaran contra reformas y adhesiones constitucionales.
No hace mucho en este mismo espacio escribíamos que ante la falta de una oposición real, la batalla que tendría que enfrentar el nuevo gobierno era contra el mismo movimiento “transformador”. Está claro que, con la salida de López Obrador, Morena comenzaría a resquebrajarse y las luchas internas serían las que generarían ruido en Palacio Nacional.
Con una presidenta de partido enfocada en recorrer el país para afiliar adeptos, gobernadoras y gobernadores que por amiguismo y “vínculos” llegaron al poder y por incapacidad no han sabido enfrentar los retos, principalmente al crimen organizado, ‘el segundo piso de la transformación’ tiene que sortear su estrategia entre empezar como un gobierno innovador y echado para adelante y poner la cara en una crisis tras otra.
Lo que hace unos meses era fiesta y algarabía, hoy es evidencia de incompetencia y ambición. Lo que hoy vemos es la reconfiguración del poder político dentro del mismo partido gobernante, generando, un día tras otro, una afrenta a la presidenta.
Mención aparte merece la narrativa oficial y sus cajas de resonancia que insisten en el pretexto de la mayoría y de que es el ‘pueblo’, el que ahora decide, cuando hasta ahora, parte de ese pueblo sigue del otro lado de las vallas, peleando por sus empleos o escondiéndose por autoimpuestos toques de queda debido al miedo de balaceras, inseguridad y bombazos, que deberían ser las verdaderas prioridades.
“El pretexto de la mayoría, en análisis y debates, se desgarran las vestiduras intentando entender porque hay quienes se oponen y critican a esas decisiones si fue el mismo ‘pueblo’, quien dio su beneplácito y esa es razón suficiente para pasar por encima de todo y de todos”.
En los próximos días veremos si la presidenta Sheinbaum será capaz de controlar el fuego amigo que viene de su propio partido.
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