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Secuestrada, Olivia vuelve mentalmente a  casa en novela de Aureliano Castillo León

Por Norma L. Vázquez Alanís

Un monologo interior perpetuo, delirante, circular, obsesivo, paranoico, esquizofrénico. La lucha del ser consigo mismo por encontrar una respuesta a sus interminables dudas existenciales, son elementos centrales en la estructura de la novela Olivia vuelve a Casa, última entrega de la Tetralogía del Dolor, del escritor mexicano Aureliano Castillo León (Xalapa, Veracruz, 1989).

Un texto breve de 74 páginas, pero muy intenso y que seguramente no dejará indiferente a ningún lector porque Aureliano Castillo León, este maestro en Filosofía (próximo a doctorarse), actor, dramaturgo, novelista, director y profesor tanto de teatro como de doblaje, se caracteriza por llevar a lector al paroxismo de la angustia y la ansiedad.

Su literatura escudriña en el fondo de las relaciones humanas y se regocija en el manejo de situaciones que llegan a alterar el temple del lector, como sucede con Olivia vuelve a Casa (Natura y Ficción-libros, México, 2021), que es más un momento que una historia, una narración en la que no se encontrará necesariamente una trama o una anécdota compleja pues se trata de una disquisición interna entre el fluir de la conciencia y el soliloquio.

El argumento gira alrededor de un vínculo tóxico, codependiente del que Olivia, la protagonista, pretende liberarse a través de un análisis mental de la razón que le impide tomar una acción -aun teniendo oportunidades- contra los sujetos que la raptaron en su estado natal cuando tenía 14 años.

Este hecho nos remite a La verdadera cruz (Estado de secuestro), otra novela de la tetralogía en la que el autor relata como en una ráfaga el momento en que de una camioneta negra bajan varios tipos vestidos de civil, encapuchados y con armas de grueso calibre para levantar a dos adolescentes, a quienes suben por la fuerza al vehículo; sus familias quizá no volverían a saber de su paradero.

Una de esas muchachas era Olivia, quien no tuvo la suerte, o el valor, de escapar como lo hizo su amiga que la acompañaba esa tarde y quien sí pudo regresar con su madre, pero que nunca se atrevió a hablar sobre el lugar a donde fueron llevadas.

Después de muchos años, ni ella misma recuerda cuántos, Olivia trae a su memoria, como seguramente lo había hecho ya tantas veces, este suceso que marcó su vida, al igual que cuando tenía seis años y otro incidente llenó su mente de culpa, pero sobre todo de repulsión. Su imagen siendo arrojada como si fuera un bulto en la cajuela de ese vehículo, que olía a sangre seca, y luego presentada ante su captor, continuaba golpeándole el cerebro.

La indiferencia de ella provoca un incremento del deseo sexual de su raptor, a quien el lector sólo conocerá como “el cerdo”, un hombre poderoso que se sintió irrefrenablemente atraído por aquella casi niña desde que la vio, hecho considerado por Olivia como el motivo que le ha permitido conservar la vida, pues ha visto desfilar un sinnúmero de chicas que también fueron “levantadas” y luego simplemente desaparecieron.

En esta narración, el escritor nos adentra en el alma de un personaje que depende psicológicamente de “el cerdo” porque es quien la ha visto crecer y de alguna manera se ha convertido en su familia, al igual que sus custodios, quienes la respetan porque es “la señora del patrón” y a los cuales el lector solamente conoce por sus apodos.

Finalmente, Olivia se da cuenta que la parálisis para actuar contra sus vigilantes no la provoca el miedo, sino el dolor acumulado a lo largo de su vida, y como ella es uno de los inmunes a la pandemia que llenaba de pústulas, deformidades y mucho rencor a los afectados, es liberada de esa carga negativa por su propia mente, que la empuja entre titubeos y desconfianza a encontrar el camino de una metafórica vuelta a casa.

Y así, al liberarse de sus secuestradores Olivia rescató a sus congéneres del yugo del dolor que los controlaba cual marionetas para cerrar el círculo de historias concurrentes de estas cuatro novelas sobre ese poderoso sentimiento que es el dolor.

Además, ella es pieza fundamental del engranaje que constituye el capítulo final de la novela de terror cósmico Inmune, en la cual Aureliano Castillo León involucra de alguna manera a todos los personajes centrales de esta tetralogía, que culmina con el poder mental de Olivia para volver a juntar cuerpo y mente en una sola esencia a fin de lograr de nuevo el justo equilibrio entre ambos.

Quien no haya leído Inmune quizá interprete de otra manera la conclusión de la novela Olivia vuelve a Casa o le parezca una narración disparatada.

Post Scrpitum

Aureliano Castillo León es un narrador cuyas temáticas son poco comunes en la literatura, especialmente en la nacional, pues están siempre vinculadas a referencias filosóficas, culturales o literarias que demandan del lector cierta preparación intelectual, pero también mental porque plantea retos que parecen inexplicables en textos reflexivos en los que pretende capturar la esencia del pensamiento, emociones y destino de la naturaleza humana.

En 2001 ganó el premio de cuento “Alas y raíces a los niños veracruzanos” otorgado por CONACULTA-IVEC; en 2009 obtuvo el galardón a la mejor puesta en escena por su montaje en Xalapa, Veracruz, de La fábrica de los juguetes del autor Jesús González Dávila, y desde 2007 imparte talleres de actuación, cuento y guion.

Hasta ahora tiene publicadas y traducidas al inglés las cuatro novelas dedicadas al dolor y las obras de teatro Sólo por preguntar, Tres momentos hacia la esperanza, El dramaturgo y la puta, así como una compilación de teatro titulada Adiós.

Castillo León publica a través de la plataforma de Amazon, por lo que pide al público: “Su tiraje depende de ti, lector, porque se imprime bajo demanda. No lo copies; recomiéndalo”.

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