Por unas horas, tres mujeres principalísimas enaltecieron a la política mexicana ante las infamias de los mariscales de las guerras sucias
Por Juan Pablo Becerra Acosta
El miércoles pasado la escritora Beatriz Gutiérrez Müller posteó en Facebook un texto muy estimable:
“Defiendo y defenderé el derecho que tienen los familiares de políticos a ser respetados en su persona y vida privada. Por más que quieran vincular (de un lado u otro) a los consanguíneos para beneficiar o perjudicar a alguien por cuestiones políticas, el problema no es con ellos. Los padres, los hijos, los familiares NO somos responsables de los actos de ellos; solo de los nuestros. Cuando somos mayores de edad, cada cual también debe ser consecuente de los suyos. Los niños y menores están todavía más aparte. Es abominable que ataquen a estos últimos.
“Los errores, las equivocaciones o delitos de alguien de la familia, así como sus aciertos, victorias o magnanimidades no son transferibles ni hereditarias, creo, en ningún lugar del mundo. En México, segura de que no.”
Enseguida, tecleó:
“Un favor a los políticos en campaña y a sus equipos: jueguen limpio. Quizá es mucho pedir. Pero, como mexicana, rechazo que los familiares sigan siendo “daños colaterales”.
“Saludo y abrazo a Juan Pablo: como adulto, igual que yo, lo que tengas que corregir que te lo dicte tu propia conciencia, como debe ser. Que te vaya bien en la vida es mi deseo.
“Reciban todas estas víctimas mi solidaridad. ¡Basta!”.
En medio de tanta suciedad lanzada por los partidos y esparcida a través del gigantesco ventilador de excrecencias políticas que son las campañas, Beatriz, esposa de Andrés Manuel López Obrador, tuvo un gesto de enorme altura política al salir a defender al hijo de Xóchitl Gálvez (Juan Pablo), un joven veinteañero que horas antes había sido linchado en redes sociales por un video, grabado el año pasado, donde se le ve afuera de un antro chilango, aparentemente ebrio, con actitudes violentas, groseras, racistas, machistas. Mal, pues. Como dicen los chavos, “mala copeó gacho”.
Y por ello, el joven fue objeto de todo tipo de vejaciones en las malditas redes sociales, pero no sólo él, también su mamá. La ruindad de quien filtró ese video (me aseguran que fue “un queda bien” de Morena para “agradar” a su candidata presidencial) sólo es equiparable a la perversidad de quienes lo usaron durante horas para desprestigiar a una madre, a Xóchitl.
La santurronería de los fans de Morena los retrata de cuerpo entero. Ellos, los impolutos, nunca se emborracharon de jóvenes; ellos, los pechoños, jamás se dieron un toque, ni le jalaron a una raya de coca, mucho menos se atascaron de hongos y peyote, ¿verdad? Nunca tuvieron un desliz, el menor arrebato, un arranque prepotente, un modo machista ni racista. Nada, ellos son una infalible secta divina.
¿Qué pasó después, este viernes? Los otros, los priistas-panistas-perredistas sacaron su propia vileza y filtraron un video donde aparentemente (la imagen es confusa) el hijo menor de AMLO se expresa de forma muy denigrante sobre las mujeres. Horrible. Y entonces, a darle, a escupirle, a patearlo en las redes.
Coincido con Beatriz: bájenle a su miseria.
Xóchitl, ante el texto de Gutiérrez Müller, reaccionó con gran dignidad y elegancia:
“Para una madre siempre son momentos difíciles cuando sus hijos cometen errores. Agradezco tus palabras de solidaridad, Beatriz Gutiérrez Müller”, tuiteó.
Claudia Sheinbaum se comportó igual, decentemente:
“Mi postura es que, con los hijos, no. Quienes estamos en la contienda somos las candidatas y el candidato. Y la contienda es un asunto (…) de quienes participamos, pero no de los familiares. Entonces yo no estoy de acuerdo en que quien haya utilizado, quien haya puesto este video lo utilice como parte de la contienda”.
Por unas horas, tres mujeres principalísimas enaltecieron a la política mexicana ante las infamias de los mariscales de las guerras sucias, los generales de las campañas negras.
Ojalá el debate de mañana sea duro y de contrastes, como en cualquier buena democracia, pero sin malas entrañas.
Ojalá.
BAJO FONDO
Llego a mi casa, me hago de cenar, y enciendo el televisor. En pantalla hay una mesa de debates con periodistas muy respetables, inteligentes, articulados. Bueno, todos, menos uno. El tema que abordan es el que acabo de desarrollar: el video del hijo de Xóchitl. Todos censuran la inmundicia política, las cloacas electorales, la maldad de quienes orquestan este tipo de trapacerías, que no aportan absolutamente nada a un elector medianamente informado. Nada. No le dan argumentos para optar por una u otra candidata. No le dan razones para descarta a una u otra. Ni un motivo. Es la escuela gringa de la basura electoral. Todos los colegas repudian esas estrategias. Ok, no todos: el uno, no lo hace. Él dice que es lo normal, que es lo que se ocupa en las campañas. Que es lo que hay. Que hay que vivir con ello. La vieja escuela, el viejo régimen. Una colega, muy bien valorada ella, dice que no, que nada de tomar eso como la normalidad democrática. Que hay que denunciarlo y combatirlo. Y claro, tiene razón, muchísima razón: así fue como fuimos normalizando la violencia, por esa desfachatez y ese cinismo de políticos y no pocos comunicadores de la era priista que, afortunadamente, cada vez son menos.
TRASFONDO
Los malvados son tan malvados que creen que sus perpetraciones son buenas.
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