Por María Antonieta Flores Astorga
En el mundo real sucede en ese cálido espacio donde están los que dicen amarlos: el hogar. Los familiares son los principales abusadores sexuales. Es en casa, donde se está cometiendo el grueso de estos delitos en una estadística que no se mueve mucho, entre el 70 y 90% de los casos contra niños, niñas y adolescentes.
Desde hace más de diez años, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, OCDE, ha venido afirmando que México ocupa el primer lugar en el mundo, en abuso sexual contra menores. Este año 2023, sigue nuestro país en ese ominoso lugar entre las naciones. Otros organismos señalan que también en el rubro de la producción y exportación de material de abuso sexual contra menores (MASI), México está en los primeros lugares.
En mi libro: La Bestia Que Devora A Los Niños, hago un recuento de la terrible experiencia que ha azotado a más de 22 millones de personas en México, según la Fundación PAS, (Prevención de Abuso Sexual). Pero no se trata solamente de un recuento de daños, ni de repartir culpas. Se trata de poner sobre la mesa, la responsabilidad que tenemos todos, como sociedad, de proteger a nuestra infancia.
Los traumas que provoca el abuso sexual infantil, ASI, en la psique infantil, pueden resultar fatales, al sumirlos en la depresión, en la tristeza, alterándolo todo, dejándoles desajustes difíciles de arreglar, y que, a tientas, los niños tratan de entender.
Y no es que nuestro país sea una tierra de pederastas. Lo que pasa es que en México se ha encontrado un campo fértil para vender, traficar, abusar y maltratar a los menores, creándose con ello, un ambiente de normalización. A los pederastas se les hace sencillo secuestrar, maltratar, manipular a los menores, hasta convertirlos en víctimas de su propio deleite y aprovecharlos luego como mercancía. Todo, porque hay un entorno de impunidad generalizada. No es que el Estado, esté permitiendo el abuso sexual infantil, sino que poco está haciendo para frenarlo.
De ahí la necesidad de blindar a los menores contra ese infame delito que causa hasta 600 mil víctimas cada año, de las cuales, la constante es el silencio.
Los niños callan, los padres voltean a otro lado, mientras esos depredadores sexuales no descansan, engordando uno de los negocios más lucrativos en el mundo cibernético, que está entre los tres primeros lugares entre los delitos de la WEB. Porque los pederastas están migrando a las redes sociales, donde fácilmente atrapan a los niños, niñas y adolescentes (NNA), quienes están convencidos que ese nuevo amigo, amiga, es otro niño, niña, que le ofrece confianza, seguridad, cariño, sin saber que es un adulto atrás de ese perfil. Con la escasa, o nula supervisión de los padres, sin filtros adecuados, miles de niños los están convirtiendo en víctimas, seduciéndolos a través de internet.
Que, en el kínder de Sonora, o de un rincón de la Ribera de Chapala, maestras desalmadas, hayan abusado de los más pequeños, esos que apenas saben articular una oración, no se dio por generación espontánea, no. Las retorcidas mentes como la de esas mujeres que hicieron de sus alumnos, juguetes sexuales, no se esconden en pueblos como ese de San Nicolás de Ibarra, de menos de dos mil habitantes, tampoco. Aparecen en escuelas de todo el país, atacando la inocencia de los menores, continuadamente, hasta que alguien prende la mecha, y lo denuncia. Y peor aún, lo que captaron maestras y cómplices en sus video cámaras, no se quedó ahí, anda pululando por los bajos mundos, como un producto comercial más, del negocio de la pederastia.
Los menores, primero, no saben defenderse, segundo, nadie les habló jamás en casa de que había que impedir que alguien tocara su cuerpo, sea el padre, la maestra, el maestro, el tío, nadie. Ese tabú de hablar de sexo, persiste y así las prácticas se perpetúan.
Que los NNA sean víctimas sexuales en línea hace que éste, no se convierta en un problema local, nacional, sino global, internacional. Ya no hay fronteras en esa geografía delictiva, llega a todas partes. Hoy la producción, exportación, venta y demanda de fotos y videos de lo que se cataloga como MASI, está esparciéndose al mundo entero, aunque haya sucedido en el poblado más recóndito del planeta. Al no ser detectado por las autoridades, está circulando, compartiéndose, hasta quedar en los lugares más profundos de la red, silenciosamente.
Si en el menor de los casos, el miedo, la desconfianza hacia las autoridades desanima a acudir a interponer una denuncia, en el peor de los casos, los padres, que, sí se han atrevido a iniciar un proceso judicial, se quedan impotentes, esperando que la justicia haga su parte. Solamente un porcentaje del 1% por ciento, se consigue llevar a los victimarios a la cárcel. Muy pocos de los pederastas son detenidos, enjuiciados y condenados a largos años de cautiverio. Dejándolos a su arbitrio, para que sigan persiguiendo a los menores, sin tropiezos.
¿Por qué esto que describo en el libro es terrible, aterrador, espantoso? Por todo lo que se desprende después, que puede llevar al desquiciamiento total, al aislamiento social, de los menores. Porque esa experiencia los marca para siempre, acompañándolos todos los días, como una segunda naturaleza.
Si bien duele hablar del ASI, no podemos hacernos a un lado. Es necesario que se hable a los menores, en casa, en las escuelas, porque hay una tribu enorme de desquiciados sexuales que los está acosando, sin que nadie de percate. Hay una cadena de desvaríos que se desprende de ese delito, desde secuestros, trata de personas, hasta desaparición de menores.
A través de las páginas del libro, doy a los padres una guía de cómo detectar si su menor está siendo víctima del ASI, y de qué hacer cuando lo descubren. Qué hacer cuando tú, usuario de internet, te has dado cuenta de páginas de MASI, dónde denunciar, cómo denunciar y sobre todo, cómo apoyar a esos pequeños que cayeron en las redes de esos depredadores.
No le tengamos miedo al tema. Vamos cuidando que nuestro entorno, nuestro metro cuadrado donde nos tocó vivir, esté alerta y libre del ASI. Una lucha que apenas inicia. Únete a este movimiento #YoTeCuido. Salvemos a nuestros pequeños.
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