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Arzobispos y Virreyes

Por Roberto Abe Camil

La constitución del virreinato de la Nueva España significó una presencia preponderante de la iglesia católica en la vida de la nación mexicana que surgió de las ruinas de la gran Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521. Sin menoscabo de nuestra riquísima aportación precortesiana en todos los campos, la cual marca sin duda nuestra identidad, es importante también reconocer los aportes de la evangelización. No en vano el Papa Juan XXIII, hombre de cualidades excepcionales que le han valido en la iglesia católica llegar a los altares en 2014, acuñó la frase de que “la iglesia civilizó evangelizando”.

En la Nueva España aplicó lo dicho por Angelo Roncalli, pues La cruz remplazó a la espada y pronto Fray Martin de Valencia con sus “Doce Apóstoles de la Nueva España” y los religiosos que los sucedieron lograron más allá de las muy personales y respetables cuestiones de fe, amalgamar a la vigorosa nación mestiza.

Los ejemplos son muchos y ríos de tinta no serían suficientes para dar cuenta de ello, basta por mencionar al insigne Toribio de Benavente, uno de los “Doce Apóstoles” originales, celebre no solo por su labor como historiador y fundador de ciudades como la Puebla de los Ángeles, sino por su decidida labor como defensor de los indígenas o naturales, no en vano adoptó el sobrenombre de “Motolinia” que en náhuatl significa “el que es pobre o se aflige”.

Otros referentes los representan Fray Bartolomé de las Casas primer Obispo de Chiapas quien defendió en Sevilla en 1552 al Cacique Francisco de Tenamaxtle sentando el primer precedente de Derechos Humanos en lo que hoy es México o al muy popular Beato Fray Sebastián de Aparicio, franciscano como Motolinia quien pasó por Santiago de Tlatelolco y después por Puebla, donde falleció en 1600 a la asombrosa edad de 98 años y donde actualmente se exhibe su cuerpo incorrupto siendo muy venerado, Fray Sebastián a su vez fue uno de los precursores de los caminos en México.

Al ser una institución de primer orden en la vida y sociedad novohispana, la iglesia se erigió en la primera entidad económica del virreinato y principal terrateniente, amasando una riqueza inagotable y el clero un poder sin límites.

Todo lo anterior ha significado que el poder terrenal de la iglesia en la historia de México ha sido una realidad, incluso ha desembocado en fuertes enfrentamientos con el poder civil que no se han limitado a Juárez expropiando los bienes inmuebles del clero sino a un conflicto armado como ocurrió en la sangrienta “Cristiada” en tiempos de Plutarco Elías Calles durante la segunda década del siglo pasado.

Sin embargo, a lo largo del virreinato la corona no tuvo reparos en compartir el poder con el clero, y es aquí donde Arzobispos Primados de México fueron a su vez Virreyes de la Nueva España.

La Catedral Metropolitana en la Ciudad de México, es la principal sede religiosa de nuestro país, tan solo disputa preponderancia con la Basílica de Guadalupe, centro neurálgico de la fe católica en México.

Pero la Catedral es también un monumento histórico y artístico de primer orden, uno de los principales museos mexicanos, los tesoros son incontables tanto en su exterior e interior, y aquí es donde surge uno de los principales referentes a la presencia del clero en el poder civil a lo largo de nuestra historia: la Cripta de los Arzobispos ubicada en las entrañas de la catedral por debajo del Altar de los Reyes y la soberbia cúpula central.

La cripta fue creada por el Arzobispo Primado de México, Monseñor Luis María Martínez en 1937, curiosamente su puerta es una pesada lapida con el escudo no de la Santa Sede o del Arzobispado de México sino de las armas de Castilla y León.

Lugar preponderante lo tiene la tumba del primer Arzobispo Primado de México, el histórico Fray Juan de Zumárraga, el ultimo sepultado ahí fue el Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, lugar asignado lo tiene también el polémico Arzobispo Emérito Norberto Rivera Carrera, ahí se encuentran los restos la mayoría de los Arzobispos Primados de México, y mencionó que este sitio se asocia al poder en México no solo por la investidura de quienes han sido cabezas de la iglesia mexicana, sino porque al menos se cuentan los restos de cinco virreyes y los de Pelagio Antonio Labastida y Dávalos, quien en la época del México independiente fue Regente del Imperio del malogrado Archiduque Maximiliano de Habsburgo en 1863. Labastida fue una de las cabezas más visibles del partido conservador y Arzobispo Primado de México entre 1863 y 1891 cuando murió, a él se le atribuyen la erección de diversas Diócesis como las de Campeche y Cuernavaca.

A lo largo de los trescientos años del virreinato fueron además de Arzobispos Primados de México también virreyes los siguientes personajes: Pedro Moya, sexto virrey entre 1585 y 1586, Francisco García y Guerra, doceavo virrey entre 1611 y 1612, tal vez el más famoso de todos, el dieciochavo virrey Juan de Palafox y Mendoza, que antes fue Obispo de Puebla, Palafox fue simultáneamente Arzobispo, Virrey y Capitán General, detentando entonces el poder religioso, civil y militar en una sola persona, Palafox no está enterrado en la cripta de Catedral lo está en Osma, España de donde también fue Obispo. Palafox tiene según su última voluntad una cripta frente al Altar del Perdón de la Catedral de Puebla y en la Cripta de Arzobispos también tiene un espacio con su nombre y escudo arzo

Después vinieron Diego Osorio vigésimo cuarto virrey en 1664, Payo Enríquez de Rivera vigésimo séptimo virrey de 1673 a 1680, Juan Ortega Cano trigésimo primer virrey y quien lo fue en dos ocasiones, en 1693 y entre 1701 y 1702, después Juan Antonio Vizarrón trigésimo octavo virrey entre 1734 y 1740. Ya en el ocaso de la Nueva España también gobernaron los arzobispos Alonso Núñez de Haro y Peralta, cincuentagesimo virrey en 1787 y finalmente el cincuentagesimo octavo virrey Francisco Javier de Lizana y Beaumont entre 1809 y 1810, año de estallido de la guerra de Independencia.

Hoy sería impensable un arzobispo como presidente, incluso la ley lo impide de manera expresa, sin embargo, la Cripta de Arzobispos de la Catedral Metropolitana no solo es un recorrido a la presencia de la iglesia de Roma en México sino también un referente al poder que muchas veces es más terrenal que celestial.

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