Semanario El Pionero

Expresión de Mexicali y su Valle

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Un alma vieja

Por Gladys Villaobos* 

En la convicción de depurar y poner temas pendientes en orden, en días pasados limpiaba mi computadora y me encontré con algunos textos que generé durante mi participación en el Taller Talladora de Palabras de DEMAC, un viaje fascinante al interior a través de la escritura. Volver a ellos fue un regalo. Compartiré algunos de mis preferidos.

“El nombre nos acompaña hasta la muerte y más allá, inscrito para siempre en la piedra de nuestra sepultura. El nombre es nuestro sello de identidad, es un tatuaje invisible y omnipresente con el que nos relacionamos para bien o para mal” del Manual “Secretos, Leyendas y Susurros”

El personaje de una radionovela que se transmitía en Estados Unidos motivo a mi madre a llamarme y registrarme con el nombre de Gladys. El Consuelo fue inspirada por mi abuela paterna, mujer de la que solo tengo recuerdos llenos de amor, empatía y un optimismo admirable. Durante muchos años me parecía que ambos nombres no armonizaban. Con el paso del tiempo sentí que armonizaban conmigo y eso era lo valioso para ellos y para mí.

La gran mayoría de las personas me llaman Gladys, un grupo reducido me nombra Consuelo y uno aún más reducido me llaman Gladys Consuelo. Me gusta la extensión de mi nombre, como se escucha en la boca de otros, como suena cuando sale de mí. Me reconozco cuando lo veo escrito.

“Tu nombre no corresponde a tu edad. Es el nombre de una mujer de la tercera edad” escuche en varias ocasiones durante mi estancia de estudio de un año en Nueva York, a los 20 años. Ahí fue que me enteré qué mi nombre en Estados Unidos lo consideran un nombre antiguo. Era el nombre de algunas abuelas de mis compañeros de clase. Esta frase a los 20 años alimentaba mi convicción de la existencia de vidas pasada, de que soy un alma vieja. Lo sigue logrando.

Glad, Glades, Conny, Viviana, Luciérnaga, Pilar, Bonita, Mija, son algunas de las formas como me llaman mis seres queridos. Chata, como me dice mi padre y mi tío Raúl, me evoca la infancia y lo bien recibo como un gesto de amor.

Luciana es un nombre imaginario que usaba en mis juegos infantiles. En este ejercicio mental de imaginar cual sería el nombre elegido por mí, descubrí hace muchos años que así se llamaba la bisabuela de mi mamá. Yo no lo sabía hasta que un día lo compartí con ella. Mi madre me hizo saber que era su segunda opción de nombre para mí, Luciana Consuelo. “Me parecía un nombre muy fuerte para una bebé, hoy sé que ese nombre también te habría quedado a la medida”, me dijo yo pasados los 40 años. 

Hoy me identifico con mi nombre y me reconozco en él, me arropa, me gusta escucharlo en la boca de los seres que amo y me aman. Yo estilo siempre llamar a las personas por su nombre. Descubrí que me sienta bien hacerlo y me representa un vínculo confortable. De la misma manera sucede cuando escucho mi nombre. Me gusta escucharlo de la boca del hombre que amo, de mi padre, de mi familia, de mis amigos. Me gusta recordar como sonaba mi nombre en la boca de mi madre. 

“La historia de tu nombre” se tituló este ejercicio ¿Conoces tú la historia del tuyo? A ti que me lees, valoro tu tiempo.

*Cachanilla de nacimiento, comunicóloga de profesión, amante del cuerpo por vocación. Crecí análoga, me convertí digital. Asesora en Comunicación, Redactora de Contenidos, Fotógrafa. Mi sitio: gladysvillalobos.wordpress.com/