Por José Urbina *
La playa es la fantasía turística por excelencia: las palmeras, el agua azul y la arena blanca son seducción pura. Por eso los desarrollos turísticos del Caribe mexicano son un gran negocio. Y es este mismo negocio el que ha puesto en riesgo la riqueza natural de las playas y sus alrededores.
El Grupo Aeroportuario del Sureste (Asur) reporta que, de enero a mayo de este año, sus terminales aéreas en México han movilizado un total de 12.3 millones de pasajeros, y estos van en aumento tras el levantamiento de las restricciones de viaje por la pandemia.
El constante arribo de turistas hace que cada día los medios de transporte en la Riviera Maya demanden ser modernizados. Por ello es que, al menos desde el sexenio pasado, la idea de construir un tren acechaba la zona. Pero fue hasta este gobierno que el proyecto del Tren Maya en la Península de Yucatán se concretó.
El gobierno federal, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, inició en diciembre de 2018 los trabajos del Tren Maya que, originalmente, contaba con 17 estaciones en siete tramos que unen los estados de Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo. Después, a ese proyecto se le hicieron modificaciones. Se cambió el número de estaciones a 21 y se dispuso la colocación de 14 paraderos. En el proyecto actual el tren ya no pasa por la ciudad de Mérida ni por la zona urbana de Campeche.
Durante la primera etapa de construcción del tramo 5 —que va del aeropuerto de Cancún al de Tulum, en Quintana Roo— el Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur), encargado de la obra, prestó atención a recomendaciones locales y planteó que el recorrido se haría sobre la carretera federal 307, que une ambas ciudades, con varias estaciones en el trayecto.
El tren correría cerca de zonas hoteleras que ya habían generado una afectación ambiental. Además, como el área de la carretera ya también estaba impactada ambientalmente, se necesitaban pocos permisos para iniciar las obras y Fonatur comenzó a trabajar directamente sobre ese tramo. Se invirtió una gran cantidad de tiempo y cientos de millones de pesos. Organizaciones ambientalistas locales se quejaron de tala de miles de árboles de la zona, aunque Fonatur aseguró que los árboles se trasplantaron.
Pero en enero de 2022, los trabajos se detuvieron. El presidente López Obrador declaró que construir el tren en ese lugar sería muy caro y tardado, debido a que se necesitaba crear un tramo elevado, y que la prioridad era terminarlo antes de que finalice su mandato. Se decidió mover la obra y quitarla de la parte cercana a la zona de los hoteles, que resentían directamente el tráfico y las obras, a una zona adentrada en la selva.
A los hoteleros les interesaba no tener el tren enfrente y al gobierno le interesaba ahorrar el dinero que se gastaba por trabajar en un proyecto elevado. Pero el cambio en el trazo, para que pase siete kilómetros adentro de la selva, traicionó la premisa fundamental del proyecto que era impulsar la zona, y solo terminó beneficiando a una minoría que son los hoteleros.
Si los encargados de construir el tramo 5 del Tren Maya hubiesen decidido mover la construcción a la orilla del mar, sobre la reluciente arena caribeña, las premisas de su proyecto se hubiesen mantenido: se uniría Cancún con Tulum, el progreso llegaría a las poblaciones hilvanadas por el ferrocarril, y se ahorrarían el tráfico sobre la carretera. Es más: no tendrían que cortar ni un solo árbol. Pero la mayoría de la gente pondría un grito en el cielo. Habría manifestaciones oponiéndose y con justa razón.
Todo esto porque es fácil comprender el terrible impacto que causará sobre las playas, una superficie que muchos entienden y aman.
Pero para los que comprenden la selva —y su conexión con el manglar, el mar y el arrecife— trasladar el trazo del tren hacia una parte más profunda es un cambio absurdo y aún más catastrófico. Por detrás de la Riviera Maya se encuentra la falla de Holbox, y la lluvia que cae entre la costa y esta falla geológica acaricia la selva y encuentra camino bajo tierra, donde se acumula y drena en dirección al mar Caribe.
Es por esta peculiaridad geológica que los ríos subterráneos de la península corren de oeste a este. Su agua es límpida y no entra en contacto con el sol a lo largo de su recorrido. Los mayas la conocían como sujuy ha (agua virgen).
El suelo de la selva quintanarroense es parte del bloque de caliza que emergió del mar hace millones de años, junto con el resto de la Península de Yucatán. Es un suelo inestable, peligroso para sostener una obra pesada como el Tren Maya. Cada vez que llueve sobre esta zona, sucede una reacción química capaz de deshacer la roca. Cuando el techo de una de estas cuevas o túneles colapsa, se crea un cenote: una ventana, un acceso sagrado al agua que corre bajo tierra.
Por eso un grupo de personas promovimos un amparo judicial para que las obras no continúen sin realizar previamente estudios ambientales. Un juez nos dio la razón y otorgó una suspensión definitiva, por lo que las obras están paradas en el tramo 5 hasta que se realicen. Consideramos que el juez da la razón a la ciencia, a las y los especialistas y a los organismos internacionales que ya habían manifestado su preocupación por la posible catástrofe ecológica.
Nuestra defensa es por México y la humanidad. Queremos proteger a la selva y la vida que en ella habita. Lo que se preserva al detener las obras en la selva virgen del tramo 5 sur del Tren Maya es el futuro de toda la región, incluyendo el color del mar Caribe y la salud de sus arrecifes. Sin estudios de impacto ambiental, sin reubicación de especies o sin estudios geofísicos, las autoridades encargadas de construir el megaproyecto violentaron la ley y los derechos que tenemos todos a un medio ambiente sano.
Los conocimientos adquiridos en el debate en torno al Tren Maya dan a la población de Quintana Roo herramientas para construir un futuro donde podamos cambiar la ecuación de desarrollo, al poner como prioridad la salud medioambiental y después los beneficios económicos. Los ambientalistas y la comunidad cercana al trazo del Tren Maya tenemos que mantenernos unidos para corregir los errores pasados y rescatar lo que casi perdimos.
*José Urbina es instructor de buceo mexicano y fotógrafo submarino dedicado a la protección de los tiburones. Interpuso uno de los amparos que detuvo el tramo 5 del Tren Maya.
*Publicado y tomado del portal https://www.washingtonpost.com/es
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