Por Daniel Valencia, Jennifer Ávila Reyes y José Luis Pardo Veiras *
La semana pasada el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), tomó a contravía la ruta de la migración en una gira de cuatro días por América Central.
En ella visitó la Guatemala de su homólogo Alejandro Giammattei, donde la justicia se ha desmantelado en los últimos años hasta el punto de que hoy se vive una persecución sistemática de fiscales; El Salvador de Nayib Bukele, que sigue con poderes absolutos después de extender un estado de excepción en el país; la Honduras de Xiomara Castro, que ha cumplido 100 días como presidenta con la promesa de sacar al país de la gobernanza criminal, al tiempo que su familia ha intervenido en los poderes Legislativo y Judicial, y ha promovido perdones para exfuncionarios de su esposo, el expresidente Manuel Zelaya, acusados de corrupción. Y, aunque se saltó la Nicaragua reprimida por Daniel Ortega, la última parada de la gira fue Cuba, la dictadura más antigua de América.
AMLO llegó a la región con el objetivo de crear acuerdos que ralenticen el enorme éxodo migrante de los últimos años con un mensaje simple: aumentar la inversión y mejorar las condiciones de vida en los países de origen. Pero lo hizo estrechando las manos de varios de los representantes de un autoritarismo que ha obligado a muchas personas al exilio. Sobre eso guardó un silencio absoluto.
También decidió cerrar los ojos ante los ataques y amenazas que ocurren cotidianamente contra periodistas o fiscales en El Salvador, Guatemala, Cuba y Honduras. En su gira, pidió junto con los demás mandatarios a Estados Unidos inversiones para fortalecer la región. Pero para que eso suceda, su vecino del norte exige a cambio que los países den verdaderos pasos contra la corrupción, el respeto al Estado de derecho y a la independencia judicial y fiscal.
La mirada al sur de López Obrador está llena de contradicciones, como lo ha estado su política migratoria. Su gobierno empezó prometiendo independencia ante Estados Unidos, dio la bienvenida a la primera caravana masiva migrante de su gobierno e incluso anunció visas de trabajo. Después convirtió las fronteras de México en muros llenos de soldados: el año pasado más de 20,000 elementos de las Fuerzas Armadas se apostaron en las fronteras norte y sur para “salvaguardar” la niñez centroamericana.
En su gira presumió la exportación de dos de sus programas sociales estrella: Sembrando Vida y Jóvenes Construyendo el Futuro. En Tegucigalpa, la capital de Honduras, lo recibió una gran pancarta: “Bienvenido amigo Andrés Manuel, Honduras te agradece Sembrando Vida”. Pero en México estos programas han dejado muchas más sombras que luces.
El primero, el programa de “reforestación más importante que se está aplicando en el mundo”, según el propio gobierno, busca el desarrollo rural, pero ha provocado una enorme deforestación. El segundo está diseñado para conectar jóvenes desempleados con empleos a través de becas. Varios municipios han registrado más becarios que jóvenes desempleados, el programa no ha llegado a muchos de los lugares con mayor desempleo, y algunos beneficiarios han suplido puestos de tiempo completo.
Además, estos programas llegan a países donde las mismas autoridades buscan que sus ciudadanas y ciudadanos se vayan, como El Salvador. “Sabemos que la migración es un tema que tenemos que resolver. Lo mejor es que nuestra gente se quede en nuestro país, no queremos que nuestra gente productiva, trabajadora, se vaya de nuestros países buscando prosperidad afuera”, dijo Bukele a AMLO. Pero hace unas semanas, Ernesto Castro, presidente de la Asamblea de ese país y una persona muy cercana a Bukele dijo: “Que les den asilo (a los periodistas) y que se vayan”.
La ola autoritaria se ha sumado en los últimos años al cambio climático, la violencia y la precariedad económica para convertir a América Central en una maquinaria todavía más precisa para expulsar gente: ha aumentado 70% los centroamericanos refugiados y los que han solicitan asilo, al pasar de 41,851 en 2016 a 296,863 en 2021. Más de 200,000 personas han huido de la represión de Daniel Ortega en Nicaragua.
Además, al menos desde 2014, Estados Unidos ha ensayado con México que se convierta en su muro de contención. Ese año, los gobiernos de Enrique Peña Nieto y Barack Obama negociaron el Plan Frontera Sur, que causó que las detenciones de migrantes en México se duplicaran en solo un año. Con la llegada de Donald Trump a la presidencia estadounidense, el sentimiento antiinmigrante se intensificó. Durante su gobierno implementó los Protocolos de Protección a Migrantes y Título 42, que dificultaron el ingreso y permanencia en Estados Unidos.
Con más gente huyendo de sus países y el destino predilecto poniendo cada vez más candados a sus puertas, México ha pasado de ser una ruta a la parada final de muchos. El año pasado las solicitudes de refugio marcaron un récord en la historia reciente con 131,000, 220% más que 2020, lo cual lo convierte en el tercer país del mundo en recibir más solicitudes de refugio, solo por debajo de Estados Unidos y Alemania.
Con la presión migratoria desbordando la capacidad de los gobiernos y de los refugios, y con la justicia estadounidense bloqueando la derogación del Título 42 a pesar de las intenciones del presidente Joe Biden, es una buena idea que México mire al sur. Pero exportar programas sociales ineficaces e impulsar una alianza con gobiernos que atacan la democracia y a su ciudadanía, no va a frenar el enorme éxodo centroamericano.
Días después de la gira, AMLO aseguró que, si Estados Unidos veta la presencia de Cuba, Nicaragua y Venezuela en la próxima Cumbre de las Américas, él no acudirá como protesta. Tiene razón en corresponsabilizar al vecino del norte de la crisis migratoria, pero eso no debería ser un motivo para obviar los males de sus vecinos del sur. Muchos de los que huyen, lo hacen por la represión de los presidentes a quienes les ha estrechado la mano.
* Daniel Valencia es editor jefe de ‘La Prensa Gráfica’ en El Salvador y coordinador del proyecto La Redacción Regional. Jennifer Ávila Reyes es directora del sitio ‘Contracorriente’ en Honduras. José Luis Pardo Veiras es director editorial de la productora periodística Dromómanos en México.
*Publicado en portal https://www.washingtonpost.com/
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