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Tristes empresarios

Tristes empresarios mexicanos, obsequiosos y gentiles con el poder en turno, poniendo veladoras para que acabe esta tragedia nacional, mal llamada cuarta transformación.

Por Leonardo Kourchenko

AMLO tiene razón cuando dice que los empresarios mexicanos, en su trayectoria histórica, han preferido el silencio cómplice con el poder en turno a cambio de beneficios, concesiones, contratos y prebendas. En su gobierno, esa máxima se ha cumplido al pie de la letra.

La cúpula empresarial de México ha construido, al paso de las décadas, relaciones de cercanía y privilegio con presidentes y regímenes distintos. Con el PRI más duro y acosador de la iniciativa privada en tiempos de Echeverría, logró acomodarse no sin ciertos manotazos, aspavientos y algunas tragedias como el secuestro y muerte de Eugenio Garza Sada.

Transitaron medianamente en paz con López Portillo, hasta que vino la descomunal expropiación de la banca, y las consecuencias históricas que todos conocemos para el sector.

Y así, sucesivamente, cada presidente y gobierno marcó el tono y estilo de relación con los empresarios. Algunos extremadamente generosos, constructores y promotores de fortunas como Salinas de Gortari, y otros en la preferencia de sus propios grupos cercanos como Fox, Calderón y Peña.

López Obrador no ha sido la excepción, aunque en el discurso se convirtió en el más hostil al empresariado mexicano. Agravios, insultos, insinuaciones directas de robo y actos delictivos, López Obrador –muy a su estilo– no pasó del discurso. No persiguió a ninguno por abusos o excesos del pasado, no presentó acusaciones formales ni expedientes en contra de aquellos a quien acusó por décadas de extorsionadores de la patria, agiotistas del pueblo.

El pasado martes los recibió con abrazos y sonrisas en Palacio Nacional. Carlos Salazar, presidente saliente del CCE (Consejo Coordinador Empresarial) y la cúpula en pleno de los organismos y representativos, Coparmex, Concamin, CNA (Consejo Nacional Agropecuario) y otros, fueron a la opereta de las falsas simpatías y las cordialidades ficticias.

López Obrador es un político de carrera, profesional, manipulador de altura que juega con eficiencia su juego. Los empresarios, que no son políticos, juegan el mismo juego en el que con frecuencia salen raspados. Este gobierno no les ha dado nada, más que insultos y coscorrones, pero tampoco les ha quitado. Los ha dejado hacer, sin darles mucha bola en la lógica estatista del presidente. Si acaso, los ha llamado a cuentas para que pasen a la ventanilla del SAT a cumplir con sus obligaciones pendientes.

Los empresarios, fieles a su tradición, esconden la cabeza, guardan silencio y hacen caravanas. No les gusta el país ni el gobierno, rechazan una política de contracción económica y austeridad, les preocupan las inclinaciones autoritarias del supremo y el desmantelamiento gradual de instituciones autónomas e independientes del Estado mexicano, que significan un contrapeso de poder.

Pero los empresarios callan, no dicen nada, no levantan la voz, ni expresan el riesgo en las decisiones del presidente para la joven democracia de este país. Van a las reuniones, se sonríen, se toman fotos, prometen que ahora sí ya van a invertir, pero en los hechos ni invierten ni se comprometen con ningún proyecto.

La desconfianza y la incertidumbre son los elementos más comunes entre los líderes de las corporaciones.

En 2018, semanas después de la victoria electoral, Carlos Salazar, un empresario inteligente y de logros personales reconocidos, asistió a una comida con el equipo editorial de El Financiero. Ahí nos explicó que tenía diferencias con líderes empresariales quienes lo instaban a una actitud más firme frente al gobierno. Salazar confirmó que su visión era la de no confrontación, sino la búsqueda de diálogo y acuerdos.

Lo escuchamos, le hicimos preguntas y al final le comenté: muy bien, don Carlos, por la no confrontación, no conduce a nada efectivo. Sin embargo, cuáles son los irrenunciables para el CCE, dónde están las líneas rojas que provocarán que ustedes levanten la voz y el disenso cuando el presidente las cruce… ¿Cuándo expropie la industria energética? ¿Cuándo desintegre organismos autónomos? ¿Cuándo golpee y debilite al INE?…

No hubo respuestas, más allá de la búsqueda de estrategias compartidas.

A tres años de distancia y de un empresariado francamente vergonzoso, cuando el presidente ya cruzó prácticamente todas esas líneas y los dueños de las empresas que generan arriba de 75 por ciento del empleo formal en este país, siguen sonrientes en la foto, con el abrazo fingido y la complacencia tácita.

¿Quién es más hipócrita? ¿El presidente que los desprecia y considera unos explotadores de México y los mexicanos? ¿O los empresarios quienes asisten muy obedientes y calladitos, aunque busquen la forma de escapar a cualquier proyecto o compromiso?

De vergüenza estos señores que se dicen defensores del país y la democracia, cuando en su propia elección interna designan por dedazo al nuevo presidente, al tiempo que acosan al aspirante que se atreve a solicitar una campaña limpia y transparente.

Tristes empresarios mexicanos, obsequiosos y gentiles con el poder en turno, poniendo veladoras para que acabe esta tragedia nacional, mal llamada cuarta transformación.

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