Por Carlos Loret de Mola
Con diferencia de horas, el gobierno federal mexicano ofreció tres versiones distintas sobre por qué el presidente estaba en un hospital.
El viernes a las 16:15 el vocero, Jesús Ramírez, tuiteó que López Obrador había acudido a una revisión de rutina y que todo estaba bien. 4 horas más tarde, a las 20:30 del mismo viernes, el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, publicó un comunicado expresando que durante la revisión de rutina, los médicos consideraron necesario hacerle un cateterismo (¿Cuándo fue la revisión de rutina?, ¿cuándo lo decidieron?, ¿fue ese día o fue antes?). Al día siguiente, a las 12:00 horas, el propio López Obrador en un video dijo que el cateterismo se había decidido hace semanas y no se lo habían podido hacer porque le dio COVID-19.
Si el vocero y el secretario de Gobernación no sabían, grave. Se supone que son los dos más cercanos. Si sí sabían y mintieron, peor. Cada uno, haciendo su mejor esfuerzo por esconder la verdad y en el camino, tropezándose el uno con el otro.
El episodio exhibe varias cosas del gobierno. Primero, una incontenible adicción a mentir. Segundo, una profunda descoordinación entre los más cercanos colaboradores del presidente. Tercero, el afán propagandístico de no querer transparentar la (mala) salud del líder máximo, para mantenerlo en la categoría de semi-dios al que nada grave le pasa nunca, cuyas dolencias y afecciones hay que minimizar sistemáticamente. Y cuarto, que nadie se atreve a decirle nada a López Obrador, ni el mínimo: señor presidente, esto no podemos esconderlo, debemos decirlo pública y transparentemente.
La salud del presidente es un tema de seguridad nacional, pero para este gobierno, es un tema de propaganda demencial. El primer mandatario es capaz de hacer propaganda hasta con su propia muerte y juguetear con el distractor de un “testamento político”, cursilería reservada para los más afamados autócratas.
Los presuntos herederos de AMLO son los únicos que toman en serio el mentado “testamento”. Proclives al pleito interno, un documento con el deseo póstumo del líder (que por cierto está vivito, coleando y comiendo garnachas), anima lo mismo las intrigas palaciegas que el descontón callejero, dos de las principales características del movimiento que gobierna.
Más allá de cualquier “testamento”, hasta ahora lo que está a la vista es lo que se apunta como legado: retroceso social, aumento de la pobreza, desastre en salud, estancamiento económico, desdén a las demandas de las mujeres, fracaso en combatir la inseguridad, engaños en el combate a la corrupción y un profundo retroceso en la institucionalidad democrática.
Eso no lo dice el “testamento”, pero eso es lo que nos está heredando a los mexicanos.
SACIAMORBOS
Cuentan que entre el personal de la embajada de México en Estados Unidos sorprendió el inusual y extraordinario trato que recibió una presidenta municipal: se movilizaron en el servicio exterior para conseguirle citas de buen nivel en organismos internacionales en Washington, le armaron una agenda que parecía de secretaria de Estado, le consiguieron trato de alto funcionario en Migración y Aduanas para agilizar su llegada, y hasta enviaron el vehículo personal del embajador a recogerla al aeropuerto de Washington. Y eso que es sólo una alcaldesa de un municipio con menos de 450 mil personas.
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