Una zacatecana en Querétaro
Por José Antonio Aspiros Villagómez
Fue en el último fin de semana largo del año cuando visitamos Santiago de Querétaro para ver la obra teatral ‘El acompañamiento’ por invitación de la maestra y escenógrafa Cora Patricia Aspiros Heras, hija de este tecleador. Y nos hospedamos en un hotel con excelente ubicación, pero sin agua caliente ni atención especial para los huéspedes en su restaurante, siempre con gente esperando una mesa.
Como es costumbre en nuestros viajes, hubo visitas a museos, comercios de artesanías y un recorrido con guía por la ciudad y algunos lugares específicos de interés, entre ellos el Panteón de los Queretanos (y queretanas) Ilustres donde se encuentran los restos del abogado, cronista taurino y reportero Carlos Septién García, cuyo nombre lleva la conocida Escuela de Periodismo en que hicimos los estudios profesionales y de la que él fue director.
Una fría noche asistimos a la presentación de las leyendas locales a cargo de un grupo de actores, y cuando se trató el tema de la conspiración de 1810, quien hizo el papel del cura Hidalgo gritó ‘vivas’ no solamente a los próceres de siempre, sino también a Agustín de Iturbide, el consumador proscrito por la historia oficial.
Otra leyenda fue sobre la Zacatecana, una mujer llegada de Zacatecas a Querétaro con su esposo, un acaudalado minero a quien mandó matar, luego se deshizo del homicida de la misma forma y finalmente ella fue asesinada, como lo narra Valentín F. Frías en su libro Leyendas y tradiciones queretanas.
La casa donde ocurrió todo eso en 1859 se encuentra en la muy céntrica calle antiguamente llamada La Flor Alta, hoy Independencia, y desde 1998 fue convertida en el Museo Casa de la Zacatecana por la viuda del coleccionista de antigüedades José Antonio Origel Aguayo.
Aparte de esa leyenda, el inmueble tiene cierto valor histórico porque allí se redactó en 1867 el proceso contra el emperador Maximiliano y sus generales Tomás Mejía y Miguel Miramón, y también fue donde embalsamaron el cuerpo de este último tras el fusilamiento de los tres en el Cerro de las Campanas. Concha Lombardo, la esposa de Miramón, estuvo alojada en ese inmueble durante el juicio.
En la segunda mitad del siglo XX, por unas tres décadas vivió en esa casa la familia Loyola Vera, de la que forman parte un ex gobernador y ahora diputado (Ignacio) y un ex presidente municipal y notario (Roberto), además de Rodolfo, María Eugenia y Antonio de los mismos apellidos, quienes se presentan con diversos cargos y participación en el catálogo del Museo.
La Casa de la Zacatecana es un museo privado. Consta de dos plantas y en sus diversas habitaciones se exhiben temáticamente los lujosos objetos que coleccionó el señor Origel Aguayo: muebles antiguos, candiles, relojes, bustos, esculturas, pinturas, crucifijos, cristalería, porcelana, biombos… y aunque no de colección, para sustentar la leyenda de la Zacatecana también hay un sótano con dos esqueletos que se aprecian a través de un cristal en el patio, además de una ventana donde, con un poco de suerte e imaginación, podrá verse un ánima en pena. Lo que vimos fue como una sombra o silueta.
Todo lo que se exhibe es admirable y valioso, pero dos cuadros llamaron más nuestra atención por su contenido: ‘Jerusalem en tiempos de Jesús’, y una litografía de la Carta sincronológica de historia universal, como se denominó en México a la traducción al español hecha por Francisco J. Zavala, de la Chronological Chart of Ancient, Modern and Biblical History, publicada por el estadunidense Sebastian C. Adams en 1870.
El primero es un óleo sobre tela de 2.70 x 1.80 m., anónimo español del siglo XVIII, que muestra la ciudad amurallada de Jerusalén y las diversas escenas de la pasión de Cristo en los sitios donde tuvo lugar. La tienda del museo ofrece tarjetas postales con fragmentos como las tres caídas, Poncio Pilatos cuando se lava las manos, el palacio de Anás, la muerte de Judas, Jesús en el Huerto de los Olivos y la ascensión del Señor.
Por su parte, la Carta sincronológica mide casi siete metros, está elaborada con los recursos de su tiempo y el ingenio de su autor, y pide poco, creemos, a lo que en la actualidad presentan libros y revistas como “líneas de tiempo” elaboradas con programas de cómputo. Su uso era didáctico y al parecer se conservan cuatro ejemplares en México.
Si usted no ha ido a la Casa de la Zacatecana, le recomendamos entre tanto ver esta Carta en el sitio web de la Biblioteca Nacional de España (www.bdh-rd.bne.es) y leer un amplio comentario sobre la copia que existe en el Museo Regional de Historia de Aguascalientes (www.lugares.inah.gob.mx) y se asombrará del ingenio con que se mezclan las leyendas del Antiguo Testamento, desde Adán y Eva, con sucesos históricos documentados que incluyen muchos datos acerca de México, desde los pueblos originarios hasta el porfirismo. También de la Carta, hay algunos fragmentos en postales disponibles en la Casa de la Zacatecana.
Pero, ¿cómo se llamaba la Zacatecana? No lo dice la información contenida en las cédulas y publicaciones del museo, ni tampoco en las diversas páginas de internet donde lo buscamos, salvo en una: clubensayos.com, donde la presentan solamente como Rosaura en una obra de teatro basada en el libreto original ‘Querétaro, la leyenda’, del actor, director y escritor Luis Rabell, que también dio origen a las dramatizaciones nocturnas mencionadas al principio.
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