En México, decir las verdades del poder puede hacer que te investiguen
Por Jason Rezaian *
México es uno de los lugares más peligrosos del mundo para ser periodista en la actualidad. Un reporte de The Washington Post describe la manera en que los abogados, activistas y reporteros enfrentan amenazas no solo de los cárteles de la droga cuyas atrocidades documentan, sino también de las autoridades que supuestamente están investigando esos crímenes.
Los fiscales mexicanos abrieron una investigación secreta por crimen organizado a tres mujeres que buscan la verdad sobre uno de los actos violentos más infames del país en los últimos tiempos: la desaparición, asesinato y entierro en fosas clandestinas de 193 víctimas en el municipio de San Fernando. Se presume ampliamente que el cártel de Los Zetas es responsable de esta atrocidad, y que la Policía local también estuvo involucrada.
Una de las mujeres que comenzó a ser investigada tras informar sobre el caso es la reconocida periodista Marcela Turati. La semana pasada, en una entrevista por Zoom, Turati me explicó lo mucho que está en juego en su trabajo.
“Las familias de los desaparecidos quizás tengan abogados, pero los periodistas pueden ayudar a desenterrar la verdad. Tenemos otras fuentes, métodos y técnicas que pueden ayudar a encontrar pistas de lo sucedido”, me dijo. “Creo que este tipo de periodismo de investigación es como una comisión de la verdad en tiempo real”.
Entonces, ¿por qué investigaría el Estado a las personas que buscan esclarecer estos crímenes? Sin duda, las agencias gubernamentales que abusan de los poderes legales para vigilar a los reporteros y reprimir el periodismo es una tendencia problemática cada vez más frecuente a nivel mundial.
Turati también forma parte del grupo de periodistas de todo el mundo que fue atacado por el software espía Pegasus, según una investigación realizada por The Washington Post y 16 medios aliados.
“Siempre creemos que estamos bajo vigilancia”, dijo Turati. “Estoy un poco molesta. Antes, no decía nada. Nunca hice un escándalo al respecto porque en realidad no sabía si estaba siendo vigilada o no”.
Conocí a Turati a finales de agosto de 2016. Estábamos comenzando nuestra beca Nieman en Harvard, durante la cual periodistas consagrados se toman un año académico lejos de sus responsabilidades periodísticas habituales para explorar nuevos temas e intereses. El objetivo es aprender cosas que nos ayuden a contribuir más cuando regresemos a nuestros trabajos. Para periodistas con altos niveles de trauma, es también una rara oportunidad para recuperar el aliento y “reiniciar el sistema”, aunque para personas tan comprometidas con su cobertura como Turati no es fácil desprenderse, ni siquiera de forma temporal.
“Durante los primeros meses en Nieman mi mente seguía en mi trabajo. Sentía que había traicionado y abandonado al trabajo y a mis colegas”, me dijo Turati. “Pero cuando regresé a México, pensé: ‘Sabes cómo hacerlo. Tienes algunas habilidades. Eres buena, puedes hacerlo y puedes ayudar’. Pero cada año pienso que debería abandonar esto y hacer otras cosas”.
Por supuesto, eso es exactamente lo que buscan quienes atacan a Turati.
En la cálida tarde en la que nos conocimos, por casualidad terminamos juntos en un ejercicio de trabajo en equipo: entrevistar y escribir sobre la vida y obra de un colega. Yo acababa de regresar de un año y medio de prisión como rehén en Irán, mientras que Turati tenía ya tiempo cultivando su propio ritmo, mientras reportaba sobre las víctimas desaparecidas de la guerra contra el narco de México. Fue en esa conversación que comencé a conocer alguno de los macabros detalles de su trabajo.
“En 2011, cuando fui a San Fernando, vi a muchísimas personas preguntar por sus familiares desaparecidos. Querían ir a inspeccionar fosas clandestinas para ver si sus familiares estaban allí”, me dijo Turati la semana pasada. “Siempre digo que en ese instante algo sucedió y mi alma se quedó en San Fernando. Cuando regresé a Ciudad de México, era como un zombi que solo pensaba en lo que había visto”.
Una década después, Turati sigue trabajando para desenmarañar lo sucedido, a pesar de los enormes obstáculos e intimidaciones.
Como muchos otros periodistas osados que trabajan en historias que con valentía cuentan la verdad sobre los grandes y siniestros poderes, Turati suele ser descrita erróneamente como temeraria. Sin embargo, su resiliencia no tiene nada que ver con un desprecio imprudente por su seguridad personal. Surge de un profundo sentido de la obligación moral.
“El costo es alto, no solo para mí, pero no lo puedes comparar jamás con el que pagaron las víctimas y sus familias. Tienen mucho que perder y el costo para ellos es demasiado grande. Por eso compartimos un poquito de ese riesgo”, dijo Turati.
“Mi padre siempre dice que algún día mi ángel de la guarda podría no estar preparado para ayudarme. Ese día podría estar agotado, porque ciertamente son muchas cosas. Pero me siento apoyada. El mezcal ayuda, así como la comunidad, los amigos y las celebraciones”.
El compromiso de Turati de contar horrendas verdades, junto con la certeza de que conoce la manera de hacerlo como pocos, es lo que vence el miedo y la empuja a seguir adelante. El sentido del humor y la dosis ocasional de medicina líquida también ayudan.
*Publicado en The Washington Post, por Jason Rezaian es un escritor de Global Opinions. Se desempeñó como corresponsal de The Post en Teherán de 2012 a 2016. Pasó 544 días encarcelado injustamente por las autoridades iraníes hasta su liberación en enero de 2016. Twitter
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