Semanario El Pionero

Expresión de Mexicali y su Valle

Diluvio en Nacori Chico

Por Rafael Mendoza Madrid

Una historia que contar sobre un hecho real acontecido en mi Pueblo de Nacori, Chico, Sonora y comunidades circunvecinas.        

Fue más o menos a mediados de la Década de 1940, yo era todavía un niño, pero lo recuerdo como si todo hubiera pasado el día de ayer.           

Todo empezó cuando de repente, el limpio y azul cielo del pueblo empezó a cubrirse de negros nubarrones que presagiaban la llegada de fuertes tormentas eléctricas.   

En eso, yo salí al patio de la casa a espantar a las gallinas que se estaban comiendo el maíz recién desgranado para hacerlo nixtamal y luego maza para las tortillas.                 

Al estar cerca de mí Doña “Chu” Madrid, le dije: “Mira Mamá que nubes tan negras están saliendo de lo alto de la Sierra cubriendo el cielo del pueblo, parece que se va a venir el agua”. “Dios te oiga, mi hijo”, me dijo al momento en que empezaba ella a desprender de un colgadero de mecate de piola, las hilachas que hacía unos momentos había lavado y sacado al mismo patio para que se secaran y ni bien terminó de hacerlo cuando empezaron a caer grandes gotas de agua acompañadas con granizo y nos metimos corriendo los dos a la casa, al escucharse también estruendosos rayos y centellas que hacían estremecer el piso y a las mismas gentes.

Luego la lluvia empezó a arreciar fuertemente durante varias horas y poco después amainó, pero sin dejar de hacerlo, aunque fuese de manera más tenue.  Como siguió lloviendo parte del día y toda la noche y le siguió al amanecer, se escuchaba decir a unos, “yo creo que van a ser equipatas”, término muy usual en los pueblos cuando se presenta por buen tiempo a manera de lluvia constante, el llamado “chipi, chipi”, que provoca gran humedad que se cuela hasta el terreno de las casas y todo tipo de construcción y no se diga sobre el campo y las milpas.   

Pero jamás pasaba por sus mentes que la lluvia había llegado para quedarse por más de 40 días, que fueron de pesadumbre e incertidumbre para todos los pobladores que se veían imposibilitados de realizar cualquier quehacer ya sea para llevar el sustento a las casas o para atender las labores propias de las siembras, la ganadería y el campo.   

Luego de varios días de pertinaz lluvia, de vez en cuando se escuchaba un fuerte ruido sin poder detectar su procedencia, aunque luego más tarde se llegaría a saber que ello se debió al derrumbe de una vivienda cuyo viejo adobe al remojarse por la humedad se había venido bajo tierra, aunque sin desgracias que lamentar afortunadamente.      

La gente empezó a asustarse y las Amas de Casa, muy beatas al fin, con sus cabezas y parte de su rostro cubiertos por acostumbrada toalla o chal, se hincaban a rezarle y a prenderles velas al Santo o Virgen de su devoción, pidiéndoles la intervención de Dios para que ya terminara esta desesperante situación.               

Otras personas, con el miedo reflejado en sus rostros, expresaban temerosamente: “Ojalá y no sea el diluvio”.                  

En tanto el pánico ya empezaba a cundir fuertemente entre todos los pobladores, que ya no encontraban la forma de poder hacer algo para darle curso de nuevo a la vida normal, porque todo se agotaba, menos el agua, por supuesto. 

Y en base a la Leyenda bíblica de que “No hay sábado sin sol”, como por obra divina, las nubes, cada sábado, abrían un espacio para que el sol volviera a brillar, aunque fuese de manera fugaz por toda la comarca. Y luego volvían a cerrar de nuevo sus puertas hasta el sábado siguiente. Pero los católicos, mujeres y hombres, se daban sus mañas para realizar visitas a la Iglesia de La Patrona del Pueblo: Santa Rosa de Lima.          

Por fin, al  término de 40 días, más o menos dejo de llover y el cielo volvió a desvestirse nuevamente y a regresar La Paz, tranquilidad y sosiego a todos sus pobladores, quienes jamás olvidaron esta gran travesura de nuestra Santa Naturaleza.

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