Por Ignacio Acosta Montes *
“De aquí en adelante, nuestra nación formará parte de la comunidad de naciones amantes de la paz y la libertad. Trabajando con coraje y laboriosidad, creará su propia civilización y bienestar y, al mismo tiempo, promoverá la paz y la libertad en el mundo. Nuestra nación no será más una nación humillada. Nos hemos puesto en pie.” Tales fueron las palabras con las que Mao Zedong proclamó el nacimiento de la República Popular China, en 1949, hace 71 años. De esta manera inició su marcha hacia el progreso: devastada por la guerra, sumida en la miseria más atroz, como se puede leer en La Buena Tierra de Pearl S. Buck; con una población inmensa pero azotada por el hambre y el analfabetismo y con un profundo rezago industrial. Las tres primeras décadas sirvieron para emprender la industrialización del país y la educación masiva del pueblo. Estas bases permitieron al Partido Comunista Chino (PCCh) plantearse retos que ninguna nación había encarado con tanta claridad y decisión: el más importante, desarrollar la economía para erradicar la pobreza de su país. Y así, “trabajando con coraje y laboriosidad”, el Producto Interno Bruto (PIB) chino paso de 150 mil millones en 1977 a 13.61 billones de dólares, pero lo más importante es que a pesar del crecimiento de la inversión privada, el propio PCCh ha canalizado el crecimiento económico a mejorar las condiciones de vida del pueblo; sin violentar los derechos de los inversionistas han orientado el gasto público, como dijera Mao, a crear “su propia civilización y bienestar.
Y en efecto, la calidad de vida del pueblo chino va en ascenso. Un ejemplo de lo anterior es un estudio realizado por el banco HSBC que estableció que en 2018 los “milenials” chinos tenían el doble de probabilidades de ser dueños de su casa comparados con sus similares estadounidenses; otro dato es que China se ha convertido uno de los principales exportadores mundiales de estudiantes de educación superior. Sin embargo, el dato más significativo es el haber sacado de la pobreza a 800 millones de personas en cuatro décadas: en el periodo 1981-2015, China logró “la tasa más rápida de reducción de la pobreza jamás registrada en la historia de la humanidad”, reconoció el Banco Mundial, entidad de la que se puede decir todo, menos que sea pro-china o pro-comunista. La pobreza se redujo del 78% en 1975 a menos del 2% a fines de 2019. En el Plan Quinquenal (2016-2020) establecieron como objetivo cero pobrezas. “Eliminar la pobreza en las áreas rurales es la tarea más difícil para la ambición china de construir una sociedad modestamente acomodada”, precisó el presidente Xi Jingping, pues “socialismo significa desarrollo. Y el desarrollo debe servir a la prosperidad común de todos”. Tales eran las nobles preocupaciones de este pueblo cuando surgió el SARS-CoV-2 y no sólo enfermó a más de 80 mil chinos, sino que frenó el avance de su maquinaria económica con lo que podría esperarse que gobierno renunciara a su ambicioso objetivo. Por el contrario, en plena crisis sanitaria el presidente Xi subrayó que la crisis sobre el COVID 19 no debe ser una excusa para no cumplir con el objetivo de terminar con la pobreza extrema en China a finales de año, alcanzar la etapa de una “sociedad moderadamente próspera. No solo es un beneficio para China, sino para el mundo”.
En efecto, los avances en la mejor calidad de vida del pueblo, la erradicación de la pobreza de su país, no solo son un beneficio para ellos, sino que marcan a los pueblos del mundo cual es el camino a seguir. Convierten en realidad ese viejo pero vigente lema de que “Un mundo mejor es posible”, haciéndolo no sólo necesario sino realidad visible e imitable. El presidente López Obrador desdeña conceptos como PIB y crecimiento, “términos que ya también deben entrar en desuso”, “en vez de lo material, pensar en lo espiritual”. Pero los mexicanos demandan salud, seguridad, educación, vivienda, servicios suficientes y de calidad, entre muchas otras cosas a las que tienen derecho por ser los que generan la riqueza de la Patria. Es decir, cosas materiales, que necesitan ser producidas y distribuidas radicalmente mejor de como se ha venido haciendo hasta hoy; objetos y bienes que no existirán en las cantidades necesarias si no se impulsa con decisión el crecimiento de la producción, de ese PIB que desdeña López Obrador, y que solo se distribuirán de una manera más equitativa cuando desde el gobierno se apliquen políticas fiscales, salariales y de gasto público que a la par que impulsan el desarrollo que tanto necesitamos, combaten la desigualdad y la pobreza, lo que precisamos todavía más. Eso es, justamente, lo que constituye el núcleo del proyecto político, económico y social del Movimiento Antorchista. Cambios que cada día son más urgentes y que, a pesar de todas las descalificaciones y calumnias lanzadas contra el antorchismo, comprueban así la exactitud del planteamiento del Maestro Aquiles Córdova Morán y nos reafirman en la convicción de trabajar para que el pueblo mexicano tenga claridad sobre su situación, sobre las causas profundas de la injusta distribución de la riqueza y sobre la capacidad que en sus entrañas vive de ser el agente decisivo para realizar las transformaciones necesarias. Que el pueblo mexicano llegue a la misma conclusión que Mencio, el filósofo chino seguidor de Confucio, para decidirse a luchar por sus derechos con todo valor: “Deseo pescado, y también deseo tener las garras del oso. Si no puedo tener los dos, entonces renunciaré al pescado y tomaré las garras del oso”.
*Dirigente del Movimiento Antorchista en Baja California
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