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El Filósofo de Güémez…

El poder del amor

Por Ramón Durón Ruíz (†)

Dios envió a nuestras vidas un milagro que todo lo transforma, que nos convierte en seres nuevos, es un prodigio capaz de iluminar el camino, de dar alas a nuestros sueños para volar hasta el infinito, dejando salir las emociones para creer en nosotros mismos y llegar hasta nuestra libertad; ese milagro se llama amor. 

El amor todo lo puede, bajo su poder no hay imposibles, es tan grande, tan fuerte, que aun en su más mínima expresión aligera nuestra carga, bendice nuestros días, alivia todos los dolores, carga emotivamente nuestras pilas, elimina nuestras penas, sosiega nuestros temores y sana nuestros males. Qué tan grande será el poder del amor que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza como un acto de amor.

Bajo la premisa del amor viven todos los bienes del hombre: la amistad, la fe, la esperanza, etc. El amor multiplica nuestras potencialidades de vida, es el camino directo hacia nosotros mismos, es la manera más hermosa para celebrar el nuevo día, la vía más rápida para encontrar el sentido de nuestra existencia; tiene esa alquímica capacidad de hacer que las cosas que nos suceden diariamente hagan que nuestra vida sea algo espectacular.

Cuán importante es que cada amanecer tengamos la inteligencia de llenar nuestra alma de amor, es una energía capaz de allanar todas las dificultades, de abrir todas las puertas, de crear los puentes necesarios para avanzar a paso firme y seguro, por eso es importante recordar: para que una lámpara dé luz, debe estar encendida, y para que nosotros recibamos el poder del amor, debemos comenzar a amar nuestro cuerpo; nos guste o no, será nuestro fiel compañero durante nuestra existencia, porque “nadie puede dar amor… si carece de él.”   

Este 14 de febrero, en pleno onomástico de San Valentín, celebramos el Día del amor y la amistad, cada quien lo hace a su manera: con cartas, correos, tarjetas, flores, dulces, abrazos, besos, saludos, yo lo hago de la manera que la vida me ha enseñado a hacerlo: escribiendo.

Deseo que tengas los suficientes amigos, que tengan la amorosa virtud de trocar tus sufrimientos por felicidad, amigos que le den aire a tus alas y te inviten a ir en pos de tus sueños, sabiendo que no tienes nada que perder y mucho, demasiado que ganar. Amigos que despierten tu maestro interior, en donde radica la sabiduría de coexistir con el amor, porque te conecta con la fuente de la vida.

El principio básico de la vida es: Ámate a ti mismo, –porque nadie puede dar lo que no tiene–, cuando te ves en el espejo del universo y te das el permiso de enamorarte de ti mismo y de amarte, entonces puedes amar con la totalidad del sol y ser amado a plenitud.

Para éste viejo campesino, el amor es el principio y el fin de la vida, genera armonía, equilibrio y bienestar, elimina viejos agravios, debilita los nuevos, te llena de luz creadora, de una inacabable energía, que cambia lo difícil por lo viable… por el éxito creador.

Siempre serán la mejor buena nueva tener un amigo en quien confiar y un amor a quien dar todo, hoy abre tu alma para recibir el mensaje de amor y amistad que la vida tiene para ti.

La energía del amor es tan poderosa, que entre más la das, más regresa a tu vida, más llena tu sagrada trinidad cuerpo-mente-alma; tener amigos, amar y permitirte ser amado es el camino natural de tu sanación, pues no existe en el universo medicina mejor, que la generada por la frecuencia altísima de la luz del amor.

A propósito de amor y de celebrar el Día de San Valentín, en la noche del 14 de febrero, llega el esposo a casa, arrastrándose de borracho. Al verlo, su esposa, muy indignada le dice: 

— ¡Pero si estás bien borracho!… ¡No lo puedo creer! ¿Por qué, justo hoy que festejamos el Día del Amor y la Amistad?

— Vieja, pero si yo… ¡hip!, sólo obedecí tus órdenes… ¡hip!

— ¿Cuáles ‘inches órdenes, inútil?

— En la mañana que me dirigía al trabajo, leí la nota que me pusiste en el tablero del carro ¡hip! que me decía: “Te espero esta noche ¡“Bien embriagado”!”

La esposa furiosa contesta: 

— ‘Endejo, la nota decía: ¡“E N V I A G R A D O”!

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