Semanario El Pionero

Expresión de Mexicali y su Valle

Textos en Libertad…

Por José Antonio Aspiros Villagómez *

Debe haber sido muy penosa la vida de Maximiliano de Habsburgo porque casi siempre le resultó mal todo, inclusive después de muerto.
Habría que estudiarlo más para entender cómo sobrellevó tantos reveses, enfermedades y burlas. Y por qué todo eso lo aceptó con paciencia, a veces con ingenuidad, o lo arrostró con frivolidad como cuando decidió renunciar al trono que le idearon en México… y se puso a jugar -incluso durante el sitio de Querétaro- boliche y billar, o a estudiar las plantas y las mariposas.
A pesar de todo lo sabido sobre el Segundo Imperio que él encabezó, hay un libro que compendia en sólo 166 páginas la tragedia del personaje y que nos suscitó una reflexión sobre su condición humana al margen del debate ideológico y no siempre racional en torno a esa etapa de la historia de México y sus protagonistas.
Se trata de Maximiliano emperador de México (Editorial Debate, 2017), donde su autor Carlos Tello Díaz muestra a un hombre capaz en unos aspectos y débil en otros; a un Habsburgo sometido a un Bonaparte y a un estratega político que terminó por disgustar prácticamente a todos, tal como lo detallan también desde extensos relatos históricos, hasta las óperas, dramas, películas y novelas del mismo tema.
Pero en una obra tan condensada como la de Tello Díaz, es mayor la impresión que provoca recrear los detalles de su malograda vida porque, de principio a fin, aparecen casi eslabonados los desengaños que tuvo. Fernando del Paso lo dice con mucho estilo en Noticias del Imperio, sólo que lo suyo es más literario y menos concreto.
El pasado 20 de enero se cumplieron 150 años de que Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena fue inhumado en la Cripta Imperial de su estirpe, bajo la iglesia de los Capuchinos en Viena. Su cuerpo llegó allí desfigurado por dos embalsamamientos hechos en México, por los varios meses olvidado en Querétaro y casi en descomposición, y porque en un principio quedó dentro de un ataúd donde no cupieron sus pies. No se pudo cumplir su deseo de “gozar de calma en el féretro”, como tampoco sus intenciones a lo largo de su vida.
Tuvo malas relaciones con su hermano el emperador de Austria, fue desafortunado en el amor (no obstante sus aventuras en Brasil), padeció de un prognatismo hereditario que ocultaba con la barba, y se casó con una princesa belga cuya inteligencia le preocupaba, y quien al final de esta triste historia perdió la razón. También fue muy penosa la vida de “Mamá Carlota”, como la llamó con ironía Vicente Riva Palacio, hijo de uno de los defensores del archiduque cuando fue llevado a juicio.
El liberalismo de Maximiliano lo llevó al fracaso como gobernante de la Lombardía y el Véneto, fue abucheado por los italianos que le llamaban “archidupe” (architonto) y su mujer le regaló una isla sobre la cual había la condena de que sus propietarios morirían con violencia.
Y más: se rumoró que era hijo de Napoleón II y no de Francisco Carlos de Austria; fue despojado de sus derechos sobre la corona austriaca, lo engañaron los monarquistas con un dudoso plebiscito por el cual los mexicanos lo reconocerían como emperador y titubeó antes de aceptar una corona para la cual nunca hubo una ceremonia de coronación.
Ya en México las chinches lo obligaron a pasar su primera noche sobre una mesa de billar y toda la aventura en este país terminó cuando fue abandonado por el emperador francés, quien le retiró la ayuda económica y militar, pese a lo cual el consejo de ministros rechazó su intención de dimitir.
Sin descendencia porque su esposa era estéril o porque él padecía de una infección, debió adoptar a dos nietos de Agustín de Iturbide. Peleó con la Iglesia; Napoleón III le reclamó por construir teatros en lugar de caminos; su gobierno estuvo en bancarrota; abortó su propósito de ceder territorio del norte de México a Estados Unidos y conquistar a cambio el de América central; enfermó de disentería y malaria. En el colmo de su infortunio, sus sirvientes desmantelaron el Castillo de Chapultepec por lo que se alojó en otro sitio, y fueron robadas por bandoleros las mulas de su carroza.
Ya preso el austriaco que se asumió mexicano desde su arribo al país, Benito Juárez fue inflexible ante los ruegos de famosos y poderosos del mundo para que le perdonara la vida. El presidente tampoco quiso indultar a Miramón y Mejía como le pidió su principal cautivo. Por cierto, cuando en el bando juarista se defendía celosamente la forma republicana, el juicio a Maximiliano -en el que Manuel Azpiroz fungió como fiscal- fue en un teatro que tenía el nombre de otro emperador, Iturbide, en Querétaro, ciudad “baluarte del catolicismo” dice Tello, donde lo fusilaron después de que él gritó “Viva México”.
El libro de Tello Díaz menciona muchos otros aspectos, entre ellos -siempre destacables por mucho que sean del conocimiento general- que Maximiliano formó un gabinete liberal y hasta anticlerical, ratificó las Leyes de Reforma y rechazó la petición papal de abolirlas, decretó la libertad de cultos y de prensa, y fue -“tal vez”, dice Tello- el primer estadista del mundo en legislar a favor de los trabajadores, en los términos que detalla el autor. También creó el ministerio público y dispuso la enseñanza gratuita y obligatoria. Por todo ello los conservadores mexicanos decían que no era emperador, sino “empeorador”.
Pese a su brevedad, el libro incluye fotografías muy adecuadas en cada breve capítulo, como la del buque Novara, el arco levantado en la actual calle Madero para darle la bienvenida en la ciudad de México, su modesto carruaje que en nada se parece al que se exhibe en el Museo Nacional de Historia (Chapultepec) y personajes de México y Europa relacionados con esta historia, incluidos el nieto de Iturbide y heredero del trono, la cantante Ángela Peralta y los soldados del pelotón de fusilamiento a quienes Maximiliano regaló monedas acuñadas con su efigie y de las cuales ahora se venden copias en el Cerro de las Campanas.
También está una foto de él donde se muestra sin garbo alguno en contraste con la de la portada, cuyo epígrafe dice que esa fue “la última vez que apareció vivo” en una imagen, y la última también de las muchas y muy valiosas ilustraciones de este libro escrito hace más de 20 años y guardado en un cajón, porque iba a aparecer con el sello Clío de manera simultánea con una telenovela sobre Maximiliano y Carlota que -como remate de su mala suerte- finalmente canceló Televisa, aunque luego hubo un documental, como se puede ver en las imágenes adjuntas.

* Licenciado en Periodismo
Cédula profesional 8116108 SEP
[email protected]