
Por Óscar Balderas *
DOMINGA. – Rudyard Kipling acuñó uno de los grandes clichés literarios en uno de sus cuentos más famosos, “En la muralla”, en el que describe así a una de sus protagonistas, una cortesana que recibía en su alcoba a políticos y poetas: “Lalun es miembro del oficio más antiguo del mundo”. Desde entonces, se usa la frase para hablar de la prostitución.

Quienes estamos obsesionados con el crimen organizado creemos que hay un oficio aún más viejo: el del criminal, ese que le quitaba una parte de las ganancias a mujeres como Lalun para poder prostituirse. En la antigua Roma operaban, por ejemplo, los guardias nocturnos, los vigiles, quienes extorsionaban con un impuesto ilegal a los burdeles; en la antigua Grecia estaban los sicofantes que exigían una cuota a personas honradas para no manchar su imagen.
El mayor y más prolongado sistema de “derecho de piso” de la historia ocurrió en la era medieval: los vikingos hacían incursiones ilegales en las Islas Británicas y desde el siglo X y hasta finales del XI obligaron a los reyes a pagarles un tributo anual en plata y monedas a cambio de no saquear sus tierras. Ese sistema se recuerda hoy como danegeld, que en nórdico antiguo significa “oro danés”.
Desde entonces, en el agua aparecieron bandidos flotantes en el Estrecho de Malaca, el Golfo de Adén, el Mar de la China Meridional, el Caribe y las aguas frente a lo que hoy conocemos como Somalia. A esos ladrones de altamar se les vio también en el Golfo de México cerca de 1550, en las costas de Veracruz y Campeche, ansiosos por robar a las embarcaciones españolas que despojaban a los pueblos originarios de América.
La historia del crimen es la historia de la humanidad, pero no necesariamente del crimen organizado. En los tiempos de los imperios, las monarquías y las colonias, los delincuentes eran caóticos, anárquicos y desestructurados. El mejor ejemplo son los piratas que atacaban las costas hoy mexicanas, cuya palabra viene del griego peirates, que significa “intentar” o “probar suerte”. Robaban al azar, sin planeación ni jerarquía en sus embarcaciones. A veces, lograban un gran botín; en otras, sólo pescaban la muerte. Dependían del azar –el viento, el oleaje, la tempestad– porque eran hombres sin instrucción marina, incluso estigmatizados como estúpidos por su torpeza.
Eran los tiempos del crimen desorganizado. Con la organización, cambiaría el mundo.
* Reportero en seguridad pública y crimen organizado. Escribe de cárteles, drogas, prisiones y justicia. Coapeño de nacimiento, pero benitojuarense por adopción.
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