Trasladarle responsabilidades al IMSS-Bienestar es administrar un castillo de naipes que comienza a caer
PorMarcela Gómez Zalce
La crisis en el sector salud en el país es un problema que ha afectado a millones de personas en las últimas décadas. El desafío más importante ha sido la falta de acceso a la atención médica de calidad, la infraestructura insuficiente, falta de personal capacitado y bien remunerado y la escasez de medicamentos. La hidra en la problemática ha sido de manera constante un referente en promesas de campañas. La cuatroté transitó por la misma vía y López Obrador se llenó la boca con ofrecimientos de que en su transformación el sistema de salud estaría al nivel de países como Dinamarca y Noruega. La audacia de su (mentira) oferta pintó de cuerpo entero el absoluto desconocimiento de una de las esferas más sensibles para la población.
El 9 de abril del 2019 en ese torbellino ramplón de aniquilar el pasado neoliberal anunció la creación del Instituto Nacional de Salud para el Bienestar destruyendo el andamiaje y la huella de su antecesor argumentando que el Seguro Popular no era ni seguro, ni popular.
En enero de 2020, meses antes del tsunami SARS-CoV-2, el decreto ya publicado establecía su objeto de “…proveer y garantizar la prestación gratuita de servicios de salud, medicamentos e insumos asociados a todas las personas sin seguridad social…” Hoy, a poco más de tres años, el chiste se cuenta solo si no fuera por la inmensa irresponsabilidad, omisiones, desorden institucional, corrupción e ignorancia que conllevó todo el capricho presidencial.
El pasado martes —para colmo en la coyuntura de la precaria salud del Ejecutivo— en la Cámara de Diputados se aprobó en fast-track la reforma que terminó con la vida del cacareado Frankenstein del Bienestar y su cascada de simulaciones y falsas promesas.
El estrepitoso fracaso ya no fue posible endilgarlo al pasado ni aventar culpas a sexenios anteriores.
Desde el inicio comenzó la crónica de una derrota anunciada. La transformación y su creación de desastre de organización, el imperdonable desabasto de medicinas para millones de mexicanos; falta de esquemas de organización para la toma de decisiones estratégicas para permitir definir la visión, misión y objetivos a mediano y largo plazo donde imperó un fuerte tufo ideológico.
No hay maroma que justifique la atrocidad cometida por erráticas decisiones y una cascada de ocurrencias contra la población en el rubro salud. Las secuelas en el ánimo ciudadano son aún difíciles de pronosticar, pero habrá altos costos políticos y sociales.
El sexenio en materia de salud tirado a la basura junto con miles de millones de pesos.
El nuevo modelo anunciado para trasladarle responsabilidades al IMSS-Bienestar parece ser un mecanismo para administrar el castillo de naipes que comienza a caer.
Y así López Obrador demostró, una vez más, su inteligencia lingüística y verbal exuberante. Ese lenguaje en todas sus expresiones y manifestaciones por encima de los códigos convencionales. Dominando los canales de comunicación, vendiendo ilusiones para proyectar su cosmovisión ante su obediente rebaño moreno que se fascina admirando su obra improvisada y aplaudiendo la majestuosidad.
Sin embargo, la realidad vuelve a golpearlos y exhibe otro fracaso más.
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