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Los secretos de ‘El Jefecito’, un popular carrito de comidas a las puertas del Times

Antes del amanecer, Cecilio Campis monta su carrito de comida, El Jefecito, cerca del edificio de The New York Times.Credit...Thalia Juarez para The New York Times

Cecilio Campis administra un popular puesto de comida rápida ubicado frente al edificio de The New York Times. “Hay que saber tratar a la gente”, dice

Por Terence McGinley

Aún está oscuro, y Cecilio Campis está en la entrada de su casa en Jackson Heights, Queens, llenando el maletero de su Ford Explorer con las provisiones del día. Primero carga una nevera grande con bolsas de verduras y sacos de carne de cerdo sazonada. En el espacio restante, coloca jarras de agua, pilas de tazas de café y paquetes de bolsas de papel.

Poco después de las 3 de la madrugada, se dirige a un comisariato de Long Island City, donde los vendedores como él guardan sus carros, para recoger más provisiones. Después de enganchar el carrito a la parte trasera de su vehículo, Campis emprende el último tramo de su viaje, un trayecto de 15 minutos hasta su lugar de trabajo, un puesto en la acera frente al edificio de The New York Times.

Campis, de 47 años, es el propietario de El Jefecito, uno de los muchos carritos de comida del centro de Manhattan. Para muchos empleados de The New York Times, él es el Jefecito, que sirve café, desayunos y platillos mexicanos a pocos pasos del vestíbulo.

Campis suele tener un compañero en la parrilla. Últimamente es su tío Ignacio Campis, a la izquierda. Credit…Thalia Juarez para The New York Times

Vendedores nuevos y viejos se alinean en el perímetro del edificio del Times, en las aceras frente a la terminal de autobuses de la Autoridad Portuaria y cerca de las entradas a la estación de metro de 42nd Street-Times Square, la más concurrida de Nueva York. Hace unos veranos apareció un carrito de batidos. El hombre que se sentaba en una silla y vendía periódicos sensacionalistas ya no está. La primavera se anuncia en la manzana con la llegada del chico de la fruta de temporada.

Con una presencia estable, un trato genial y buena comida, Campis ha alimentado a periodistas, guardias de seguridad, trabajadores de la construcción y turistas desde 2012. Es una buena ubicación, pero Campis dice que hay algo más importante. “Hay que saber tratar a la gente”, afirma. Su forma de tratar a la gente se define por los detalles. Un sándwich de huevo debe contener dos huevos, no uno. El café helado, cuando se sirve correctamente, puede endulzarse con azúcar granulado así: se echa la cantidad deseada de azúcar en una taza aparte, se le echa un chorrito de café caliente, se remueve y se vierte con el resto del café.

Juanita Powell-Brunson, directora sénior de operaciones del Times, cuenta que, después de que la redacción se trasladara a su sede actual en 2007, seguía comprando café en un carrito de la calle 43, cerca de las antiguas oficinas del periódico. El primer invierno puso fin a esa rutina, y Powell-Brunson estuvo buscando durante unos años. Finalmente, apareció Campis.

“Alguien dijo: ‘El café del tipo de abajo es muy bueno. Deberíamos probarlo’. El resto es historia”, cuenta Powell-Brunson. “Luego empezamos a desayunar. Alguien me dijo que sus tacos de desayuno estaban muy buenos. Después, todos los días él quería que probara algo”.

Una mañana temprano del pasado agosto, mientras su camioneta transitaba por el puente Queensboro hacia Manhattan en la oscuridad, Campis describió su trabajo como uno de los miles de vendedores ambulantes de comida de la ciudad. A los periodistas que le preguntaban por el romanticismo de las calles y el ajetreo propio de Nueva York, les respondía con descripciones contundentes de lo que él llama “la vida”. La vida significa “olvidarse de las fiestas, olvidarse de todo”, dijo Campis, para acostarse a las 08:00 p. m. y levantarse a las 03:00 a. m. seis días a la semana.

Campis llegó a Nueva York desde Puebla, México, hace 28 años y trabajó en restaurantes. Se hizo cargo de El Jefecito en 2012, y cuidadosamente construyó un menú de especialidades diarias de almuerzo como pimientos rellenos, tacos de pescado y tacos al pastor. Campis dijo que aprovechó la oportunidad de dirigir su propio local, aunque sea de dos por tres metros.

“Uno quiere ser dueño de sus cosas, ser su propio jefe”, afirma.

A menudo es el primer vendedor de la cuadra, a las 04:30 a. m. Tres entregas distintas de panadería traen un surtido de bagels, pancitos, donuts y cruasanes. Cada pastel tiene su sitio en el camión para que Campis pueda servir los pedidos lo antes posible. Casi siempre tiene un compañero que se encarga de la plancha. Últimamente, ese papel lo desempeña el tío de Campis, Ignacio Campis, que llega antes de las 05:00 a. m. para preparar el tocino.

Los primeros clientes hacen fila a eso de las 05:20 a. m., después de que los guardias de seguridad del Times dejan unos cuantos periódicos para Campis. El gesto es más simbólico que práctico, porque él insiste en que no tiene tiempo de leerlos.

Cuando los turistas y los oficinistas se fueron a casa en marzo de 2020, Campis y El Jefecito también lo hicieron. Estuvo fuera de la calle durante tres meses, pasando tiempo con su esposa y sus dos hijos, antes de que los trabajadores de la construcción lo llamaran y le pidieran que volviera.

El negocio aún no ha recuperado los niveles prepandémicos, dice. La inflación también ha sido un lastre. Las bolsas de papel que antes le costaban 10 dólares ahora cuestan 18 dólares.

“No es como hace tres años, pero ganamos lo suficiente para sobrevivir”, dice Campis. “No para ganar un poco más, pero estamos bien”.

A Larry Buchanan, redactor gráfico del Times, le gusta pedir el mañanero, un burrito denso, y saltarse el almuerzo. Lo pide a la antigua usanza: mayonesa de chipotle sin frijoles ni salsa verde. En el verano de 2020, Buchanan decidió prestar su experiencia al hombre que hacía sus comidas. Él y otros editores gráficos del Times crearon los diseños del logotipo de dos camisetas de El Jefecito que Campis lleva y regala a los clientes habituales.

“Llevaba nueve años yendo todos los días”, cuenta Buchanan. “Nunca me preguntó mi nombre y yo nunca le pregunté el suyo. Era nuestro pequeño y extraño secreto”.

Entre las dos y las tres de la tarde, El Jefecito se va rodando. Por la mañana, excepto los domingos, Campis volverá. Un día, no lo hará.

“Cuando mi niña se gradúe, se acaba”, dice refiriéndose a su hija que está en la secundaria, que tiene planes de ir a la universidad. Entonces espera poder dedicarse a tener una vida más relajada.

*Publicada y tomada del portal https://www.nytimes.com/

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