Semanario El Pionero

Expresión de Mexicali y su Valle

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Por Francisco Ruiz*

El presidente de México debió esperar por unos instantes junto a la escalinata del Air Force One (Fuerza Aérea 1), avión que traslada al presidente número 46 de Estados Unidos. Luego, Joe Biden asomó su blanca cabellera para inmediatamente descender de la nave y pisar territorio nacional, a la par que estrechaba la mano del mandatario mexicano.

El hombre con más de 1.80 metros de estatura hizo lo que le enseñaron a hacer: con la mano derecha saludo a López Obrador, mientras colocaba su extrema izquierda sobre el flanco de Andrés Manuel, esto como una muestra de quién las lIeva de ganar. De nueva cuenta, López Obrador quedó rezagado frente a su homólogo que saludaba al resto de la comitiva. ¿El motivo? Era la única persona que no dominaba el idioma de William Shakespeare.

¡Eso sí! El tabasqueño siempre sonrío, entendiera o no, para él fue imposible desdibujar su sonrisa. El hecho de que Biden aterrizara en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), fue su gran trofeo. Así como lo lee: de la relación internacional más importante de México, es más de toda la Cumbre de Líderes de América del Norte, la prioridad lopezobradorista fue presumir su “titánica” obra.

Seguramente, esa noche, alguno de los colaboradores o personas más cercanas al señor López, le sugirió ver el documental “Los secretos del lenguaje corporal”; y éste se lo tomó muy enserio. Así, lo vimos haciendo gala de su aprendizaje, cuando al tomar la fotografía oficial con el presidente Biden, parecía un juego de manos. De hecho, me recordó mucho a cuando los beisbolistas cogían el bate en forma vertical, colocando una mano tras la otra desde la base hasta el capitel, para saber quién era el primero.

La Oficina Oval es muy estricta en ese sentido. Por eso, al siguiente día y luego de que Biden repitiera la maniobra al saludar a Obrador, éste decidió poner su mano izquierda sobre la del estadounidense. En consecuencia, el hombre más poderoso del mundo libre colocó su extremidad izquierda sobre el hombro del mexicano. Finalmente, ambos terminaron fundidos en un obligado abrazo.

De los 13 minutos que duró la reunión bilateral entre las delegaciones de México y Estados Unidos de América, Andrés Manuel utilizó más de nueve para transmitir su mensaje. Encorvado, pero sonriente, el presidente mexicano sostuvo: “es el momento de terminar con ese olvido, ese abandono, ese desdén, hacia América Latina y a El Caribe, opuesto a la política de la buena vecida(d)”. No conforme, López Obrador remató citando a “Simón Bolívar, el libertador” (como él lo llamó), personaje que se asocia directamente con los ideales de Hugo Chávez y su heredero Nicolás Maduro, los mandamases de la República Bolivariana de Venezuela.

Don Marcelo no necesitó de ejercicio o dieta alguna, pues se la pasó sudando la gota gorda de principio a fin de dicha reunión. Mientras su jefe hablaba, el canciller tenía clavada la mirada en lo que aparentemente eran sus apuntes, observaba el reloj, se humedecía los labios, se tallaba los ojos como diciendo: “ya no, por favor”, y volvía hojear su carpeta. Mientras, Adán Augusto, el secretario de Gobernación, miraba con detenimiento a las cámaras, pasaba lista a los invitados en la mesa y contaba las moscas que volaban.

En contraste, Joe Biden utilizó 3:17 minutos para hablar. Fue puntual, al grado de ser cortante. Se limitó a leer el discurso que llevaba preparado, resaltando el bicentenario de las relaciones diplomáticas entre ambas naciones. Sutilmente, hizo un reclamo por el descontrol del tráfico de fentanilo y la mala regulación migratoria. Después, Biden comenzó a improvisar, echando su cuerpo para atrás y sosteniendo un lápiz con su mano, con el que brevemente apuntó al mexicano, justo antes de sentenciar: “Estados Unidos brinda más asistencia al exterior que cualquier otro país…gracias por recibirnos y espero nuestra conversación”. Solo faltó que el anfitrión le respondiera: “vuelva pronto”.

Post scriptum: “A chillidos de marrano, oídos de carnicero”, refrán mexicano.

* El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).

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