19 de septiembre: dos sismos y la pérdida de un incomprendido
Por José Antonio Aspiros Villagómez
Cada 19 de septiembre trae recuerdos ingratos para muchos mexicanos, principalmente por los trágicos sismos de 1985 y 2017. El primero de ellos expulsó al tecleador de su hogar en el edificio Chamizal de Tlatelolco, y el segundo obligó al aplazamiento por dos semanas, de su ingreso a la Academia Nacional de Historia y Geografía (ANHG), cuya hoy remozada sede en la colonia Juárez de la Ciudad de México, por fortuna no sufrió daños.
En 1985 escribimos artículos y reportajes para el diario El Nacional acerca del terremoto y sus efectos precisamente en Tlatelolco, y dos de esos textos figuran en la antología Memoria periodística del terremoto que, coordinada por María Teresa Camarillo, publicó dos años después la Universidad Nacional Autónoma de México.
Y a finales de ese año sucedió lo que algunos llamaron “terremoto cultural”: el cuantioso robo de objetos arqueológicos del Museo Nacional de Antropología, dos días antes del deceso de nuestro querido tío Rafael Villagómez González (27-XII).
Pero volviendo al 19 de septiembre, hay otro hecho lamentable por recordar aparte de los sismos: en esa fecha de hace 40 años murió el escritor veracruzano Parménides García Saldaña, quien destacó por haber sido el más radical de los integrantes de aquella corriente literaria que la doctora en letras Margo Glantz calificó como “de la onda” en su extenso ensayo ‘Onda y escritura: jóvenes de 20 a 33’ (enero de 1971).
Recordamos particularmente a Parme, como le decían desde niño, porque nació el 9 de febrero de 1944, un mes exacto antes que este tecleador; porque coincidimos como alumnos (1957-1959) en la Secundaria # 3 ´’Héroes de Chapultepec’ de la capital del país, donde él destacaba por inquieto, y por los recuerdos que nos narró alguna vez el colega periodista Antonio Leal.
En el blog pastoverde08.wordpress.com encontramos una amplia semblanza de Parménides escrita por Rosa Carmen Ángeles, donde dice que nació en Orizaba, Veracruz, en el seno de una familia de clase media y buenos principios morales, pero que le hizo daño al que llegaría a crear literatura “de culto” según algunos críticos, porque nunca aceptaron que fuese escritor y su padre quería que estudiara una profesión. (En la familia del tecleador también hubo quien puso el grito en el cielo -el tío Daniel González- porque eligió ser periodista).
Parménides creció en la colonia Narvarte de la Ciudad de México, y en los años que fuimos condiscípulos comenzaban a surgir los conjuntos de rocanrol en español, fresas y clasemedieros, posteriormente desplazados por los de rock en inglés con su secuela de explosión juvenil coronada por los festivales en Woodstock por allá y Avándaro por acá, los hippies, las drogas, el sexo libre, la chamana María Sabina y el lema de “amor y paz”. Otras veces hemos escrito de ello.
García Saldaña se identificó con ese universo. Sus cómplices fueron sus vecinos de la Narvarte, y su conducta agresiva y excéntrica derivó en ingresos a la cárcel y al siquiátrico. Él -según testimonio del músico Alejandro Lora- bautizó como “hoyos fonky (o funky)” a las casas particulares, gimnasios, escuelas, bodegas o terrenos de la periferia donde miles de jóvenes se escondían de las autoridades para oír su música, tomar y drogarse, a causa de la represión oficial en los años 70 cuando gobernaba Luis Echeverría.
En esos sitios, por cierto, creció la popularidad de Lora y el conjunto Three Souls in my Mind, de Botellita de Jerez y del cantautor Rockdrigo (Rodrigo Eduardo González Guzmán), muerto junto con su pareja durante el terremoto del 19 de septiembre de 1985.
Así surgió el proletario rock urbano y el rocanrol se mantuvo un tiempo entre las clases medias. Lo de Parménides eran el blues y el rock, e intérpretes como Bob Dylan, The Doors, Janis Joplin y los Rolling Stones, cuando, como dice Juan Carlos Aguilar en el blog pastoverde08, escuchar a este con junto inglés “era algo subversivo”. Parme terminó por renegar de los Stones y auguró que acabarían “vendidos al establishment”.
En septiembre de 2010, el colega y tocayo Antonio Leal nos dijo, sin especificar la época, que a Parménides lo recibía en su departamento de la colonia Hipódromo: llegaba “con más sed que un náufrago”, tomaba “de todo” y “nos pasábamos unos buenos ratos en el parque México o en el España, cercanos, cuando la judería lo permita, a sus horas”. Judería, es bueno aclararlo, no es un término peyorativo, sino el nombre del barrio o parte de una ciudad donde se concentran las viviendas de los judíos, según intuimos en un trabajo de Gisela Roitman para la Fundación Dialnet de la Universidad de La Rioja sobre ese y otros términos medievales.
En su momento no lo supimos, sino hasta casi tres décadas después cuando los sismos de 1985 afectaron a la secundaria donde coincidimos con Parménides, pero a ese plantel iban precisamente los hijos de la comunidad judía, aunque también éramos varios los de la colectividad tacubayense. Otros compañeros fueron Carlos Amador y Manuel, hijos de la actriz Marga López y el productor de cine Carlos Amador Martínez.
Pero mientras que Leal y otros pocos procuraban a Parme, muchos le huían, pues a pesar de su gran claridad mental y lucidez, era pesado, intenso, adoptaba actitudes nefastas y no querían saber de él, nos dice Rosa Carmen Ángeles. Tal vez fue así incluso cuando estuvo seis meses en silla de ruedas tras ser atropellado por un camión.
Llegaba en las madrugadas a las casas de sus amigos y por esa imprudencia los perdió. La escritora Elena Poniatowska, a quien Parme llama “mi hada madrina” en El rey criollo, dice en uno de sus libros que también ella vivió esa experiencia –llegaba de madrugada gritando su nombre desde la calle– y por ello se distanció de él. Parménides decía que nadie lo comprendía.
Por presiones de su padre, nuestro personaje estudió letras inglesas en Luisiana y, antes o después (las fuentes se contradicen), economía en la UNAM, que no terminó. Se interesó en el marxismo, la contracultura y la música, tanto como en sus adicciones.
Era todavía adolescente cuando comenzó a escribir cuentos. Tuvo el acierto de mostrárselos al severo crítico literario Emmanuel Carballo, quien le dio consejos, lo alentó y llegó a ser su editor en el sello Diógenes. Escribía todos los días desde las seis de la mañana porque en las noches se perdía en los antros. Hay firmes vasos comunicantes entre su vida y su obra. Se entretejen, como sucede con tantos otros autores.
Esa obra –que ha sido objeto de diversos análisis de expertos– comprende la novela Pasto verde (Diógenes, 1968), El rey criollo (cuentos, Diógenes, 1970), el ensayo o manifiesto En la ruta de la onda (Diógenes, 1972 o 1974), el poemario Mediodía (Joaquín Mortiz, 1975) y fue coautor con el dramaturgo Juan Tovar (1941-2019) y el fotógrafo Ricardo Vinós (1943) del guion Pueblo fantasma, tercer lugar en el concurso del Banco Nacional Cinematográfico en 1966, ganado por Carlos Fuentes y Juan Ibáñez con Los caifanes. Según la Wikipedia, tendría un libro póstumo del que no sabíamos: En algún lugar del rock (el callejón del blues), (Top Editores, 1993).
La psicodelia, la clase media, el hastío, personajes excéntricos, abundantes diálogos, frases dondelaspalabrasnotienenespacios, la irreverencia y agresividad, el realismo destrampado, fueron consideradas algunas características de su obra. Pasto verde “funcionó como catarsis” y anticipó la rebelión juvenil, dijo el propio autor. Y a él se refirió José Agustín –también nacido en 1944 y otra figura de “la onda” junto con Parménides y Gustavo Sáinz– en su libro El hotel de los corazones solitarios (Nueva Imagen, 1999).
García Saldaña fue uno de los primeros críticos de rock en México. Escribió en los periódicos El Sol de México, El Heraldo de México, Novedades y Excélsior (suplemento Diorama de la Cultura) y las revistas Pop, La Piedra Rodante y Revista de Bellas Artes. Actualmente es difícil conseguir sus libros; ya no se reeditan por más que muchos escritores y comentaristas hayan abogado por que se publiquen sus obras completas.
Su padre le había comprado un pequeño departamento en la calle Anatole France de Polanco, donde Parme murió en la soledad a causa de una pulmonía el 19 de septiembre de 1982. Tenía 38 años. Fue encontrado días después. En 1988 Alejandro Lora le dedicó la rola ‘El maldito ritmo’, compuesta a propósito de un álbum que había grabado Alfredo Díaz Ordaz, hijo del presidente en 1964-1970, Gustavo Díaz Ordaz, según una entrevista anónima publicada en el diario La Razón el 25 de mayo de 2015.
“Me dio tristeza saber que fue encontrado muerto”, nos comentó Antonio Leal, ya citado, en cuyo domicilio dejó Parménides varios libros, entre ellos Los poemas de Francois Villon “que conservo aún y leo de vez en cuando”. Villon (1431-1463) fue un poeta francés en cuya obra refiere sus experiencias con la policía por hechos criminales.
Por nuestra parte recordamos a Parménides García Saldaña con relecturas de fragmentos de sus libros que habíamos olvidado, mientras documentábamos y tecleábamos estos Textos en libertad.
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