Por Dogan Tiliç
Ankara, (EFE).- Unos dos millones de jornaleros, en su mayoría kurdos, sin derechos laborales y que sobreviven malamente pasando de campo en campo, sostienen la industria agrícola de Turquía, uno de los principales exportadores de alimentos de Europa.
«¡Deja de filmar! ¡Borra las fotos! ¡No queremos prensa. No resuelve nada y solo trae problemas!». Las emociones están a flor de piel entre los jornaleros que se congregan al amanecer en un campo de cebollas en la región de Ankara.
El joven enfurecido se llama Ahmed y es de la provincia de Sanliurfa, a 700 kilómetros al sureste. Es universitario, pero al igual que su padre, Ömer, de 66 años, se busca la vida viajando durante siete meses por el país en busca del escaso jornal que mantiene a la familia.
«Empezamos en abril, salimos del pueblo y fuimos a Adana (en la costa mediterránea) para trabajar en los campos. Luego pasamos a Malatya (en el centro-este) para cosechar albaricoques. Ahora estaremos un mes con la cebolla en Ankara», explica Ömer, temporero desde que tiene uso de razón.
DOS MILLONES DE TEMPOREROS
Se estima que unos dos millones de temporeros trabajan en la agricultura turca, un sector que emplea unas cinco o seis millones de personas, casi la quinta parte de la mano de obra total.
La gran mayoría son kurdos, de las provincias del sureste que se desplazan por el país de abril a noviembre, migrando desde los invernaderos de la costa mediterránea a los campos de Anatolia central y los del Mar Negro.
Sin ellos no funcionarían los cultivos de algodón, cacahuete y avellana, ni los de cebolla, ajo, patata, remolacha, pimiento, tomate, habichuela, girasol y sandía, ni los viñedos y huertos.
Los temporeros cobran este año 175 liras al día, unos 9,5 euros al cambio actual. Con este jornal tendrían que trabajar 30 días al mes sin descanso para alcanzar el salario mínimo vigente (unos 300 euros), pero sin formar parte del sistema de seguridad social.
Son familias enteras: hombres, mujeres y niños que trabajan hasta 12 horas diarias bajo el sol. Establecen sus tiendas y chamizos en medio de los campos, lejos de todo núcleo habitado.
SIN AGUA NI ELECTRICIDAD
«Llegamos aquí, rodeados de polvo y tierra, no tenemos agua, nada, no hay electricidad. El patrón dice que no coloca electricidad en las tiendas», se queja Hasan, otro joven temporero.
«No tenemos baños ni ducha. Viajamos. Ahora estamos aquí, dos días más tarde vamos a otro sitio. Si nos quedáramos en un lugar, seríamos parte de la sociedad», reflexiona Ömer.
«Esta aldea es un lugar de trabajo, hay mucha faena aquí. ¿No sería mejor que nos hicieran algún tipo de vivienda?», pregunta.
Dentro de su itinerario, muchos temporeros acuden siempre al mismo campo, a veces durante generaciones, explica Hasan.
«Si vives cinco o diez años en un país europeo, te dan la nacionalidad. Nosotros venimos aquí desde hace 18 años y no nos dan ni electricidad. Hay que caminar diez kilómetros para encontrar una cafetería donde recargar el móvil», se queja.
Hasan ha visto declinar el negocio. «Antes venía con unas cien personas, luego eran ochenta y este año han sido treinta. Si esto continúa así, la agricultura se irá al pique», asegura.
LA INFLACIÓN SE COME EL JORNAL
Con la caída de la lira turca, que ha perdido el 45 % de su valor en los últimos 12 meses, los productos de importación que necesitan los agricultores, desde el abono hasta el carburante, han subido tanto de precio que muchos dejan abandonados los campos.
Pero la inflación, actualmente en un 80 % interanual, ha socavado también el ya escaso nivel de vida de los jornaleros.
Los jornaleros han encendido una pequeña fogata para tomar un té aún bajo el amanecer, antes de iniciar su jornada. Ömer, padre de ocho hijos, toma cinco vasos seguidos.
«Lo bebo muy cargado, a ver si así me muero pronto», dice sin reírse: «esto no es vida». EFE
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