Semanario El Pionero

Expresión de Mexicali y su Valle

El presidente embaucador

FOTO: GALO CAÑAS/CUARTOSCURO.COM

Haciendo un homenaje involuntario a MacLuhan, López Obrador se ha convertido en el medio y el mensaje

Por  Héctor Tajonar *

Primera de dos partes

Sereno, seguro de su poder omnímodo, Andrés Manuel López Obrador decidió imprimir su imagen en el mural “La Epopeya del pueblo mexicano”, de Diego Rivera, justo abajo de Hidalgo y Morelos. Durante el mensaje del Cuarto Informe de Gobierno el manejo simbólico de su megalomanía quedó grabado para la posterioridad. Con menor eficacia, el mandatario intentó imponer una visión ilusoria de su gestión recurriendo a su machacona retórica basada en la tergiversación de datos y conceptos. Sin embargo, aun en tiempos de la posverdad la mendacidad ya no da para tanto.

López Obrador no sólo ha sido un mal gobernante sino un presidente embaucador. El DRAE define así el verbo embaucar: “Engañar o alucinar, prevaliéndose de la inexperiencia o candor del engañado.” Se cumplen todos los elementos de la definición. Por un lado, el deseo de engañar del mandatario, unido a su capacidad de simular y manipular; por el otro, aprovecharse de la ingenuidad y credulidad del engañado -el electorado mexicano-, proclive a creer en un líder carismático. Además, el embaucador alucina con sus mentiras.

El político tabasqueño supo aprovechar el hartazgo social frente a la podredumbre de la casta política para construir un personaje, un proyecto y una estrategia de comunicación política que fue capaz de sembrar esperanza en un 53% del electorado. Pero ha abusado y traicionado la confianza ciudadana. Detrás de su atractiva oferta de campaña se ocultaba un impostor invadido por una irrefrenable codicia de poder a la que los griegos llamaban hybris. A lo largo de cuatro años, la verdadera naturaleza del mandatario y de su gobierno se revela cada día con mayor nitidez. Ello conducirá a su némesis.

López Obrador insiste en que “no somos iguales”. La realidad es que él es una síntesis depurada del presidencialismo autoritario; ha perfeccionado todas y cada una de sus artimañas: Erosionar la división de poderes, adueñarse de la procuración e impartición de justicia, asegurar la lealtad de las Fuerzas Armadas mediante la cooptación de los altos mandos; intimidar a opositores y críticos, manipular a los medios informativos, así como implantar una política social basada en el clientelismo con fines electorales. A ello debe agregarse la opacidad y la simulación, instrumentos clave del autoritarismo de ayer y hoy.

El mandatario en funciones es un maestro en el manejo de la propaganda política, en número de horas frente al micrófono supera a cualquiera. Haciendo un homenaje involuntario a MacLuhan, López Obrador se ha convertido en el medio y el mensaje. Se ha adueñado del espacio comunicacional a través de una omnipresencia intrusiva que repugna a unos y hechiza a otros.

Su adaptación de la dictadura perfecta tiene algo de la vocación predicadora de Echeverría y su “necesidad fisiológica de hablar” (Cosío Villegas), del narcisismo petrolero de López Portillo, así como del maquiavelismo del “innombrable” Salinas de Gortari para construir su propia “mafia del poder”. También es una versión corregida y aumentada de su odiado Calderón, tanto por el pacto con el sindicalismo corrupto (SNTE y CNTE), como por su voluntarismo militarista. Asimismo, ha reproducido el ruin abuso de poder contra Carmen Aristegui a pesar de que en su campaña prometió que nunca lo haría.

En contraste, el macuspano ha traicionado la determinación del presidente Cárdenas de reducir el poder político de los militares. Cogobernar con las Fuerzas Armadas será el legado más regresivo y perdurable de la frustrada cuarta transformación.

El drama se torna tragedia. La barbarie criminal se extiende bajo el manto protector de un mafioestado (Buscaglia). Ciego ante el sangriento resultado de su estrategia, López Obrador se empeña en imponer la militarización del país para que la Guardia Nacional dependa de la Secretaría de la Defensa; pasando por encima del mandato constitucional que lo impide, la seguridad pública quedaría en manos del Ejército. Su triquiñuela legislativa fue aprobada por la vía del mayoriteo express en la Cámara de Diputados. En el Senado se turnó a comisiones antes de su discusión en el Pleno. Si el Congreso aprueba la iniciativa, la Suprema Corte, hasta ahora omisa respecto a la creciente militarización, será la encargada de juzgar la inconstitucionalidad de la argucia.

Los fracasos de la 4T en materia de salud, educación, combate a la pobreza y la desigualdad; así como la falsedad de haber erradicado la corrupción y la impunidad son inocultables. Al desdén por el Estado de derecho se suma el creciente embate contra la normatividad y las instituciones democráticas.

Encubrir la evidencia del desastre se ha convertido en prioridad de la estrategia política e informativa del supremo demagogo. ¿Cómo hacerlo? ¡Con más simulación y mayor opacidad! El Cuarto Informe lo muestra, tomo como ejemplo dos temas: seguridad y educación.

Para el mandatario, el caso Ayotzinapa es una prueba de que no se admiten relaciones de complicidad con nadie y de que se combate la impunidad. Si bien es cierto que frente a la “verdad histórica” se declaró que la desaparición y asesinato de los 43 estudiantes fue responsabilidad del Estado, haber exculpado nuevamente al general Cienfuegos confirma la vigencia de la impunidad selectiva y la complicidad con la élite militar. Además, la desaseada captura y encarcelamiento de Murillo Karam ratifican el uso político de la prisión preventiva como arma de la facciosa justicia presidencial.

La responsabilidad de Peña Nieto en el caso Ayotzinapa se suma a las investigaciones contra el ex presidente por enriquecimiento ilícito y lavado de dinero, a cargo de la Fiscalía. Ello será utilizado por el zorro tabasqueño en el momento más favorable para lograr sus fines político-electorales. Recordemos que el resultado de la controvertida consulta popular para juzgar a los expresidentes fue del 90% a favor del “sí”.

La autocomplacencia presidencial respecto a su política de seguridad revela no sólo cinismo sino una total falta de compasión frente a las víctimas y deudos de la violencia creciente. El resultado de su imperdonable falta de responsabilidad es aterrador: Más de 121 mil 655 muertes dolosas en los primeros 42 meses de su gobierno (frente a los 120 mil 463 de todo el sexenio de Calderón); más de 105 mil personas desaparecidas (23 mil desde diciembre de 2018), cada día “desaparecen” 25 personas en el país. Aumento de los feminicidios (1,004 en 2021; 2% más que en 2020), diariamente son asesinadas 10 mujeres en México. Somos uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo, así como para los defensores de derechos humanos (Human Wright Watch, Reporte Mundial 2022).

Continuará segunda y última parte.

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