Por Benito Nacif *
El anuncio del gobierno de Estados Unidos tomó al presidente López Obrador y su equipo por sorpresa. El tabasqueño había concluido una visita de Estado a Washington, D.C. apenas unos días antes. Llevó consigo a medio gabinete presidencial, junto con la corte de empresarios de la que suele acompañarse para hacer alarde del respaldo del sector privado a su gobierno.
El viaje a la capital de EU tenía un propósito político. López Obrador buscaba restañar heridas con el gobierno de aquel país, después de haber encabezado el boicot a la Cumbre de las Américas. El evento, organizado por el presidente Biden, se celebró en Los Ángeles, California, entre el 6 y 10 de junio. Era parte de una nueva iniciativa de acercamiento diplomático con América Latina, con la que Biden buscaba distinguirse de su antecesor en la Casa Blanca, el republicano Donald Trump.
El presidente López Obrador condicionó su asistencia a la Cumbre de las Américas. Dijo que sólo iría si se invitaba a los jefes de Estado de Cuba, Nicaragua y Venezuela, dictaduras que EU busca mantener ajenas a los mecanismos de cooperación internacional de la región. A la posición mexicana se sumaron otros países como Honduras y Bolivia.
La petición del tabasqueño, formulada de forma poco diplomática en la conferencia de prensa mañanera, resultaba políticamente inaceptable para el presidente Biden. Concederla significaba ponerle en bandeja de plata a la oposición republicana un asunto negativo a utilizar en las elecciones legislativas de noviembre en contra de los candidatos del Partido Demócrata.
Con el viaje a Washington D.C., el presidente López Obrador mandaba un mensaje de conciliación. No obstante, las diferencias y desencuentros en materia de política hacia América Latina, los gobiernos de México y Estados Unidos tienen otros temas en común, como comercio, migración y seguridad, en los que puede haber importantes coincidencias, parecía decir el tabasqueño. A pesar de algunas pifias, como mencionar en plena visita de Estado el asunto políticamente sensible de los altos precios de la gasolina en EU, el viaje parecía ser un ejercicio saludable de reparación de daños.
A los pocos días, vino el anuncio del inicio formal de una controversia de Estados Unidos contra México por violaciones al Tratado entre México, EU y Canadá (T-MEC). La Representante Comercial de Estados Unidos, Katherine Tai, dio a conocer mediante un escrito que el trato preferencial y discriminatorio a favor de CFE y Pemex por parte del gobierno de México contraviene diversas disposiciones del acuerdo internacional que sustituyó al TLCAN. A la controversia presentada por EU se sumó Canadá al día siguiente.
El presidente López Obrador parece haberse enterado de la carta de Katherine Tai por los medios impresos, que revisa muy temprano antes de sus conferencias matutinas. Su primera reacción fue atacar a sus críticos y culparlos del problema. Atribuyó todo a la inconformidad de unos empresarios “de nuestro país”, más que de Estados Unidos o Canadá por la política energética de su gobierno. Minimizó el asunto con un “no va a pasar nada” y pidió, a media conferencia de prensa, que tocaran la canción de su paisano tabasqueño, Chico Che, “Uy qué miedo, mira cómo estoy temblando”.
La mañanera está dirigida a un público local. Sin embargo, cuando López Obrador toca temas de relevancia internacional, otras audiencias prestan atención. Y eso pasó con su reacción al anuncio de la controversia que presentó la oficina de la Representante Comercial de EU. El mensaje que transpiró no fue favorable. El presidente López Obrador parecía no tomarse en serio la queja presentada por los gobiernos de Estados Unidos y Canadá, sus principales socios de un intercambio del cual depende una tercera parte de la economía mexicana.
Por fortuna, la Secretaría de Economía emitió un comunicado más sobrio, en el que expresa la “voluntad de alcanzar una solución mutuamente satisfactoria en la etapa de las consultas”. Pero el episodio no solo refleja una falla seria en la conducción de la política exterior, sino también en las conferencias de prensa mañaneras, que han dejado de ser un instrumento de comunicación política de la presidencia de la República, para convertirse en show personal de López Obrador.
*Profesor del CIDE.
Twitter: @BenitoNacif
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