Las zonas con infraestructura hidroagrícola, que comprenden cinco millones de hectáreas bajo riego y otras regiones con un temporal eficiente, han seguido abandonadas durante los últimos tres años
Por Alberto Vizcarra Ozuna *
Articulista invitad@
Crece el consenso mundial. Se admite que uno de los jinetes del apocalipsis, el hambre, está cobrando ventaja en el cuadro internacional de crisis económica y guerra. No hay nación del mundo que pueda escapar al impacto de esta realidad, pero hay países que reciben este choque con notables vulnerabilidades, principalmente aquellos que por años o décadas abandonaron las políticas económicas dirigidas a reducir la dependencia en la importación de granos básicos. En esa lista de naciones se encuentra México, que actualmente ocupa los primeros lugares en importación de alimentos en el mundo.
El año pasado México alcanzó el primer lugar mundial en importaciones de maíz per cápita, comprando en el mercado norteamericano más de 18 millones de toneladas, lo que equivale al 40 por ciento del consumo nacional. También se mantienen en crecimiento notable las importaciones de trigo, del cual importamos más de 5 millones de toneladas.
En el mercado nacional solo se producen tres millones. Se han incrementado significativamente las importaciones de frijol, pues en el 2021 se destinaron 137 millones de dólares para la adquisición de esta leguminosa fundamental en la dieta de los mexicanos. Representa un incremento del 140 por ciento con respecto a las importaciones del año previo.
Hay naciones exportadoras, que están reteniendo su producción nacional y han decidido proteger su mercado cancelando las exportaciones de granos básicos. La falacia neoliberal de que es más barato importar los granos que producirlos nacionalmente, amenaza con cobrar una factura que podría ser de un alto costo social y político. Las cosas se aproximan a un momento en que se pueda tener el dinero para comprar los alimentos, pero estos no estén disponibles en el mercado mundial. Una realidad a la que el presidente Andrés Manuel López Obrador, decide encarar con medidas de una escala que se encuentra muy por debajo del tamaño de los desafíos que el problema mundial plantea.
En el discurso del 14 de mayo en Boca de Río, Veracruz, el Presidente montó un evento dirigido a darle respuesta a la situación alimentaria y a los impactos inflacionarios en el precio de los alimentos. Al acto no fueron convocados los productores nacionales y sirvió para que el ejecutivo ratificara la estrategia excluyente de solo proteger con precios de garantía a las zonas del país que producen para el autoconsumo, pero que carecen de la capacidad instalada para contribuir a la producción nacional de granos básicos y disminuir con ello la dependencia alimentaria del país. Los datos físicos que acusan los incrementos en las importaciones de maíz, trigo y frijol, en los últimos tres años, son más que elocuentes al respecto.
Las zonas con infraestructura hidroagrícola, que comprenden cinco millones de hectáreas bajo riego y otras regiones con un temporal eficiente, que tienen el potencial para responderle con millones de toneladas de maíz y trigo al mercado nacional, en este contexto mundial de crisis y de ruptura de cadenas productivas internacionales, han seguido abandonadas durante estos tres años, y puestas en los brazos de los grandes corporativos, como CARGILL y otros, que controlan y especulan con el mercado mundial de alimentos. La incertidumbre que sufren los productores para recibir un precio justo por la cosecha de trigo de este año, es una muestra transparente de la ausencia del estado en la función estratégica de proteger al productor y a la producción nacional de granos básicos.
Simular protección con precios de garantía al autoconsumo, está muy lejos de poner al país en condiciones de enfrentar la ola mundial de incremento en el precio de los granos, la escasez de los mismos y el cierre de mercados que tienden a protegerse ante la zozobra que propicia la guerra económica montada por el establishment angloamericano en contra de Rusia. Estamos en un momento en que el estado se debe de poner al frente de la situación, y establecer acciones emergentes, cuya escala debe ser consecuente con los desafíos planteados.
Las zonas de riego del país, que sostienen la productividad más alta por hectárea en maíz y trigo, deben de ser inmediatamente protegidas con precios de garantía y asegurar que esa producción se destine al mercado nacional. Es un absurdo que estemos importando el mismo trigo que exportamos, destinando bolsas gigantescas en miles de millones de dólares, que solo benefician a los grandes importadores, en lugar de orientar una buena parte de esa energía y recursos al mejoramiento del equipotencial de estas regiones, su infraestructura y tecnología de riego y otras mejoras, restableciendo el extensionismo y fortaleciendo la investigación en el mejoramiento de semillas.
En tal contexto resulta un despropósito, que el presidente se sostenga –con una necesidad desconcertante- en un discurso despectivo en contra de los requerimientos de crédito refaccionario, sistema de avíos, subsidios en el uso de fertilizantes y semillas, que requieren los productores nacionales, con la cantaleta de que todo eso es corrupción, y al mismo tiempo le entrega el mercado de granos a los grandes importadores al subsidiarlos con exenciones arancelarias.
Recientemente naciones como Argentina, la India, Rusia, Ucrania, Egipto, entre otros, han cerrado sus mercados de exportación de granos y otros productos alimentarios. Estados Unidos aún no ha tomado esta decisión, pero la incertidumbre que caracteriza a la situación mundial, no lo hace improbable. Si eso ocurre, México quedaría sin su principal proveedor de granos y con ello al borde del abismo. Un escenario que no está en el horizonte del presidente, porque su mirada se mantiene fija en las coyunturas electorales. En esa ruta, pasará a la historia como el presidente que ganando elecciones perdió al país.
*Publicado y tomado de https://aristeguinoticias.com/
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