Semanario El Pionero

Expresión de Mexicali y su Valle

En las nubes…

Queremos tanto a Tere 

Por Carlos Ravelo Galindo

Hace ocho años dejó de existir doña María Teresa Villagómez González, y su vástago el colega José Antonio Aspiros Villagómez, la recordó entonces con una bella fábula.

Nosotros, sin su permiso, la reproducimos. En respetuoso saludo a la familia.

Tomó prestado el título del volumen de cuentos de Julio Cortázar, Queremos tanto a Glenda, y el de un libro en homenaje a ese escritor argentino, Queremos tanto a Julio, para rotular estos párrafos y expresar un sentimiento familiar real y profundo.

“En 2010 leí el libro Nos acompañan los muertos, de Rafael Pérez Gay, porque trata de experiencias que a todos nos esperan y es menester estar preparados, o al menos conscientes de lo irremediable.

Por la obra desfilan las vicisitudes de un hombre maduro, con sus padres seniles, enfermos y en la decadencia propia de la edad; con duras experiencias familiares de hospitales, médicos, medicamentos y caprichos de los propios pacientes.

En sus páginas uno encuentra diversas sentencias y conclusiones tales como “la necedad es la última arma de la vejez”, “los médicos son apostadores desdichados, a los que al final siempre derrota el destino”, “la vida puede ser entendida como una subasta, una gran compraventa de almas”, “nadie sabe ser anciano, nunca se aprende ese oficio”, “nadie recupera nada del pasado, salvo el dolor de lo irrecuperable”.

También menciona que “cuando en la casa hay niños, ancianos o enfermos, no hay dinero que alcance”, y relata episodios de las eternas esperas en la antesala del médico, los empeños del enfermo en tomar las medicinas a su capricho y no como fueron prescritas, en ocasiones los gastos inútiles, las llamadas telefónicas por una crisis en la salud del padre o la madre, los delirios de la senilidad, la súbita hipocondría de algún pariente.

A lo largo de la obra el autor desarrolla su convicción de que “nunca estamos solos, nos acompañan los muertos y no pocas veces nos atormentan desde sus tumbas”.

Recordé esta lectura porque acabo de perder a mi madre. A sus 87 años dejó a sus adoloridos, esposo, hijos, nueras, nietos, bisnietos, sobrinos y tantos parientes más, entre ellos una cuñada de casi 103 años, muchos de los cuales le hemos llorado sin descanso y rezado con fervor.

Se llamaba María Teresa porque María fue su mamá (mi también queridísima abuela) y Teresa su abuelita. Nació y pasó la mayor parte de su vida en Tacubaya, un barrio de la Ciudad de México donde ella quería morir, pero las raíces llaman y su partida el 13 de agosto tuvo lugar en Querétaro, tierra de ancestros. Su madre era nativa de Tequisquiapan (y su padre, mi amado abuelo y tutor José Antonio, de Zinapécuaro, Michoacán).

Recordamos a Mamá Tere con su carácter fuerte e independiente, su mano de artista en la cocina y sus esfuerzos para sacar adelante a sus hijos, cuatro varones (dos más, murieron bebés). Y cuando fue necesario, cuidó como a hijas a dos sobrinas y una nieta.

Siempre estaba tejiendo o haciendo vestiditos: para nietos y bisnietos, principalmente. Y mientras tuvo energías, cuidó de ellos en tanto padres y madres salían a trabajar. Se prodigó con amor y generosidad; también por eso su partida nos abrió el corazón.

Tal como en los casos que relata Pérez Gay en su libro testimonial, los últimos años de Mamá Tere fueron difíciles. Mujer resistente al dolor, terminó por quebrarse. Cirugía de cadera en 2009, fractura y prótesis en la otra pierna en febrero pasado y cama casi permanente desde entonces debido a gastritis y sangrado.

Visitas médicas a su domicilio en San Juan del Río y hospitalizaciones en la ciudad de Querétaro. Viajes de nosotros para cuidarla; hubo que estar allí las 24 horas y sufrir impotentes su dolor de espalda, el de su estómago y la dificultad de los médicos para practicarle una endoscopía, que no fue posible como tampoco encontrarle más las venas para seguirla martirizando con agujas.

He revisado fotografías de los años recientes y encuentro a una mujer cansada que, sin embargo, sonríe porque se sabe rodeada, junto con su esposo, de manera cariñosa por toda su descendencia. Allí están las navidades, los cumpleaños, el día de las madres, las visitas de la familia de aquí y la que emigró a Estados Unidos y Puerto Rico, o nació allá.

Pero todo el amor por ella, las atenciones prodigadas y los agradecibles esfuerzos de médicos y paramédicos del Hospital del ISSSTE en Querétaro, no fueron suficientes para aliviarla. Aunque las palabras del sacerdote en la misa de cuerpo presente nos trajeron un poco de consuelo.

Sus cenizas reposan en la parroquia de Nuestra Señora del Líbano y su recuerdo estará siempre presente en nuestras mentes y corazones”.

Con inmodificable amistad.

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