Por Antonio Magaña.
La ONU confirmó el pasado lunes que el fin del mundo ya comenzó, que es una realidad, que está aquí y que nadie está a salvo.
El escenario, según el reporte de la ONU, es apocalíptico y no hay a donde huir.
Si no se reducen inmediatamente las emisiones de gases tipo invernadero, en los próximos años, se incrementarán los incendios, los huracanes, las inundaciones, desaparecerán islas y subirá dos metros el nivel del mar.
Habrá sequias en el norte de México, en donde la temperatura se incrementará 1.5 grados C y las lluvias se reducirán en el sur del país.
En 2018, Yuval Noah, Harari, publicó en 21 lecciones para el siglo XXI:
“El experimento terrorífico ya se ha puesto en marcha. A diferencia de la guerra nuclear, que es un futuro potencial, el cambio climático es una realidad actual, Los científicos están de acuerdo en que las actividades humanas, en particular la emisión de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono, hacen que el clima de la tierra cambie a un ritmo alarmante.
Nadie sabe exactamente cuánto dióxido de carbono podemos continuar bombeando a la atmósfera sin desencadenar un cataclismo irreversible.
Las estimaciones científicas más optimistas indican que a menos que reduzcamos en forma drástica la emisión de gases de efecto invernadero en los próximos veinte años, las temperaturas medias globales aumentarán más de dos grados centígrados, lo que provocará la expansión de los desiertos, la desaparición de los casquetes polares, el aumento del nivel de los océanos y una mayor incidencia de acontecimientos meteorológicos extremos como huracanes y tifones.
Estos cambios alterarán la producción agrícola, inundarán ciudades, harán que gran parte del mundo se vuelva inhabitable y que cientos de millones de refugiados busquen nuevos hogares”.
Los daños son irreversibles y, si no se toman medidas hoy, el mundo se acabará en uno o dos siglos.
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