Por Jorge Hugo García
Esto me lo contaron a mis 6 años de edad, los abuelos de unos nativos descendientes de los Kilihuas al Sur de Ensenada, BC México:
Hace muchísimos años, cuando la Laguna Salada se conectaba con Salton Sea del Valle Imperial formando un enorme puerto de mar, desde toda la cordillera central de Baja California hasta el norte de California estaba llena de pinos y abetos gigantescos.
Pero un incendio que duró más de 6 meses consumió toda la vegetación. Miles de sus habitantes desaparecieron o murieron calcinados.
Antes de este suceso decían que las ramas de los pinos cantaban las historias de sus ancestros. Y en sus ceremonias les rendían culto a las bellotas y los piñones que les alimentaban.
A toda esa zona se le conocía como “La Madre Tierra que canta”. Pero después del incendio se apagó su voz.
Y a través de los años, sólo quedó el quejido de las piedras que por las noches aúllan con gritos casi humanos, el dolor de les embarga a los descendientes de aquellos que perecieron.
Actualmente, a esos aires que colándose entre las rocas acarician los pinos que van renaciendo, se les conoce como “Los rumores de la Madre que llora”. La Rumorosa.
Ofrezco mil de mis lágrimas a la Madre que llora.
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