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Queta Basilio, la otra imagen del 68

Por José Antonio Aspiros Villagómez

Norma Enriqueta “Queta” Basilio Sotelo murió este sábado 26 de octubre a los 71 años, más de medio siglo después de haber sido la gran protagonista en la inauguración, el 12 de octubre de 1968, de los Juegos de la XIX Olimpiada celebrados en México.

La atleta mexicana fue la primera mujer que ha encendido el pebetero con el fuego trasladado desde Grecia hasta una sede olímpica. Tras su retiro del deporte, Queta trabajó en el Partido Revolucionario Institucional inclusive después de haber comenzado hace varios años con sus problemas de salud.

El Heraldo de México, donde trabajábamos en 1968, dedicó toda su primera plana del día siguiente al acto inaugural de la también llamada Olimpiada de la Paz y, entre las diversas fotografías de portada, cinco estuvieron dedicadas al encendido del pebetero por parte de la deportista nativa de Mexicali, Baja California, por cuyo deceso hubo numerosas condolencias.

Un solo texto corrido -aquí transcrito tal cual- sirvió para explicar aquellas imágenes en el diario a manera de pequeña crónica:

“El fuego de Olimpia había llegado al estadio. La guapa y ágil Enriqueta Basilio sube corriendo la escalinata en medio de porras a México y de la música indígena que salía de caracoles, teponaxtle, flauta, chirimía, huehuetl. Llegó hasta la plataforma donde se encuentra el pebetero y se vuelve para saludar con la Antorcha Olímpica a la multitud, al mismo tiempo que se sueltan al aire 40 mil globos. La emoción del momento era indescriptible. Al fin, la Llama Olímpica se eleva del pebetero del Estadio y dan principio, después de innumerables obstáculos que sólo fueron superados por la decisión de los mexicanos, los XIX Juegos Olímpicos.”

Millones de compatriotas no habían nacido entonces y se han enterado de aquella Olimpiada por lecturas y referencias. Por nuestra parte, en algún aniversario del suceso escribimos una nota evocativa que hoy retomamos con dedicatoria para la hija de Queta Basilio, del mismo nombre, quien en una época trabajó en la Organización Editorial Mexicana:

Apenas diez días después de la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, México fue sede de los Juegos de la XIX Olimpiada, un suceso deportivo y cultural que destacó por diversas razones, entre ellas la conquista de nueve medallas por parte de los anfitriones.

A las preseas obtenidas por los compatriotas Felipe Muñoz, Antonio Roldán y Ricardo Delgado (oro); Álvaro Gaxiola, Pilar Roldán y José Pedraza (plata), y María Teresa Ramírez, Joaquín Rocha y Agustín Zaragoza (bronce), hay que sumar la medalla de oro que simbólicamente ganó México con la organización de aquella Olimpiada.

Desde que en 1963 la capital mexicana obtuvo la sede olímpica por la que también compitieron Lyon, Buenos Aires y Detroit, hubo escepticismo y ataques de la prensa europea, principalmente por los 2,240 metros de altitud de la ciudad de México que, dijeron los críticos, iban a afectar a los atletas.

Fue necesario organizar en los años previos varias competencias deportivas internacionales, para que el mundo conociera la realidad a ese respecto. Y en plenas justas olímpicas, Bob Beamon con su “vuelo” de 8.90 metros en salto de longitud, y las 252 marcas olímpicas y mundiales establecidas entonces, destruyeron también cualquier temor.

Por un momento, con anterioridad, debido al movimiento estudiantil, tanto el gobierno mexicano como el Comité Olímpico Internacional tuvieron entre sus escenarios la cancelación de los Juegos y finalmente el COI decidió que se celebraran. Detroit se había declarado lista para entrar al relevo.

Al corresponsal del diario francés Le Monde, Claude Kejman, por ejemplo, le sorprendió que “ocho días (sic, por diez) después (de Tlatelolco) los juegos olímpicos se inauguraran como si nada, en medio de una calma al menos aparente. Lo que en cualquier otro país bastaría para desencadenar una guerra civil, aquí no ha trascendido más allá de los días de tensión que siguieron (a la matanza)”.

 El comité organizador de aquella Olimpiada, primero con Adolfo López Mateos y luego con Pedro Ramírez Vázquez al frente, debió superar varias adversidades, entre ellas la amenaza de boicot de algunos de los 120 países participantes (cifra sin precedentes), debida a la admisión de la entonces racista Sudáfrica en esos Juegos.

Otro suceso político fue, el 16 de octubre, la manifestación silenciosa de los estadunidenses Tommy Smith y John Carlos cuando en el podio de premiación levantaron el puño con un guante negro puesto y bajaron la cabeza al ser tocado el himno de su país, en señal de protesta por la segregación racial en la Unión Americana. Ambos fueron expulsados al día siguiente.

La justa de México 68 fue la primera en organizar una olimpiada cultural; ha sido hasta ahora la única celebrada en América Latina, y Enriqueta Basilio se convirtió en la primera mujer en la historia olímpica, en llevar la antorcha en el último tramo y encender el pebetero.

Para la transmisión de los Juegos a 600 millones de televidentes en el mundo (testigos de la memorable rivalidad entre las gimnastas Vera Caslavsca y Natasha Kuchinskaya), México estrenó su estación terrestre para comunicaciones vía satélite, y para la difusión por medios impresos y electrónicos, acreditó a mil 373 periodistas a quienes brindó servicios de télex, telefoto, teléfonos de larga distancia y de magneto, televisores y laboratorios fotográficos.

Dice una crónica histórica del periodista José Luis Simón (Notimex, 2003), que en la ceremonia inaugural “el presidente Gustavo Díaz Ordaz recibió una sonorísima rechifla de las casi 70 mil personas que llenaron el Estadio Olímpico, en protesta por los hechos sangrientos ocurridos en Tlatelolco”. Pero según el entonces secretario de Gobernación Luis Echeverría (que no estuvo en la inauguración), “con 60 mil personas reunidas, no hubo un chiflido o un grito de ‘muera Díaz Ordaz’” (Rogelio Cárdenas, Proceso # 1665).

Lo cierto es que la Olimpiada México 68 fue un festival brillante gracias al calor humano de público y deportistas, cuando no existían para animar a la gente los espectáculos circenses presentados posteriormente en los actos inaugurales de otros Juegos Olímpicos, basados principalmente en los nuevos recursos de la tecnología.

Descanse en paz, Queta Basilio.