¡C’est la guerre!
Por Octavio Raziel
Si pensabais (qué bonito se oyó) que con 10,000 bombas nucleares repartidas en el mundo se podría organizar una fiesta pirotécnica inolvidable, que nos desharía de casi ocho mil millones de seres humanos, que para entonces se estarían comiéndose unos a los otros, estáis muy equivocados.
GUERRA CON QUIJADA
Se ha dicho que una guerra nuclear mataría a casi toda la humanidad. El casi, deja una esperanza de que quede algún Adán y Eva en el planeta.
Se calcula que una guerra bacteriológica barrería a la raza humana un par de veces. Baste recordar el SIDA, Ébola y otros virus que se les han escapado, y que se han podido controlar.
La peor, sería la guerra química, que limpiaría el mundo unas tres veces, dejando, tal vez, a lo mucho, algunas cucarachas y otros bichos o bacterias resistentes a todo, como únicos terrícolas.
Sin embargo, ahí no acaba la diversión. De qué serviría un mundo contaminado de radiación, virus, gases tóxicos y sin seres humanos.
¿Se han percatado de los grandes, enormes apagones de energía eléctrica que han puesto de cabeza a gobiernos de todo tamaño? Desde el apagón en el Sureste mexicano hasta el que afectó a cuatro países sudamericanos. A principios del 2018 Rusia realizó el ataque cibernético más destructivo en la historia de la humanidad, mismo que paralizó la mayor parte de Ucrania; otro afectó a empresas como Merck y FedEx. Apenas son sólo pruebas.
El Departamento de Seguridad Nacional y el FBI ha advertido a Washington de que Rusia ha introducido un software malicioso que podría sabotear las plantas de energía eléctrica, los oleoductos y los gasoductos, o los suministros de agua en todo los Estados Unidos.
El Cibercomando norteamericano (que es autónomo) está autorizado a llevar a cabo ataques cibernéticos a las redes eléctricas rusas sin autorización del Presidente o del Senado; ataques que paralizarían al enemigo en cuestión de minutos. El Pentágono desde el 2012 ha puesto sondas de reconocimiento en los sistemas de control de la red eléctrica rusa.
Imaginen por un momento las consecuencias de la paralización energética de las dos grandes superpotencias; eso sin contar con que China, a la chita callando, debe estar haciendo lo suyo en este enfrentamiento cibernético. Israel mantendría el dedo en el gatillo de sus más de 250 bombas nucleares que serían disparadas sobre cualquier país árabe que se pusiera al brinco.
Hasta dónde, esta nueva lucha haría posible sumergir a Rusia o a los Estados Unidos en la oscuridad o debilitar a su ejército. Matar de hambre a millones de humanos que no podrían transportar alimentos y mucho menos mantenerlos en refrigeración; las gasolineras cerradas, hospitales, institutos de investigación y muchos otros servicios no durarían activos más de unas horas.
Habría, claro está, batallas aéreas y contra instalaciones militares. La lucha entre misiles y los contra-misiles serían juegos de artificio, aunque los daños serían menores.
Pero veamos el lado amable de esa guerra: no serían destruidas las instalaciones físicas de los países en conflicto; sólo habría una gran poda humana que permitiría un control de sobrevivientes que echarían a andar la nueva economía social. Quedarían unos 2,600 millones de habitantes en todo el planeta que estarían bajo control natal, además de zonas exclusivas para la agricultura, la ganadería y la ecología. Se recuperarían tierras y mares perdidos por la contaminación.
Después de esta Tercera Guerra Mundial, podría haber una Cuarta, que se llevaría a cabo, probablemente, con quijadas de burro y piedras.
La imagen (Wikipedia) ilustra ese futuro conflicto.
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