Antropoceno
Con regularidad concluyo mis escritos con la frase: “El mundo se va a acabar…de que se acaba, se acaba”; sin embargo, no será el planeta el que desaparezca sino quienes en él habitamos.
Si nos apegamos al juego del matemático francés Eduard Lucas (1842-1891) llamado Las torres de Hanói, la vida de la tierra está calculada para 585 mil millones de años. Se sabe que nuestro planeta en el universo tiene una edad de apenas 4,500 millones de años, por lo que faltan 580 mil millones de años para que deje de existir.
Sin embargo, nos enfrentamos a un futuro incierto, una puerta como la que guardaba el dios Jano, el de las dos caras. Una mira hacia la oscuridad, y otra, hacia la esperanza. Estamos viviendo una civilización en trance de mutar a otra desconocida.
A diario vemos noticias catastrofistas que nos hablan de la desaparición del 83% de los animales salvajes, el 80% de los mamíferos marinos, el 15% de los peces y la mitad de las plantas del edén original.
Estamos a punto de brincar los 8,000 millones de habitantes que requerirán más satisfactores, pero al mismo tiempo se encargarán de acabar de destruir el entorno de este otrora bello Planeta Azul.
La Tierra ha pasado por diferentes etapas: el Oligoceno, con el surgimiento de los mamíferos y los invertebrados; el Mioceno, con la proliferación de peces óseos; el Plioceno, con el dominio de los mamíferos y aves, y finalmente, el Pleistoceno, con la aparición de los humanos. Hubo extinción de especies en cada una de esas épocas; la quinta fue la de los dinosaurios. Hoy estamos saltando del Holoceno al Antropoceno, esto es, de la edad del hielo al inicio de la destrucción del mundo tal como lo conocemos. Dentro de cien años, los pocos habitantes que queden sobre nuestro planeta vivirán entre los tecnofósiles del futuro: plásticos y cemento. En sólo 8,000 años brincamos las eras del cobre, del bronce, del hierro y ahora, hemos llegado a la del plástico. Antes del año 2,050 se acumularán miles de millones de toneladas de este producto.
A mediados del siglo XX comenzó la gran aceleración del mundo: la población humana, el comercio mundial, el turismo de masas, la destrucción de bosques y producción masiva de plásticos y otros materiales no biodegradables. La minería, la agricultura, la urbanización y el calentamiento global por la alta concentración de CO2, destruyen todo a su paso. Los desechos plásticos e industriales han llegado ya a los polos, a lo más profundo de los mares y transformado el 75% de la superficie terrestre.
Sin embargo, frente a los catastrofistas o los apocalípticos, los economistas internacionales consideran que con todo y el calentamiento global y la destrucción ecológica nada pasará; el mundo tal y como lo conocemos sólo se transformará; para ello, contarán con un fascismo que crece y que empujará la caída de la civilización tal como la conocemos. Las élites gobernantes sólo atenderán a sus intereses alimentando las crisis, el miedo, el odio y los chivos expiatorios. El fascismo no se ha ido y seguramente no se irá; desde lo alto del poder apretarán tuercas para crear un mundo a modo que responda a los retos del futuro, su futuro.
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