Por Judith Domínguez*.
Uniones. El Economista.
PARA AMARTYA SEN, EN UN FUTURO CERCANO, las futuras guerras entre países serán por el agua.
Parecería una aseveración muy extrema y, sin embargo, también muy posible. Hoy en día, en muchas regiones del país y del mundo se viven conflictos por el agua. Siendo un recurso indispensable para la vida, poco la valoramos como personas y como sociedad. Creencias de abundancia nos llevan al derroche diario y no somos conscientes de que es un recurso finito. El agua dulce representa sólo 3% del total de agua en el planeta y en su mayoría es subterránea. En los ríos encontramos menos de 1% y su calidad se deteriora por las actividades humanas.
No es exagerado entonces afirmar que el agua es potencialmente fuente de conflicto cuando es escasa. Los ríos constituyen fronteras naturales que han llevado a confrontaciones entre países y comunidades.
Pero, ¿qué tan importante es el agua para una sociedad?
La base de las actividades económicas es, entre los principales factores, el agua. Las industrias al establecerse eligen lugares que tengan disponibilidad de agua. Las ciudades industriales que miran al futuro estratégicamente realizan proyectos hidráulicos; véase Monterrey VI, un proyecto presidencial; el acueducto Independencia para llevar agua a la ciudad de Hermosillo, o los grandes proyectos hidroeléctricos para generar energía, el otro elemento fundamental para el desarrollo.
Estos grandes proyectos generalmente son fuente de conflicto y tienen detrás la competencia por el recurso. Usuarios que tienen mayor o menor derecho al agua, según la legislación vigente y grandes decisiones que no siempre consideran un reparto equitativo de los beneficios que pueden traer estos proyectos. Siendo el agua de la nación, ésta debería bene ciar a todos proporcionalmente de acuerdo con sus necesidades; no obstante, la balanza se inclina no siempre a quien tiene un derecho legítimo, ancestral, prioritario o anterior que prevalece, y se vulneran en el proceso de decisión y construcción de obras hidráulicas estos derechos, dando lugar a conflictos por el agua.
Hay un orden de prioridad, pero la realidad muchas veces lo contradice. Pensar el acceso al agua de forma diferente será una condición para convivir pacíficamente. El uso prioritario, que es para el consumo humano, queda relegado ante concesiones para actividades económicas que traerán un mayor beneficio económico.
Es innegable que hay un problema que ha derivado en sobreexplotación, escasez y contaminación. Y todos tenemos una parte de la responsabilidad. Por la cantidad en el consumo de agua, es el usuario agrícola el que aparece en primer término, pero la calidad del agua se ve alterada en mayor medida por las descargas industriales o domésticas. Y el usuario doméstico no es muy consciente de la nitud del recurso. Contribuye a esta idea el bajo precio del agua. Y desde aquí empiezan los conflictos, con o sin motivos válidos. Hay un círculo que hay que romper, agua de mala calidad distribuida en las redes conlleva tarifas bajas y protestas cuando suben.
Si la disponibilidad de agua representa un desafío para su uso, su calidad no está exenta de problema. Los usuarios agrícolas, industriales o comerciales usan agua potable para procesos que no siempre requieren agua de primera calidad. No obstante, no nos hemos acostumbrado al reuso del agua. No hay incentivos suficientes para propiciar este cambio de conducta. Si los hay, que en realidad los hay y muchos, no siempre son los más adecuados. Véanse los subsidios agrícolas. No hay duda de que es necesario un cambio tanto en gobiernos como en sociedades y usuarios, pues, al final, dependemos todos de este líquido.
En el panorama de derechos de uso de agua en el país el usuario agrícola consume más de 70% de la misma y no siempre de manera eficiente. Prácticas de riego antiguas, falta de modernización y tecnificación o cultivos que no son aptos para la región han llevado al derroche de agua. ¿Se trata de falta de apoyos o hay prácticas sociales difíciles de cambiar?
En este panorama de competencia por el uso del agua, pensarla estratégicamente es el primer paso hacia la seguridad hídrica. Y ésta tiene como base la seguridad humana. A partir de aquí puede hablarse de desarrollo.
Pensar en el agua estratégicamente requiere un cambio social. El agua divide, pero también puede unir, si existen los estímulos. Los beneficios serían para todos.
*Columna invitada. Judith Domínguez. El Colegio de México. Comentarios y sugerencias [email protected].
Tomado de publicación en portal de inforural el 10 de agosto, 2016, con información del periódico El Universal.
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