Desde el siglo XVI, las cafeterías albergan discusiones políticas
Por Norma L. Vázquez Alanís
A propósito del Día Internacional del Café, que desde 2015 se celebra el uno de octubre de cada año a instancia de la Organización Internacional del Café (ICO por sus siglas en inglés) con el propósito de visibilizar la ardua labor de los productores del grano como ya señalamos en anteriores columnas, esta vez nos referiremos a las cafeterías, gracias a las cuales el consumo de esta incitante bebida se ha extendido considerablemente en todo el orbe.
Y es que el café no es simplemente una bebida tan estimulante como aromática, es un factor que congrega personas y enlaza comunidades, y prueba de ello es que la cafetería ha sido durante mucho tiempo uno de los lugares de reunión más populares y en todo el mundo cientos de millones de consumidores de café acuden a ellas para tomar esta vigorizante bebida, socializar, discutir sobre política, tocar y escuchar música, o para relajarse después de una larga jornada.
Las cafeterías, que en la fecha mencionada se unen a esta celebración con promociones para que los clientes donen el importe de un café a quienes lo cultivan, fueron desde sus inicios en el siglo XVI en la ciudad más sagrada del islam, La Meca, foros públicos para debates y discusiones que contribuyen a la difusión de ideas políticas, culturales e intelectuales. A pesar de la proliferación de ‘chats’ para deliberar y polemizar por las redes sociales, la cultura básica de los cafés ha perdurado.
También en las áreas metropolitanas de Constantinopla (actualmente Estambul, Turquía) proliferaron las casas de café, que era una bebida muy apreciada en la cultura turca y que paulatinamente se fue introduciendo a Europa; hoy día el café turco es muy apreciado en todo el orbe por los amantes de esta aromática infusión.
Las investigaciones sobre la llegada de los establecimientos de café a Europa apuntan al hecho de que, a principios del siglo XVI, durante los conflictos otomanos el ejército turco invadió Viena y, como una parte esencial de su cultura era el café, lo llevaron consigo, pero cuando huyeron de la ciudad tras ser derrotados por las fuerzas vienesas por la información exacta sobre la ubicación de las tropas otomanas obtenida en el campamento enemigo por Franz Georg Kolschitzky, quien había vivido algunos años en Oriente y dominaba la lengua turca, que transmitió a las tropas del emperador Leopoldo I, dejaron unos 500 costales de extraños granos oscuros, desconocidos para los europeos de la época.
En virtud de que nadie sabía qué hacer con aquel insólito trofeo, salvo Kolschitzky que había visto a los turcos tostarlos, molerlos y preparar una infusión, pues reclamó ese café como “botín de guerra” y decidió abrir en Viena la primera cafetería, donde inicialmente se servía el café preparado de manera tradicional de los turcos, puro y sin endulzantes, lo que no atraía demasiados clientes por su sabor amargo, entonces a este hombre creativo y emprendedor se le ocurrió añadirle a la “bebida turca” una cucharada de miel y otra de nata batida, lo que dio origen al famoso “café vienés”, cuyo éxito comercial fue inmediato.
Así, establecieron rápidamente varias tradiciones de café, que dieron paso a la ahora famosa cultura de los cafés vieneses, que eran conocidos porque estaban equipados para brindar también entretenimiento a sus clientes, que podían jugar a las cartas o al billar y leer los periódicos del día; además eran lugares de encuentro a través de los cuales se discutían temas que iban desde la política y la poesía hasta el arte y la música.
Muchos historiadores sostienen incluso que sin la cultura de los cafés vieneses, varios genios conocidos como Sigmund Freud y León Trotsky nunca habrían tenido sus comienzos.
Una de las cafeterías más antiguas de Europa se abrió en Venecia en 1683, se trata del famoso Caffè Florian de la Plaza de San Marcos, que sigue hoy día abierto al público, y al que por cierto los guías de turistas recomiendan no entrar por sus elevados precios; sin embargo, mi esposo José Antonio Aspiros Villagómez hizo caso omiso y me invitó en ese precioso establecimiento un café con un croissant durante nuestra corta visita a Venecia hace algunos ayeres.
Los cafés de toda Europa se convirtieron en lugares donde los hombres podían mantener conversaciones sobre ideas complejas, y a menudo radicales. Fue esta cultura de mente abierta la que dio paso a la Ilustración.
En Inglaterra la primera cafetería se abrió en Oxford en 1652 y en Londres estos establecimientos se conocían como ‘Penny Universities’ (Universidades de peniques), ya que personas de toda condición social se reunían allí para discutir noticias e ideas; era habitual que el londinense visitara los llamados ‘coffee house’ al menos una vez al día para informarse de lo último sobre política, noticias o información del mercado en el que trabajaba; su ambiente social favorecía la discusión reflexiva y rechazaba a quienes se volvían bulliciosos o agresivos.
Algunos hombres hacían llegar su correo a la cafetería porque pasaban mucho tiempo ahí. Actualmente los ‘coffee houses’ siguen siendo lugares de encuentro populares para amigos y hasta desconocidos.
El café llegó a Estados Unidos junto con la inmigración de británicos y otros europeos que establecieron los ‘coffee houses’ como un lugar de encuentro para hablar de negocios. La primera cafetería se abrió en Boston en 1676 con el nombre de Green Dragon y rápidamente se convirtió en un popular punto de encuentro para revolucionarios como Samuel Adams, de manera que el primer auge del café se produjo durante la Guerra de la Independencia, cuando los soldados utilizaban las cafeterías para socializar y tramar la insurrección.
Y en Nueva York, el Tontine Coffee House fue un lugar de reunión tan popular que se convirtió en la sede de la Bolsa de Valores; el primer tostador de café de esta ciudad abrió sus puertas en 1793, pero el consumo diario de café sólo era asequible para los ricos, en 1882 se crearon normas para regular el precio del grano, lo cual propició que el café estuviera más al alcance del estadounidense medio.
El arribo del café a Latinoamérica, según han documentado los historiadores se debió a Gabriel Mathieu de Clieu, un oficial de la Marina francesa que trabajaba al servicio de la armada en la Martinica, quien en un viaje a París en 1720 consiguió trasladar un cafeto en su viaje de regreso a bordo de un buque que fue perseguido por piratas tunecinos y luego enfrentó una fuerte tormenta. El cafeto logró sobrevivir y fue replantado en Preebear, Martinica; los historiadores sitúan a éste como el progenitor de los cultivos que luego se extendieron a Brasil, Colombia y Venezuela. En la actualidad el volumen de café producido entre América del Sur, Centroamérica y México representa el 60 por ciento del total global.
Las cafeterías han evolucionado con el paso del tiempo y al iniciarse el siglo XXI empezaron a proliferar debido a la popularidad de las cadenas como Starbucks, Dunkin’ y Tim Hortons, que llevaron la experiencia del café a un público más amplio; hoy día los cafés siguen siendo un lugar que la gente utiliza para conectarse e intercambiar ideas; una diferencia es que el acceso al Wifi gratuito permite a los clientes conectarse virtualmente con el mundo, además de que ofrecen café para llevar y numerosas combinaciones de sabores a partir de la aromática infusión.
No obstante, siguen existiendo las cafeterías tradicionales que suelen tener un ambiente acogedor y antiguo con bebidas de café sencillas elaboradas con ingredientes frescos y de alta calidad. También las hay especializadas que cuentan con baristas profesionales capaces de preparar complejas bebidas a base de espresso.
Seguramente serían incalculables las veces en que esta infusión preparada con el grano nativo de África ha acompañado a la humanidad tanto en ocasiones gozosas como de desasosiego, así que sigamos disfrutando de esta vivificante infusión a la cual Johann Sebastian Bach compuso en 1732 su cantata “Oda al café”.
¡Celebremos el día del café en cualquier momento saboreando una buena taza, y regalemos una sonrisa a los caficultores del mundo!
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