Silencio casi total en el bicentenario luctuoso de Iturbide
Por José Antonio Aspiros Villagómez
Entre julio y octubre de 2024 se cumplen 200 años de que ejecutaron al consumador de la Independencia mexicana por supuesta “traición a la patria”, Chiapas se integró a México, fue promulgada “en el nombre de Dios Todopoderoso” la primera Constitución del nuevo país y surgieron los gobiernos republicanos en medio de cruentas pugnas por el poder entre federalistas y centralistas. El pasado 1 de julio, también se cumplieron 201 años de que las Provincias Unidas del Centro de América se separaron de México tras la temprana abdicación del emperador Agustín I.
En aquel México sanguinario del siglo XIX, cuando las diferencias ideológicas y las luchas por el poder se resolvían con guerras fratricidas y el paredón, la primera víctima después de la consumación de la Independencia fue precisamente el consumador, Agustín de Iturbide, el 19 de julio de 1824. En las postrimerías de la colonia habían sido fusilados los caudillos de origen novohispano Hidalgo, Morelos y otros insurgentes, y tres siglos antes, habían caído a manos de los conquistadores españoles los tlatoanis mexicas Moctezuma y Cuauhtémoc.
El aniversario del fusilamiento de Iturbide hace 200 años pasó sin pena ni gloria, totalmente en silencio como siempre en el ámbito gubernamental (los tres poderes y por extensión las escuelas públicas), pero no entre mexicanos que ven más allá de la historia oficial, aunque tuvieron que limitarse a las ceremonias privadas y religiosas tanto en Morelia donde nació Iturbide, como en la Catedral Metropolitana donde se encuentran sus restos, eso sí auténticos y no cubiertos por la duda como los de los próceres que están en la Columna de la Independencia.
En Morelia habló Adrián Iturbide, descendiente de la familia del libertador y miembro de la filial en Michoacán de la Academia Nacional de Historia y Geografía (ANHG), quien dijo que esa era una celebración “de los mexicanos (que) recordamos a Agustín de Iturbide no para reivindicar la monarquía, sino para hacer un acto de justicia recordando a un hombre que amó a su patria”.
Una patria que acababa de nacer (no antes, aunque supuestamente Vicente Guerrero haya dicho en las vísperas “la patria es primero”), porque fue el 28 de septiembre de 1821 cuando se firmó y promulgó el Acta de Independencia, un día después de que el Ejército Trigarante, encabezado por Iturbide y en el cual tomaron parte los antiguos insurgentes tras la firma del Plan de Iguala, entrara victorioso a la Ciudad de México luego de derrotar a las fuerzas virreinales.
Y aun cuando no tuvimos noticias al respecto, es seguro que la filial de la ANHG en Veracruz, con sede en Córdoba donde se celebraron los Tratados entre Iturbide y Juan O’Donojú, también organizaron alguna ceremonia.
Hace justos 60 años, cuando este tecleador debutaba como reportero, fue enviado a cubrir una ceremonia privada por el 143 aniversario de la consumación de la Independencia, donde uno de los oradores, el historiador Carlos Alvear Acevedo, habló acerca de “lo que los hombres de su tiempo pensaban de Iturbide”.
Lucas Alamán, Justo Sierra, Vicente Guerrero, Nicolás Bravo, Antonio López de Santa Anna, Valentín Gómez Farías, Lorenzo de Zavala, todos ellos grandes figuras del mundo liberal y prominentes masones, estuvieron unidos en torno al imperio iturbidista, señaló.
“El México que por única vez en su historia estuvo unido, -agregó-se desgarró. No supimos comprender ni la dimensión del hombre ni los frutos positivos de la obra. No es concebible que se honre a la bandera y se desconozca a quien nos la dio; que se ame la libertad y se reniegue del libertador. Lo hemos hecho objeto de pasiones políticas, por lo que ahora nos toca hacerle la justicia que merece”, concluyó.
Iturbide sí tuvo reconocimiento público en el siglo XIX y hubo sitios con su nombre, que también figuró en el Himno Nacional. Recordemos que cuando Benito Juárez murió en 1872, fue velado en el Salón Iturbide del Palacio Nacional (hoy Salón de Embajadores) y que la Constitución de 1917 fue elaborada y promulgada en el Teatro Iturbide (hoy Teatro de la República) de Santiago de Querétaro, donde seguramente rondaban entonces el fantasma de Francisco González Bocanegra y la sombra de Amado Nervo.
Porque el primero incluyó en el Himno Nacional un exhorto que dice “Si a la lid contra hueste enemiga, / nos convoca la trompa guerrera, / de Iturbide la sacra bandera, / mexicanos, valientes, seguid”. Mientras el poeta tepiqueño, quien aún vivía en 1917, escribió en uno de sus versos: “¿Quién borrará tu nombre de la historia / sin borrar de tu enseña los colores?”. Todavía durante el porfiriato el personaje era reconocido como el consumador, y luego los gobiernos revolucionarios lo defenestraron. Algo de esto decía el primer artículo periodístico que escribimos a los 16 años y apareció en tres publicaciones.
Un poeta narró la ejecución
En la versión facsimilar del Romancero de la Guerra de Independencia (1910) que publicó en 2010 el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (hoy Secretaría de Cultura) con motivo del bicentenario del estallido insurgente en Dolores, Guanajuato, hay un poema del poblano Antonio de P. Moreno titulado ‘La tragedia de Padilla’, en alusión al pueblo de Tamaulipas donde fue fusilado Iturbide hace 200 años.
Sustentado en datos históricos, el vate recuerda que el libertador se había autoexiliado en Europa, donde supo que “la Santa Alianza de las cortes europeas, pretende la reconquista de las hispanas Américas, ya emancipadas y libres de la colonial tutela”.
Por ello, y sin saber “de una ley que le condena a muerte, si del destierro volver a la patria intenta”, esa amenaza y “la voces lejanas, que de la patria le llegan llamándole” (había inquietos iturbidistas en Guadalajara), siete días después de ser declarado “traidor” decide entregar “al mar su destino” y se embarca rumbo a México con su esposa y dos hijos, ”los más pequeños”.
En efecto, el 28 de abril de 1824 el Soberano Congreso General Constituyente, por decreto había declarado a Iturbide “traidor y fuera de la ley… siempre que bajo cualquier título se presente en algún punto de nuestro territorio”, en cuyo caso sería considerado “enemigo público del Estado”.
Una noche, sigue diciendo Moreno, “El Spring, inglés velero, lejos está de la rada que de Soto la Marina lleva el nombre”. Es el punto de desembarco y se dirige a San Antonio Padilla donde se presenta al militar Felipe de la Garza (ya se conocían), a quien menciona la conspiración de que supo en Londres para invadir México y recuperarlo, y su deseo de luchar al lado de los defensores como un soldado más.
Pero en realidad Garza tenía otros planes y, cuando el Congreso de Tamaulipas le niega audiencia a Iturbide “y en tribunal erigido” lo sentencia a muerte, “Don Felipe de la Garza a marcha veloce llega. Despoja luego a Iturbide del mando que le cediera, y entre filas lo conduce al sitio que le reserva, de aquel decreto inhumano la meditada sentencia”.
Al prisionero le es negado recibir la comunión, pero de todas maneras fue asistido espiritualmente por Anastasio Gutiérrez de Lara, que era un miembro del Cuerpo Legislativo y a la vez “sacerdote que el decreto no votó contra Iturbide” y a las seis de la tarde “¡Suena la descarga!”, mientras Bernardo, el gobernador también apellidado Gutiérrez de Lara, “temeroso que la tropa se opusiera, a ejecutarlo, resuelto asciende a la torre y lleva consigo una arma de fuego, para cazar como fiera a Iturbide si la escolta a dispararle se niega”.
Felipe de la Garza fue posteriormente declarado benemérito del estado de Tamaulipas y ascendido de grado militar, no sin reproches del Ministro de Guerra por “su indecisión para decapitar a Iturbide sumariamente”, según narra el historiador y escritor hondureño Rafael Heliodoro Valle en Iturbide. Varón de Dios (Ediciones Xóchitl, 1944), reproducido en la revista Artes de México # 146, aparecida en 1971.
En esta publicación, Valle da cuenta también de que “en la capilla de San Felipe de Jesús, de la Catedral Metropolitana de México, descansan desde el 27 de octubre de 1839, sumidos en larga tiniebla, los restos del soldado que no conoció el miedo y (sí) mucho la ingratitud; el que fue encumbrado por la violencia y por ella cayó del solio; el que dio muerte a hierro y a hierro murió; el consumador de la independencia de México, el creador de la bandera mexicana. Si resucitara se daría cuenta de que, a más de un siglo de su patíbulo, las Tres Garantías siguen siendo una esperanza”.
Fue el dos veces presidente Anastasio Bustamante quien pidió cumplirse el decreto del Congreso de 1833 para que el consumador fuera traslado de Padilla a la Catedral, y quien también pidió que, a su muerte, su corazón quedara junto a los restos de Iturbide. En 1921 fue retirado de la Cámara de Diputados el nombre de quien logró la independencia con el Plan de las Tres Garantías, y cuya estatua en San José Iturbide, Guanajuato, fue vandalizada en 2021 por gente que no entendió la razón de que estuviera estampado un gallo en el anca de su montura.
En Padilla fue colocada este año una placa de granito que menciona el fusilamiento del emperador; en Córdoba, Veracruz, hay un busto, y es posible que aún exista su estatua en el Pasaje Iturbide de la Ciudad de México. Y donde vive este tecleador, en San Juan del Río, Querétaro, una calle del centro histórico lleva el nombre de Agustín de Iturbide al lado de otras arterias dedicadas a diversos próceres de la historia patria, y cerca de la plaza que la esposa de Maximiliano pidió a los sanjuanenses llamar “de la Independencia” y no “de la emperatriz” como querían, según narran por acá los cronistas.
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