Semanario El Pionero

Expresión de Mexicali y su Valle

Exámenes, la gran decepción estudiantil

Por Carmen Morán 

Breña / El País

El sistema educativo es un triángulo. En un vértice está el alumno, en otro la familia y en el tercero la maestra. Para alcanzar el éxito en los estudios, al menos dos de los ángulos tienen que funcionar. Si el alumno y su maestra se esfuerzan, podrán combatir la posible desidia de la familia. Si la familia y el alumno quieren, un mal maestro no podrá solo derrumbar la formación del pupilo. Si la familia se alía con el profesorado, tendrán fuerza para sacar adelante al estudiante remolón. Puede fallar un vértice, pero nunca dos. En este esquema, los exámenes vienen siempre a complicar las cosas, porque penalizan a la población más humilde, la que no tiene recursos ni, probablemente, formación académica. De golpe, están anulando dos vértices. En esas familias, por más inteligente que sea el muchacho, por más esfuerzo que dedique, si el trabajo se impone para sacar la economía adelante, los estudios flaquearán. Y no habrá dinero para amortiguar el rezago, con clases particulares, por ejemplo. Suelen ser estudiantes que tampoco gozan en sus hogares de libros, ni de un ambiente formativo que les anime a seguir. No solo prima, pues, el trabajo para ayudar en casa, es que a veces los padres no conceden a los estudios la valía que tienen.

En México hay demasiados exámenes y son puertas que se van cerrando para miles de estudiantes. Al acabar la secundaria tienen que enfrentar una prueba que les da acceso al bachillerato. Si no lo logran, de nada habrá servido el esfuerzo por aprobar la etapa anterior. ¿Cuántos de ellos seguirán intentándolo el curso siguiente? ¿Cuántos abandonarán para siempre el sistema educativo? Una cosa está fuera de dudas: entre los pobres el abandono siempre será mayor.

Una de las medidas que Claudia Sheinbaum ha prometido es la eliminación del examen que da acceso a la preparatoria. A su designado secretario de Educación, Mario Delgado, le ha encomendado que ponga en marcha lo necesario para acabar con el famoso y torturante Comipems, de modo que todos los egresados de secundaria puedan entrar directamente a la siguiente etapa, el nivel medio superior. Para ello habrá que construir el número suficiente de centros de bachillerato que puedan absorber la demanda. Y contratar a miles de maestros. Porque los exámenes, nadie se engañe, en buena medida están hechos para regular la demanda, que es más alta que la oferta, no para medir el desempeño del estudiante. ¿O acaso merece más entrar a la prepa una alumna que ha sacado un 7,6 que otra que sacó un 7,5? No fastidien. Pero en algún puntaje han de poner el límite cuando no hay sillas para todos, claro.

Las pruebas para pasar de curso o de etapa son una de las claves que distinguen a las personas por su ideología política. Por simplificar, la gente de derecha suele defender los exámenes y las de izquierda tratan de eliminar esos embudos. En cualquier país del mundo. Los primeros dirán que hay que valorar el esfuerzo y el mérito, que hay que evaluar el conocimiento adquirido. Los segundos argumentan que muchos alumnos no pueden competir con las facilidades que traen otros desde la cuna y que en ese tortuoso camino se quedan muchas inteligencias perdidas para siempre. En México, 600.000 estudiantes abandonan el sistema en alguno de los cursos de preparatoria. Los de izquierda, por seguir simplificando, suelen decir que es el sistema quien les abandona a ellos. Y no les falta razón.

A esas edades, muchos jóvenes no tienen claro qué hacer con sus vidas y no pocas veces desperdician las oportunidades que se les prestan. Hay que animarlos, engancharles, impedir que la locomotora se vaya sin ellos. En las familias con posibles, los muchachos que alcanzan a matricularse en las preparatorias de la UNAM, es decir, los centros que tienen el acceso garantizado a la universidad pública más prestigiosa y deseada del país, gozan de muchas oportunidades. Una vez ahí, pueden repetir curso y cuando acaben, quizá ya con la cabeza en su sitio, lejos de la perturbadora adolescencia, tendrán la puerta abierta a la gran casa de estudios. Los pobres no pueden darse el lujo de estar en el sistema reprobando cursos una y otra vez. ¿Quién soporta ese gasto, quién puede prescindir de la mano de obra que prestaría ese joven en casa? Si repruebas, te pones a trabajar. ¿Dónde está, pues, el mérito y el esfuerzo de los que se mantienen suspendiendo curso tras curso hasta que se les pasa la tontería? El mérito, más bien, recae del lado de aquellos que tienen que compatibilizar los estudios con trabajos para ayudar en casa.

Por eso, quitar piedras del camino, es decir, eliminar el Comipems, es una buena noticia para las familias más humildes. Una medida social encaminada a equilibrar las posibilidades de unos y de otros. Pero no será fácil, hay que construir muchos centros educativos. Y queda pendiente la siguiente asignatura, el examen de acceso a la universidad. Es otra de las grandes cuestiones a debate en medio mundo. Porque de nuevo en esta etapa, lo que regula esa prueba no es tanto el nivel del alumno como la capacidad de absorción de las universidades, que en México es escasa.

El último examen para entrar en la UNAM a cursar una titulación ha dejado fuera al 90% de los aspirantes. ¿Qué será de ellos? ¿Lo seguirán intentando al año siguiente o tirarán la toalla para siempre? ¿Irán a universidades de segunda, patito? Quién sabe, pero de nuevo se alza la misma certeza, los más penalizados serán siempre los pobres. Alrededor de 129.000 jóvenes han visto con enorme desilusión cómo se les cerraban las puertas de la UNAM esta vez. Querían ser médicos, enfermeros, matemáticos y abogados. ¿Acaso está México sobrado de estos profesionales? Se han viralizado estos días los videos en que los aceptados celebran con la familia su ingreso en la universidad. No es para menos, son tan pocos que la fiesta es lógica. Pero ojo, la universidad no puede ser un privilegio, sino un derecho. No están los tiempos para desperdiciar el talento. Y el talento no siempre se determina con una calificación.