Semanario El Pionero

Expresión de Mexicali y su Valle

Dos ejemplos de identidad mexicana

Fueron muchos aquellos criollos que, a lo largo de trescientos años, dieron lustre a la sociedad novohispana, luego mexicana. Particularmente dos de ellos marcaron, sin demerito del resto, un rumbo en la consolidación de nuestra identidad: San Felipe de Jesús y Agustín de Iturbide

Por Roberto Abe Camil

A los colegas de V Centenario.

La caída de Tenochtitlán, marcó tal como lo consigna la borrosa placa de granito colocada en la plaza de la Tres Culturas en Tlatelolco, el doloroso nacimiento de la nación mexicana. El mestizaje y la fusión de dos mundos dieron paso al México actual, proceso no sencillo pero que se consumó con éxito. Ahí fue donde también se conformó una robusta identidad que es prenda de orgullo. El rasgo más visible los es el surgimiento de la raza mexicana, pero a los mestizos, pronto se añadieron los criollos. Estos criollos a pesar de su linaje europeo desarrollaron un arraigo y sentido de pertenencia a su tierra natal.

Los peninsulares no pasaron este rasgo por alto, y siempre desconfiaron de los criollos quienes tuvieron privilegios, pero no accedieron a los cargos de primer orden en el gobierno, el clero y la milicia. El actuar de muchos criollos a lo largo de la guerra de independencia, confirmó que las sospechas españolas estuvieron bien fundadas.

Fueron muchos aquellos criollos que, a lo largo de trescientos años, dieron lustre a la sociedad novohispana, luego mexicana. Particularmente dos de ellos marcaron, sin demerito del resto, un rumbo en la consolidación de nuestra identidad: San Felipe de Jesús y Agustín de Iturbide.

A pesar de lo disímbolo de sus personalidades y de que la figura de Iturbide a doscientos años de su fusilamiento, aun no puede librarse de la polémica y lograr un juicio objetivo en la historia, es innegable que ambos marcaron camino en la identidad y futura nacionalidad mexicana. Hoy de manera coincidente, o tal vez no, comparten un mismo sitio en una de las soberbias capillas laterales de la Catedral Metropolitana en la Ciudad de México.

La capilla está consagrada a San Felipe de Jesús y además de las magníficas manifestaciones de arte sacro, atesora como reliquia la pila donde fue bautizado el proto santo de México.

Felipe de las Casas Ruiz, nació en la Ciudad de México en 1572, sus padres, españoles ambos, fueron prósperos mercaderes de plata. Desde muy niño, Felipe fue inquieto, corre la leyenda de que en el patio de su casa había una higuera seca, y que su nana impotente ante las incontables travesuras del niño dijo:” ¡Felipillo será santo cuando la higuera reverdezca!”

Así las cosas, cuando Felipe fue martirizado la higuera reverdeció, según reza la tradición católica.

Su padre lo envió a Filipinas a comerciar, pero ahí se entregó a una vida de excesos, cuando se quedó sin dinero y los amigos desaparecieron, considero rectificar su vida y entregarse a la vocación franciscana. Se embarcó de regreso a México para ordenarse sacerdote, pero una tormenta desvió el barco a las costas de Japón, ahí fue apresado junto a otros 25 cristianos más. Los condenaron a muerte y fueron martirizados y crucificados en Nagasaki el 5 de febrero de 1597.

La noticia de la muerte de Felipe, quien soportó el duro martirio y fue atravesado por lanzas, llegó a la Ciudad de México, donde se le rindieron ceremonias y pronto se consolidó como el mártir criollo oriundo de Nueva España. No en vano, aunque fue canonizado hasta 1862, era ya considerado anteriormente patrono de la Ciudad de México y la Juventud. Al igual que el Tepeyac, la muerte del joven capitalino de 25 años, abonó a la consolidación de la identidad mexicana, pues los habitantes de la Nueva España podían ya presumir orgullosos su sólida fe y que los santos no venían tan solo de Europa.

Caso aparte, es el que atañe a Agustín de Iturbide, criollo de origen vasco nacido en Morelia en 1783.

Al estallar la guerra de independencia, se mantuvo fiel a la corona. Destacó como un oficial arrojado, con pericia en el arte de la guerra y un magnifico jinete, no en vano lo apodaron el “Dragón de Hierro”. Junto con su superior Calleja fue el azote de la insurgencia, infligió a Morelos su mayor derrota en la batalla de las Lomas de Santa María. No estuvo tampoco exento de señalamientos de pillaje y malversación de fondos de su regimiento, por lo que fue apartado del mando. Sin embargo, fue llamado a filas de nueva cuenta para combatir a Guerrero. En vez de combatirlo, logró que unieran fuerzas y el 27 de septiembre de 1821, fecha de su cumpleaños, consumó la independencia de México.

En mayo de 1822 fue proclamado emperador, pero la inestabilidad del país lo hizo abdicar en marzo del año siguiente. Partió al exilio europeo y volvió a México en julio de 1824, no sabía que el Supremo Poder Ejecutivo, gobierno que le sucedió, lo había declarado traidor a la patria, fue capturado y después de un juicio sumario fusilado en Padilla, Tamaulipas el 19 de julio de 1824.

La tradición republicana en México, ha condenado a Iturbide al ostracismo y al oprobio, de cualquier modo, es innegable que consumó la independencia, que nos dio la actual bandera tricolor, y que las tres garantías al sostener los principios de Independencia, Unión y Religión no eran tan ajenas a los postulados que años antes proclamó Morelos. Todo lo anterior abonó sin duda a consolidar la nacionalidad mexicana.

Hoy en la Capilla de San Felipe de Jesús en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, se encuentran las reliquias de San Felipe de Jesús, así como los restos de Agustín de Iturbide y su trono imperial. Lo cual hace del sitio no solo un recinto consagrado al culto católico, sino también un referente obligado de dos ejemplos de la consolidación de la identidad mexicana que surgió en 1521.