Toledo, el de El Greco, visto de cerca
Por José Antonio Aspiros Villagómez
Una bien lograda copia importada de Italia, de la pintura de El Greco ‘Vista de Toledo’ (1599), adornó por muchos años una pared en el hogar de este tecleador. Fue seleccionada junto con ‘La Venus del espejo’, de Velázquez, del magro catálogo que nos mostró el vendedor. También deseábamos adquirir algo más reciente, ‘Los tres músicos’ de Picasso, pero por razones ya olvidadas no fue posible.
Lejos estábamos entonces de saber que un día íbamos a estar en Toledo y corroborar que el cuadro de El Greco –propiedad actualmente de The Metropolitan Museum of Art (MET), de Nueva York– es una composición subjetiva, pero con elementos reales, que el artista reunió en un solo dramático paisaje visto a la distancia, cuando este género pictórico era una rareza entre los grandes maestros del pincel, que se dedicaban más a los retratos, bodegones y escenas religiosas y épicas.
Años después, ya casi al final de su vida, iba a pintar ‘Vista y plano de Toledo’, otro paisaje lleno de simbolismo que se exhibe en el Museo de El Greco de esa ciudad, en cuyo catálogo se menciona un tercer óleo con el mismo tema.
A nuestra llegada a Toledo recordamos de inmediato el cuadro que tuvimos, porque lo primero que nos mostraron desde la carretera en una mañana brumosa, fue una empinada montaña con un castillo en lo alto, seguramente el de san Servando, como aparece en la pintura citada.
Después veríamos otros de los elementos agregados por El Greco en su lienzo, como el río Tajo en la sima con su viejo puente romano destruido durante la Guerra Civil y reconstruido después, y en las alturas la catedral de Santa María, que es la misma desde la época visigoda (invasión germana en el siglo V), y a la cual llegamos a través de cinco escaleras eléctricas techadas que son la alternativa de las calles empinadas, y luego hicimos una regular caminata. Algunas calles incluyen en su nombre las palabras indicativas “subida” o “bajada”.
De acuerdo con los apuntes que tomó Norma, esposa del tecleador que nos cedió la talacha de redactar estos textos junto con otros datos obtenidos mediante labor documental, el castillo de san Servando que ahora funciona como albergue para jóvenes, es una construcción medieval pero su torre derecha data del siglo XV y la izquierda del XVIII, mientras que el río Tajo, allá en lo profundo, es el más largo de España y corre hasta Lisboa, Portugal.
A Toledo llegaron los árabes después de los carpetanos, los romanos y los visigodos, llamaron al lugar Tulaytulah (que significa alegre, o alegría) y se quedaron durante tres siglos. Luego arribaron los judíos y los cristianos, y con toda esa influencia se construyó la riqueza cultural del lugar.
A los artesanos de Toledo debemos aquellos útiles y vistosos abrecartas damasquinos, o plegaderas, que utilizábamos para abrir los sobres cuando llegaba el cartero con la correspondencia. Por fortuna conservamos dos que fueron un obsequio hace medio siglo y ahora los apreciamos más, ya que no vimos algo semejante en la amplia tienda de souvenirs de la calle Circo Romano, donde en cambio tenían una variedad de espadas y cuchillos de época, pequeñas espaditas para pinchar botanas, aretes, pulseras, llaveros y tijeras, entre otros muchos objetos con los clásicos colores negro (fondo) y dorado (la filigrana).
Nos explicaron que son productos artesanales hechos con una técnica ancestral procedente de Damasco, y en un taller nos mostraron el proceso de fabricación con hilo de oro que se incrusta en metal o cerámica, con una composición química que tras pasar por el horno da como efecto el pavonado.
Entramos a la catedral de Santa María, el primer edificio cristiano de Toledo, construido entre los siglos XII y XV y en cuyo campanario de 92 metros de altura está el carillón más grande del mundo; se llama Campana Gorda, pesa 17 y media toneladas y fue construido en el siglo XVIII. El día que repicó por primera vez, sufrió una fisura y desde entonces permanece en silencio.
Es impresionante caminar por alguna de las cinco amplias naves de esta construcción y mirar hacia la bóveda, muy en lo alto. Ahí, uno se da cuenta de su propia pequeñez. Es la segunda catedral más grande de España después de la de Sevilla, y tiene no una, sino siete puertas, pero cinco sólo se abren para dignidades y arzobispos, por lo que el resto de los pecadores entramos y salimos por las que representan el paraíso y el infierno.
Mientras admirábamos la lujosa capilla del tesoro, el altar mayor donde está representada la vida de Cristo, el cuerpo yacente del Mesías de tamaño natural, el órgano que donó Carlos III a ese templo, o las paredes con los sarcófagos de los reyes de Castilla, fue imposible no recordar El misterio de las catedrales, obra del enigmático tratadista de hermetismo, Fulcanelli, quien de entrada se refiere a Notre Dame de París, la catedral que sufrió un incendio el 15 de abril de 2019 y será reabierta en diciembre próximo.
Al final del recorrido estuvimos en la sacristía, que ahora es un museo con frescos de El Greco, Goya y otros artistas españoles famosos. ‘El expolio’ es un cuadro destacado que pintó El Greco para esa catedral.
Nos enteramos que en Toledo –una ciudad que la Unesco declaró patrimonio mundial de la humanidad– hay 26 conventos comunicados por cobertizos, que la festividad más representativa es la de Corpus Christi, y que el santo patrón es san Ildefonso.
Conocimos muchos otros sitios con su respectiva historia que se encuentran en la parte antigua de la ciudad, donde viven el 30 por ciento de sus 85 mil habitantes. Fue una localidad amurallada por los romanos, quienes también construyeron el acueducto; hay restos arqueológicos de los carpetanos; subsiste el monasterio franciscano de San Juan de los Reyes construido bajo el auspicio de los monarcas Isabel y Fernando mientras Cristóbal Colón cruzaba el Atlántico, y un anfiteatro romano del siglo I d.C. que es ahora un centro recreativo.
En la muralla medieval destaca la Puerta Alfonso VI o Puerta Antigua de Bisagra, que era la entrada principal desde el norte. Alfonso VI fue el monarca que expulsó dos veces de su reino a Rodrigo Díaz de Vivar, ‘El Cid Campeador’, y quien conquistó Toledo con un mínimo esfuerzo militar, por lo que se le recuerda con una estatua simbólica con la espada hacia el suelo.
No sin antes conocer la Plaza de las Cuatro Calles, las zonas donde se encontraban cristianos, judíos y árabes, y otros lugares, regresamos a Madrid por una moderna autovía y, mientras esperábamos el autobús turístico, dio tiempo de tomar parados en la calle un sándwich y un jugo porque no hubo tiempo para desayunar en el hotel, donde en cambio nos habían preparado ese tentempié.
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