Semanario El Pionero

Expresión de Mexicali y su Valle

El día que conocí a Ricardo Rocha

Por Salvador García Soto

Primera de dos partes

Era el verano de 1991, a finales de abril. Ricardo Rocha estaba en la cúspide de su carrera como periodista, conductor y entrevistador de Televisión. Sus programas “Para Gente Grande” y “En vivo” lo habían confirmado como un referente nacional en el entretenimiento nocturno y en el periodismo cultural, además de su labor reporteando y conduciendo noticieros. Por eso cuando salió de la sala de llegadas del Aeropuerto de Guadalajara y nos volteó a ver con una sonrisa, al grupo de graduados que estábamos ahí para recibirlo, con un letrero con su nombre en las manos, se nos puso una cara de incredulidad de tener ahí, con y para nosotros, a tremendo periodista de la televisión.

Su presencia y aceptación para ser el Padrino de la Generación 88-91 de la Licenciatura de Ciencias y Técnicas de la Universidad del Valle de Atemajac (UNIVA), nos confirmaba que si bien era en esos momentos un conocido y admirado rostro televisivo, también había detrás del personaje y periodista un ser humano que se había tomado el tiempo de viajar a Guadalajara para acompañar a un puñado de jóvenes, hombres y mujeres, aspirantes a periodistas y comunicadores en la terminación de su licenciatura, aunque más bien era apenas el comienzo de sus carreras en los inicios de la década de los 90 que unos años más tarde se rebelarían como un parteaguas en la vida social, política y económica de México.

Rocha llegó con la sonrisa y el enorme carisma que le caracterizaba. Nos saludó a cada uno de los que lo esperábamos con un abrazo cálido y con una familiaridad que entendimos que estábamos tratando con un verdadero grande de la comunicación, no por su fama ni por su imagen, sino por el trato tan personal y humano que nos dispensó durante toda su estancia y acompañamiento como el padrino, pero también la inspiración de los que, como yo en ese entonces, soñaban con llegar a hacer una carrera, pero sobre todo a construir un nombre y una credibilidad en el periodismo.

Aquella noche, frente a nuestras familias, Ricardo nos dio un discurso magistral, que hacía un recuento cultural, pero también mediático y social de lo que había sido el Siglo XX que empezaba a agonizar con su última década; pero lo que más nos maravilló entonces es que el periodista al que admirábamos se dio el tiempo para brindar con nosotros, para sumarse a nuestra alegría y demostrarnos que no había aceptado ir a festejar a unos estudiantes para él desconocidos por imagen o compromiso, sino porque de verdad tenía un espíritu y una vocación por apreciar e impulsar el talento joven que venía detrás de él.

Pasaron tres años de aquel fin de semana de graduación y este columnista, entonces ya trabajando como reportero, redactor y hasta vocero de una dependencia federal, se había abierto camino, pese a su origen humilde, en los medios y las oficinas de prensa de Guadalajara; pero un buen día, apenas cumplidos los 25 años, decidió hacer maletas y dejar atrás la comodidad de un sueldo de burócrata federal bien pagado para aquellos años, para venir a la hoy Ciudad de México, en ese entonces Distrito Federal, y siempre para los oriundos del resto de la República, la ciudad-deseo-monstruo-reto y fascinación.

Y reporteando en las fuentes políticas y en las ruedas de prensa, un día de 1996 me volví a encontrar de frente con Ricardo Rocha; yo hacía apenas mis pininos en el difícil y competido medio periodístico de la capital, él acababa de revelar en televisión nacional aquellos videos de la masacre de campesinos de Aguas Blancas, Guerrero, a manos de policías estatales, y con eso el orgulloso tepitense que siempre fue Rocha, había hecho historia en la televisión mexicana, pues nunca antes de ese reportaje suyo, las televisoras nacionales, en ese entonces ya la poderosa Televisa y la naciente TV Azteca, habían hecho una denuncia periodística tan fuerte y directa, con el poder de la imagen, que había presentado Rocha en su programa del Canal 2, el de mayor audiencia en el país.

La crudeza del video que reveló la verdad sobre la matanza de 17 campesinos, ocurrida el 28 de junio de 1995, no sólo fue un antes y un después para el periodismo mexicano y para la televisión: también horrorizó a todo un país que hasta entonces no había visto, de manera clara y directa, el rostro de la represión del Estado a los grupos más pobres, en este caso un grupo de campesinos que se dirigían a Coyuca de Benítez para exigir apoyo a los cafeticultores de Guerrero. La forma cobarde en que los campesinos indefensos fueron víctimas de ejecuciones extrajudiciales, por parte de los policías que los golpearon y les dispararon a quemarropa causó indignación, rabia a todo un país, que entonces todavía se horrorizaba y se dolía e indignaba al ver masacres despiadadas de seres humanos, algo que hoy, 28 años después, vergonzosamente se ha deshumanizado y hemos aprendido a normalizar ese nivel de violencia y a verla como algo cotidiano.

El propio Rocha decía que tanto los camarógrafos y operadores que lo vieron al momento de su transmisión en el foro, como él mismo cuando se lo enseñó al entonces vicepresidente de Noticias de Televisa, Alejandro “El Güero” Burillo, terminaron llorando y asqueados de la violencia gráfica de aquel video que tuvo que burlar los controles de la censura escondiendo su contenido sin anunciarlo en la escaleta y reproduciéndolo no del master del estudio, sino de una videocasetera VHS que conectaron directamente a una cámara para sacarlo al aire en transmisión nacional.

Después vendrían sus grandes reportajes previos a la masacre de Acteal. Dos años después en 1997, Rocha con sus camarógrafos había subido hasta las montañas de los Altos de Chiapas, para documentar el fenómenos de los desplazados de Acteal y Chenalhó, un peregrinar inhumano, en medio del frío y la lluvia de aquella primera mitad de diciembre del 97, de mujeres, niños y familias enteras que habían huido de sus casas y comunidades en esa zona de la montaña chiapaneca, para huir de la violencia de grupos de fanatismo religioso que habían sido armados por el gobierno priista. Justo 15 días antes de que sobreviniera la matanza de 45 indígenas tzotziles, mujeres y niños asesinados dentro de una iglesia a manos de grupos militares que atacaron a su organización “Las Abejas”, Ricardo había advertido al país y al gobierno federal de la violencia criminal y religiosa que se estaba gestando en Chiapas ante la complacencia de las autoridades locales y federales.

*Continuará segunda y última parte