Importarlos le ha salido más caro al país y a los mexicanos
Por Alberto Vizcarra Ozuna
En los momentos de crisis y confusión, hay que darles fuerza a las verdades elementales, aunque se tengan que repetir: el dinero es solo un contrato, no puede sustituir al trigo y al maíz. Nadie se ha atrevido a querer comprobar que se puede vivir sin comer. Los segmentos de las poblaciones que mueren de hambre, no lo han hecho por elección. Son víctimas de las políticas que subvierten los valores económicos y colocan a la ganancia monetaria por encima de la producción.
Es necesario remitirse a ese concepto básico, porque en conferencia reciente el gobernador del estado de Sonora, Alfonso Durazo Montaño, se adhiere a esos valores subvertidos y repite la consigna que cobró fuerza desde la firma del TLCAN, en el esplendor del salinismo, al sostener que en el Valle del Yaqui se debe dejar de sembrar trigo e ir en la búsqueda de cultivos más rentables, “que ahorren agua y generen más dinero”.
El gobernador se detiene en la observación del ahorro del agua y sugiere cultivos alternativos, que podrían economizar hasta el 50 por ciento del agua requerida en el cultivo del trigo. Y luego exclama: ¡con el valor que tiene el agua en este momento! Sugiere con ello que el recurso debe estar donde genere más dinero y no necesariamente en la producción de granos básicos. Nada distinto a lo argüido por la burocracia permanente de CONAGUA quienes, desde el gobierno de Felipe Calderón, sostenían que “genera más dinero un metro cúbico de agua en la alberca de un hotel, que aquel utilizado en una planta de maíz o trigo”.
Soportados en estos criterios torcidos, los gobiernos de Calderón y Peña Nieto, se entregaron a los intereses financieros privados, que acogollados con el gobierno corrupto del entonces gobernador Guillermo Pedrés, impusieron por la fuerza la operación ilegal del Acueducto Independencia, para despojar al valle y a la tribu yaqui de sus derechos de agua, esgrimiendo el mismo desprecio por el uso del recurso en la producción de maíz y trigo.
La creación del Valle del Yaqui y otras regiones productoras de granos básicos de México, no son resultado de lo fortuito, tampoco ocurrencia de aventureros, ni hazaña de titanes. Es el resultado de políticas públicas, de esfuerzos colectivos y de vocaciones estimuladas, con la intención deliberada de fortalecer el sector primario para darle fuerza al mercado interno y a la economía nacional. El Estado pos revolucionario no estaba desorientado ni contaminado con la ideología neoliberal que sigue dominando al gobierno federal. Se entendía que la edificación de una nación moderna y soberana, se debía soportar en una vigorosa capacidad nacional de producción de alimentos, alentando y protegiendo el proceso social productivo que lo hiciera posible.
Los negocios y afanes de ganancia se supeditaban al interés nacional, y es así como se creó el Valle del Yaqui y su infraestructura. Su potencial granelero despertó el interés de la genialidad de Norman Borlaug, quien desde temprano identificó el clima y la condición de los suelos de esta región como el soporte de la producción triguera de la nación y con sus aportes extraordinarios en la genética de semillas, le otorgó la condición de granero de México y cuna de las variedades de trigo y maíz que contribuyeron a atenuar el hambre de cientos de millones de personas en el mundo.
No se cometió un error al hacer y mantener al Valle del Yaqui como la principal zona productora de trigo de la nación. No se equivocó el General Obregón, tampoco Plutarco Elías Calles, ni Lázaro Cárdenas, menos Borlaug, en la tarea de edificar una zona que reúne las potencialidades para producir el trigo y el maíz en que se soporta el edificio de toda la producción agropecuaria traducida a proteína animal, como la leche, la carne y los huevos; sin dejar de mencionar el pan.
Corresponde a los productores y a la población impedir que estas nociones torcidas de economía, puestas ahora de moda, pero totalmente disfuncionales, sigan normando las políticas públicas y continúen deteriorando las capacidades productivas de las regiones graneleras del país. No estamos a ciegas, contamos con la experiencia histórica: Desde 1934, con el gobierno de Lázaro Cárdenas, se instituyeron los precios de garantía para toda la producción nacional de granos básicos y se mantuvieron hasta 1982. Durante este largo período, que comprende cerca de medio siglo, logramos importantes reducciones en la dependencia alimentaria y en algunos momentos la autosuficiencia, con un crecimiento promedio anual de más del 6 por ciento en el sector agropecuario. Cifras no vueltas a registrar desde que se desreguló el mercado nacional de granos básicos y se arrojó la producción de los mismos a los mercados especulativos que concurren en la Bolsa de Chicago.
Disminuir la producción nacional de granos básicos, con la idea de que es más barato importarlos, es algo que le ha salido más caro al país y a los mexicanos. Se destinan miles de millones de dólares anuales en la importación de granos y alimentos, favoreciendo a los corporativos graneleros que controlan los mercados de importación. Y luego nos quieren convencer del absurdo de que es muy caro producir el trigo nacionalmente.
El desatino es mayor, cuando hay signos inequívocos de que la inestabilidad financiera mundial -que mantiene al mundo en un estado de guerra- advierte una crisis alimentaria de proporciones insospechadas que azotará con mayor fuerza a las naciones importadoras que se mantengan en el absurdo de que no hay que producir trigo o maíz porque “es muy caro”.
*Publicado en Aristegui noticias
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