Los carros que hacen fila con sus ventanas cerradas para evitar que los vendedores ambulantes se acerquen las personas que mantienen el paso en la frontera, hacen que en esta parte del mundo la vida nunca se apague
Por Ashlei Espinoza Rodríguez
Tijuana, BC, (Notimex).- El vaivén de personas no para ni un segundo en el cruce peatonal de San Ysidro, el puente fronterizo más transitado y visitado del mundo.
Algunas de ellas cruzan “al otro lado”, para asistir a la escuela o trabajar, las demás, atraviesan la frontera para realizar compras diversas.
Según datos de la Administración de Servicios Generales (GSA por sus siglas en inglés), por este punto cruzan a diario rumbo a Estados Unidos más de 20 mil personas. Cada hora usan ese paso 833, mientras que cada minuto 14 ingresan a Estados Unidos. La GSA señala que pocos más de 70 mil vehículos ingresan diariamente, lo que significa 2 mil 917 carros cada hora, mientras que cada minuto ingresan a su territorio 49 automóviles.
Al año, siete millones 300 mil peatones y 25 millones 550 mil automóviles estarían movilizándose por esta frontera que, además, es el principal motor económico para la zona de San Diego-Tijuana.
“Cada semana mi mamá y yo cruzamos temprano para comprar despensa y otras cosas que son más baratas como los electrodomésticos”, puntualizó Diana, de 20 años de edad y originaria de esta ciudad.
Hombres, mujeres, niños y extranjeros caminan presurosos sin dejar de mirar su celular por el Puerto Fronterizo El Chaparral. A un costado de la entrada, seis letras gigantes que forman la palabra México, desean un buen viaje y un pronto retorno a los connacionales.
A los extranjeros, por su parte, les muestra una imagen de un país organizado y limpio, pues las instalaciones de El Chaparral distan mucho de la mayor parte de la ciudad de Tijuana. “Al adentrarse un poco más a la ciudad, es evidente que nada tiene que ver con Estados Unidos”, afirma Claudio de 18 años de edad y oriundo de San Diego.
“Cada 15 días voy para el otro lado a cobrar porque trabajo aquí en Tijuana para una compañía estadunidense de ventas y tengo que ir a sus oficinas centrales por mi pago”, detalló Margarita de 35 años de edad y residente de la ciudad fronteriza.
Mientras los mexicanos van de compras y a laborar al vecino país del norte, los estadunidenses llegan a Tijuana en búsqueda de diversión y servicios de salud.
A tan sólo cinco minutos en automóvil del puerto fronterizo, se pueden encontrar bares y antros que cierran a las 06:00 horas. En Estados Unidos, “estos lugares cierran a la una de la mañana que es cuando los ‘gringos’ cruzan para seguir la fiesta”, menciona el taxista Pablo. Asimismo, una decena de farmacias con letreros en inglés ofrece un sinfín de medicamentos y consultas generales las 24 horas del día.
A los “gringos”, la mala fama de Tijuana de “ciudad peligrosa” parece no imponerles, por el contrario, “aquí también vienen a comprar drogas y las encuentran fácilmente en los bares”, agrega Pablo.
Sin embargo, para otras personas, ingresar por El Chaparral significa en “el fin del sueño americano”.
Diariamente, alrededor de 120 mexicanos son repatriados desde Estados Unidos, número al que se le suman los centroamericanos que son detenidos por autoridades migratorias cuando intentan pasar ilegalmente la frontera.
Agrupados en la banqueta a un lado de la calle aledaña al puerto, seis deportados mexicanos planifican a que albergue se trasladarán luego de que hace 10 días fueron detenidos en la frontera de San Diego y Tecate.
Con los zapatos sin agujetas, afirmaron sentir incertidumbre, “ya que no sabemos si los agentes gringos nos regresarán nuestras cosas, porque se quedaron con nuestro dinero, papeles y lo único que nos dijeron es que nos los iban a dar en el consulado de Tijuana”, comentó Eulalio Enríquez.
Sin ganas de volver a cruzar, los connacionales aseguraron que se trasladarían a un refugio local para ponerse en contacto con sus familiares y que les enviaran dinero para regresar a sus casas.
“Yo soy de Oaxaca y me fui para darle una mejor vida a mi familia, pero pues no se dio y pues tenemos que resignarnos a que no logramos cruzar”, dijo Eulalio.
A lo lejos, un par de amigos observan curiosos a los deportados. Sus nombres son Manuel y Enrique, residentes de Tijuana, quienes aseguran que jamás sienten curiosidad por conocer Estados Unidos.
“A mí me gusta mucho Tijuana, yo no cruzaría porque llegaríamos a un país que no es nuestro, con comida y costumbres diferentes”, señala Enrique, mientras Manuel susurra en voz baja divertido: “No podría vivir sin el pozole”. A la par de estas conversaciones, las historia y el ritmo álgido de la garita de San Ysidro continúan desarrollándose sin contratiempos.
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