Semanario El Pionero

Expresión de Mexicali y su Valle

La vida como es…

La luz…

Por Octavio Raziel 

Hubo un instante en la vida del Universo en que el Dios de los hebreos (a.C.) aquél que es cruel, vengativo, feroz, en síntesis, mala onda, dijo: “hágase la luz, y la luz se hizo”. Mientras Él saltaba de galaxia en galaxia dándoles iluminación diferente a cada una de ellas, se escuchaba la letra de una vieja canción: “erase, una vez un universo triste y oscuro, y la luz, al nacer, descubrió un colorido amanecer”. 

Dios, al ver cualquier noche de estas al planeta azul, con los millones y millones de focos encendidos, seguramente se quejará de que cuando dijo “hágase la luz” no se refería a esa enorme iluminación. Me pregunto si las luciérnagas no serían insectos que se contaminaron cuando el Creador alumbró la tierra.

Expulsados del Paraíso, los seres humanos tuvieron que agenciárselas para sobrevivir, y para iluminarse. Primero, la luz de la luna y las estrellas cubrían esa necesidad; pero más adelante, los rayos de la tormenta, las llamas que danzaban entre los leños de la fogata y finalmente, las candelas y las luces de una mísera mecha que flotaba en el aceite, se encargaban de alumbrarles. 

El nacer, para el ser humano, significa ver la primera luz. 

Muchos miles de siglos después del Génesis, una jovencita de nombre María, dio a luz al Dios-hombre (D.C.), el del perdón, el de la esperanza, en síntesis, la buena onda, aquel que sentenció: “Yo soy la luz, he venido al mundo para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas” (Juan 12:46). 

Los marinos hemos tenido la oportunidad de iluminarnos con la luz que produce el fuego de San Telmo en los mástiles, la arboladura o la torre vigía de los barcos. También la luz que emana de la galerna o de las auroras mientras navegamos en medio del mar océano.

Cuando se recorren algunas localidades de Europa, se encuentra uno con varias ciudades cuyo apelativo cariñoso es Lux, como Luxemburgo o el mismo Lux, pequeño pueblo francés, de unos quinientos habitantes. Sobresale París, la ciudad Lux, la más bella del mundo. Casi todas ellas, con ese patronímico, están junto a anchos ríos por los que navegan -como si fueran autopistas- lanchones con cargas diversas. 

En Guadalajara, México, está la iglesia de la Luz del Mundo, que aglutina a unos 300 mil creyentes, dirigidos por Samuel Joaquín Flores (que no creo en paz descanse) cuyo poder le permitió salvar, incluso, acusaciones de pedofilia, pornografía infantil, abuso sexual de menores y violación. Pareciera que esa iglesia fuera creatura de Luzbel (tal vez a esa luz se refiera la religión)

En mis visitas a Madrid, acudo sin falta al parque de El Retiro, donde está la única escultura que se le ha hecho a Luzbel, conocida como la del “ángel caído” y realizada por Ricardo Bellver”. Aunque la Real Academia Española no incluye la palabra Luzbel, todos debiéramos saber que su traducción es el “Portador de la luz”.

En un ejercicio ocioso descubrí que por mi vida pasaron tres mujeres con el nombre de Luz María, otra tenía el nombre de María de la Luz y una más fue Luz Adriana. No me había percatado de esa extraña coincidencia que en su momento iluminó, cada una de ellas, tardes o noches de mi paso por este planeta. 

Mientras tanto, y sin que tenga nada que ver con aquellas cinco damas, sigo dando gracias cada mañana al Universo por permitirme ver la luz de un nuevo día.