Por Bernardo Barranco V.
Causa pena que a estas alturas del siglo XXI reaparezca el sectarismo católico en la campaña electoral. Agraviar al oponente por salir de los derroteros católicos tradicionales es un recurso mezquino ante los avances de los derechos humanos y religiosos del México contemporáneo. Se reconoce como recurso político para herir al rival, pero a todas luces es una táctica pueril. El artículo 24 constitucional establece: “Toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar, en su caso, la de su agrado. Esta libertad incluye el derecho de participar, individual o colectivamente, tanto en público como en privado”.
En el tercer y último debate presidencial, la candidata Xóchitl Gálvez, de Fuerza y Corazón por México, mostró intransigencia religiosa, propia de una activista cristera o de una militante de la actual ultraderecha católica. Veamos la arremetida que aseveró: “Hablando del Vaticano, tengo una pregunta para la candidata de las mentiras. Las dos tuvimos un encuentro con el Papa. Te pregunto: ¿le contaste a Su Santidad cómo usaste la imagen de la Virgen de Guadalupe en una falda a pesar de que no crees en ella ni en Dios? ¿Le platicaste que derrumbaste una iglesia cuando fuiste delegada de Tlalpan? Tienes todo el derecho de no creer en Dios; es un tema personal. A lo que no tienes derecho es a usar la fe de los mexicanos como oportunismo político; eso es una hipocresía”.
Gálvez también llevó al debate, un cartel rotulado como “falsa cristiana” en el que mostró las imágenes de la supuesta iglesia demolida y la vestimenta de Sheinbaum con la falda estampada con la imagen de la Virgen de Guadalupe. La candidata de la oposición se convierte así en inquisidora. Guardiana de oficio de la pureza de la fe de los mexicanos. Indebidamente, Gálvez delimita los derechos religiosos de su oponente. Gálvez arbitrariamente, se arroga la facultad de calificar como oportunista e hipócrita a su contrincante. Con sectarismo, arremete contra una atea, que por esa condición no debió ir al Vaticano a entrevistarse con el papa Francisco ni usar la imagen de la Virgen en su falda.
La Constitución ampara a cualquier ciudadano a creer o no, a cambiar de religión o que un individuo pueda hermanar diversas creencias, como el caso del New Age y de la Santa Muerte, que, por cierto, Lilly Téllez, violando el carácter laico del Senado, con rosario en mano, trató de exorcizar como sacerdotisa a la Santa Muerte representada en una manta gigante. Su justificación fue simple, porque la Santa Muerte es venerada, según ella, por el crimen organizado y malandros adoradores satánicos. ¡Cuánta ignorancia cargada de prejuicios!
Con decepción, Xóchitl y sus corifeos cuestionaron la visita de Claudia al Vaticano en marzo pasado. En realidad, el propio pontífice desarmó la construcción del relato del papa Francisco apoyando la candidatura de Xóchitl Gálvez. Más que reclamar a Claudia, deberían reclamarle al Papa, quien mostró oficio para cuidar su imagen y no ser objeto de manipulación política. La sabiduría de la alta diplomacia vaticana para no comprometerse en la contienda electoral contrasta con el impulso de muchos obispos que de manera abierta se han decantado por la oposición anti-AMLO. ¿Cómo una no creyente visita al Papa? ¡Es una impostura!, decían sus voceros. Olvidan que el Papa es además de un líder religioso un jefe de Estado; recibe a creyentes y no creyentes, conversa con fieles católicos como individuos de las más diversas religiones en el mundo.
Xóchitl sostiene con falsedad que traer la falda con una estampa guadalupana es manipular la fe de los mexicanos, lo que califica como oportunismo político. Deliberadamente olvida que la figura histórica de la Virgen trasciende credos y estatus. Hay no sólo ateos guadalupanos, sino comunistas, judíos, y hasta protestantes que simpatizan con un ícono que ha acompañado las luchas de los mexicanos. La Independencia, la Guerra de Reforma, la Revolución Mexicana, la guerra cristera, la lucha zapatista en Chiapas.
Una de las estrategias electorales de Xóchitl ha sido convertirse en fiscalizadora religiosa de Claudia. El 11 de marzo, los tres candidatos presidenciales firmaron el documento Compromiso nacional por la paz, elaborado por la Iglesia católica. Claudia Sheinbaum lo firmó, pero dijo tener diferencias con el contenido del texto. La Conferencia del Episcopado no reaccionó, pero Xóchitl Gálvez sí. En su cuenta de X anotó: “Claudia lo que hiciste hoy ante la Conferencia del Episcopado es una falta de respeto, pero sobre todo, es un acto de soberbia al no reconocer la inseguridad del país. Mientes sobre las cifras de violencia, mientes cuando dices que eres ambientalista y mientes cuando usas las palabras de fraternidad del papa Francisco”.
La intolerancia religiosa es una característica de la extrema derecha en México y en el orbe. Se trata de imponer una manera irreductible de percibir el mundo. Toda religión es una estructura de convicciones que cohesionan una comunidad de creyentes que comparten una cosmovisión de lo sobrenatural, posicionamientos éticos, morales, reglas, conductas y en algunos casos vestimentas. La intolerancia religiosa es el paso previo a la persecución religiosa, práctica que Xóchitl Gálvez ha ejercido contra Claudia Sheinbaum, una táctica electoral que muestra su talante autoritario que a todas luces ha fallado.
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